Si tiembla ¿en dónde queda el teatro?
Me disponía escribir mis pensamientos de hoy cuando las paredes, las persianas, la plantas y los adornos de mi casa empezaron a moverse. El día, que comenzaba con la característica tranquilidad de los domingos, fue interrumpido por una fuerte y larga, muy larga, sacudida. Tembló en Bogotá. Y, seguramente, porque ahora estoy en un piso 16, la sensación de vértigo fue excesiva. Sin embargo, no me puse a correr, tampoco a gritar o a llorar. Lo único que me pasa por la mente en esos momentos es pedirle a la tierra que por favor se quede quieta. O, si se va a mover, que por favor termine pronto. Pero como la percepción del tiempo se distorsiona, todo parecía pasar lento, “leeennntoo”, y fue inevitable no pensar en lo que podría pensar cualquier persona en esta misma situación.
Desde hace unos años, la vida con sus lecciones trascendentales y profundas me ha ensañado a soltar, a aceptar que, entre los posibles finales de las cosas, habrá algunos impensados, imprevistos, indeseados y que simplemente cuando llegan hay que aceptarlos como son, porque lo cierto es que no de todo se puede escapar. Y hay una infinidad de cosas que no se pueden posponer. Hay situaciones a las que toca hacerles frente, mirarlas a los ojos y atravesarlas, aunque uno no sepa que habrá del otro lado, si es que se logra llegar al otro lado.
Y, con el corazón palpitando, como palpita el de un pajarito cuando un humano lo atrapa entre sus manos, y entre las manos uno siente que el pajarito va a explotar, otro pensamiento se atravesó para enunciar la terrible verdad, si me toca morirme, pues aquí me muero. Porque si esto no para temblar, o comienza a moverse más fuerte, no hay escondite, ni lugar seguro en el que me pueda salvaguardar. No hay manera de que, bajando 16 pisos por las escaleras, logre llegar a la calle antes de que todo se colapse. Y cuando viene ese pensamiento, y debo subrayar que no es la primera vez, hay un instante en el que el miedo desaparece.
Pero como todo se seguía moviendo, como mi cuerpo estaba siendo zarandeado, y mi corazón no dejaba de palpitar aceleradamente, el miedo regresó. Y hubo un momento en el que ya no pude distinguir si seguía temblando o si el ver las cosas moviéndose era producto de la sugestión. Fue ahí cuando decidí bajar hasta el primer piso. Y afuera encontré que había personas más atemorizadas que yo. Me quedé media hora abajo, esperando la famosa réplica que no llegó. Después regresé a mi apartamento. Y aquí estoy en estado de alerta, esperando a que todo vuelva a moverse, ojalá con menos violencia, mientras pienso cómo relacionar esta experiencia con el teatro.
Domingo 8 de junio del 2025
Bogotá, Colombia.