Escritorios y escenarios

Seguimos siendo una cultura oral

El pasado jueves asistí a un evento que me pareció extraordinario en un espacio cultural ubicado en el barrio la Soledad de Bogotá. Era denominado por sus organizadores: “micrófono abierto”. Pese a lo que algunos se deben estar imaginando, no, no se trataba de un stand up comedy. Y sí, es cierto que en Bogotá el stand up comedy es un tipo de espectáculo que, desde hace algunos años, ha ido desarrollándose, ganando seguidores, creciendo, multiplicándose. También es cierto que lo del micrófono abierto hace parte de dicho género. Pero ya dije que lo que yo vi era otra cosa.

Esta reunión, cuyo ingreso tenía un valor de 5.000 pesos, un precio barato si lo compramos con los 35.000 pesos que cuesta una boleta para asistir a una obra de teatro, tuvo una duración de dos horas con algunos intermedios. Además, se podía beber cerveza y picar alguna que otra cosa.

Las personas asistentes, los voluntarios, los más osados, los valientes, podían anotarse en una lista que proponía un máximo de 10 integrantes, para tener la oportunidad de contar una historia que no superase los 10 minutos, a partir de un tema; en esta ocasión: “el amor por internet”. Lo interesante fue que los narradores de esas historias no eran actores, ni modelos, ni comediantes. En definitiva, no hacían parte de la farándula. Eran personas comunes y corrientes, estudiantes universitarios y trabajadores que tomaban el micrófono con el único fin de compartir algunas de sus experiencias. Y ¡qué experiencias!

Entre las peticiones realizadas al público, a través de los organizadores, destacaron dos: no juzgar las historias y no sabotearlas. Porque la misión de quién elige tomar el micrófono es relatar alguna memoria, algún recuerdo, en vez de hacer reír, o fascinar, o impactar. Lo inevitable fue que la mayoría de las historias hicieron reír, creo que, porque son expuestos los matices, la diversidad y la imprevisibilidad de nuestra humanidad. Además, como nos recordó el maestro de ceremonia, a través de una cita famosa de Woody Allen: “tragedia más tiempo igual comedia”. Pero también hubo anécdotas tristes, dolorosas, cuyos finales se resolvían con la siguiente premisa: “y así fue como aprendí qué…”.

Y a mí me encantó. Me encantó descubrir que en Bogotá pasan este tipo de cosas, que la gente se inventa espacios de encuentro que no tienen mayor pretensión, excepto pasar el tiempo, en un espacio, entre un grupo de seres humanos, en el cual unos hablan y otros escuchan. Un ejercicio que nos recuerda la importancia de las palabras, del lenguaje y que sige resultando cien por ciento primitivo, emocionante y hermoso. Al final, seguimos siendo una cultura oral.

Domingo 18 de junio del 2023.

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