Y no es coña

Retórica sobre lo presencial

Ir al Teatro. Ver Teatro. Función del público en los espectáculos en vivo y en directo. Podría seguir y hacer el sumario de unas dudas eternas de quienes nos dedicamos a hacer Teatro, escribir Teatro, dirigir Teatro, analizar Teatro, elegir obras de Teatro como jurado, ya sea de literatura dramática o de espectáculos estrenados, en sala o en calle, editar libros de Teatro, opinar sobre el Teatro y sus periferias. Y siempre, como trasfondo una pregunta que excede cualquier consideración filosófica, ¿qué es el Teatro? O si me apuran y me meto ya en asuntos de insuficiencia teórica, ¿para qué sirve el Teatro?

Así estoy yo. Perdido. A veces desmoralizado. Sigo yendo, arrastrando los pies, cada día al Teatro. Quizás sea una racha, una situación provocada por mis elecciones, una casualidad, pero no encuentro motivos para no guardar un prudente silencio que me exonere de dar una opinión contundente sobre lo que veo, en salas alternativas o teatros institucionales, porque entre otras razones considero que mi situación personal, mi estado, digamos depresivo, puede provocarme la desafección que siento por obras en particular, programaciones en general, propagandas inusitadas, opiniones incomprensibles desde mi punto de vista, ya que uno intenta mantenerse en lo que es mirar sin prejuicios pero intentando contextualizar, colocarse en lo que existe, lo que fue y lo que puede ser, siempre con una actitud posibilista, pero que siente que hay una falta de rigor, una confusión, una suerte de tendencia hacia lo inane.

Como asisto a funciones bastante potenciadas por programadoras y promotores tengo la sensación de que sigue la magnífica circunstancia de que los públicos llenen las salas. O al menos muy buenas entradas, cuando no agotan las localidades. Esto que compruebo de manera habitual, me hace pensar si las programaciones actuales, pueden influir en los públicos de mañana. O, dicho de otro modo, ¿cuáles son los resortes que impelen a los públicos a acudir a ver tal o cual obra? No quisiera simplificar este asunto que me parece mollar, pero en las carteleras teatrales hay demasiados nombres vinculados a la televisión y el cine que, parece ser, son los reclamos para los públicos, asunto que me recuerda que esto sucedía cuando uno empezaba en esto y luchaba por una regeneración de los escenarios, cosa que, durante algún tiempo de finales del siglo pasado, sobre todo en mi Barcelona natal y en Catalunya, tuvo un efecto magnífico, hasta que… Y no sigo con mi resaca emocional que me parece está muy contaminada de resentimientos encapsulados.

Leo a la bailaora Rocío Garrido decir que “ir al teatro es como un paseo por el campo sin móvil y escuchar a los pajaritos”. Y tomo nota. Y cuando a los pocos días leo esta frase vuelvo a mi ensimismamiento provocado por una senilidad activada por las leyes básicas de la existencia y como todavía guardo una parte de mi cerebro que vive en lo canallesco, en la paradoja, en una necesidad casi infantil de retorcer todo para sobrevivir me digo: ¿sin móvil? El día que asista a una función sin escuchar el zumbido de los móviles o los soniquetes de esos aparatos, lo celebraré.

Y sigo, porque a veces sí se escuchan pajaritos en los teatros, unos pajaritos que revolotean como fantasmas de una ensoñación, es decir de un aburrimiento supino, de una vulgaridad de vuelo corto. Hacer programaciones en los teatros institucionales ligados a efemérides es un signo de falta de criterios, de moverse impulsados por circunstancias que se parecen más al comercio y no tanto a la cultura. Lo digo sin intención, pero si se dice que estamos viviendo un momento excelso de autoría dramática, ¿porqué veo tantas adaptaciones de novelas o relatos? Seguramente esos nombres de autoras sean un reclamo para sus lectoras primigenias y hasta lo puedo certificar, pero, esas adaptaciones o versiones, ¿tienen la suficiente enjundia teatral más allá de lo circunstancial y/o comercial? Pregunto.

Seguiría varias horas vertiendo dudas razonables o capciosas. Prefiero hacer un descanso porque no quiero ser el viejo cascarrabias en el que parezco abocado a convertirme. En cada acontecimiento teatral al que acudo siento que hay que reforzar los principios de la esencialidad del hecho teatral. Cuanto más puro y limpio sea el lenguaje teatral en su globalidad, mejor. Y vuelvo a un recurso discursivo que no me cansaré de repetir: no hay Público, hay Públicos, en plural, por lo tanto, hay que saber a quiénes queremos dirigirnos más allá de la cuenta de resultados, porcentajes de ocupación y otros protocolos meta capitalistas, porque nuestra mirada siempre se hace desde una perspectiva democrática sobre un bien cultural variable, que en sí mismo es un valor social y político.

No quisiera despedirme esta semana sin apuntar que hay un movimiento en el Ministerio de Cultura respecto al INAEM. No sé si es un mal chiste o un efecto de mi medicación. Pero no veo nada más que estructura administrativa y ni un alivio para marcar sus funciones y objetivos futuros. Pero lo que se llama profesión ha pasado de ese movimiento de una manera olímpica. Y tampoco parece una buena postura.


Mostrar más

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Mira también
Cerrar
Botón volver arriba