Un cerebro compartido

Sin Palabras. El gesto y la neurociencia

El cuerpo es la principal herramienta escénica del actor. Y claro, empezando así, entenderá el lector mi admiración por maestros como Marcel Marceau, Etienne Decroux o Jacques Lecoq. A mi entender, el trabajo de estos y otros profesionales es tan importante en el mundo de la técnica actoral como el gesto psicológico de Michael Chejov o la biomecánica de Meyerhold. Bajo la lupa de las neurociencias, la importancia de potenciar las herramientas corporales del actor, el clown o el mimo y sus posibilidades expresivas, es fundamental si se busca que el espectador viaje perceptualmente por territorios ignotos.

Es un tipo de dramaturgia escénica tan lícita como la escrita que sugiere un planteamiento escénico y estético en el que el texto guíe, y una vez dicho esto, toca posicionarse: este último es un teatro que raramente genera espectadores inclinados en vez de reclinados y nadie quiere ir al teatro a dormirse. El texto es un pretexto. Seguramente no es la primera vez que el lector lee esta frase que considero válida siempre con independencia del tipo de teatro que se practique. El extremo lo encontramos en las propuestas de teatro gestual.

Existen escuelas y técnicas que desvelan los recursos para que el actor despierte su corporalidad, sus capacidades creativas en la interpretación y en la composición apoyándose en el gesto y la sugestión al imaginario del espectador. Estas dinámicas de trabajo moldean movimientos y expresiones, estructuras corporales que la mímica del actor aporta y que, sin duda, aboca a una excitación psicofisiología del espectador. Vaya, que el teatro gestual es de interés para la combinación teatro neurociencia porque puede asegurarse una activación del sistema nervioso del espectador superior a otro tipo de propuestas.

No es solo esto lo interesante de esta propuesta, también habla de un concepto de teatro en el que la creación se centra en el actor, un actor creador y ese es el mayor respeto que puede brindarse a un profesional del escenario, responsabilizarle de la creación. Los demás están para apoyarle, guiarle, asesorarle de algún modo, no para decirle qué y cómo hacerlo. Y este concepto de creación aséptica que no mezcla responsabilidades entre dirección e intérprete es el más interesante para que el espectador salga del teatro con la sensación de haber participado, de haber consumido, no de haber sido un receptor pasivo. 

También es verdad que el teatro gestual siendo tan extremo, recordemos que niega la palabra, puede generar opiniones contrarias o que digan que este teatro tiene truco. Es un juego en el que el espectador necesita estar atento porque de no estarlo, pierde la narración y solo ve intérpretes en partituras de movimientos más o menos acertadas. Puedo entenderlo, de hecho, hay compañías que meten palabra en propuestas teatrales que parecen diseñadas solo para el gesto en propuestas que parecen querer suavizar la radicalidad de su falta y, a mi entender, rozando la saturación perceptiva del espectador. En cualquier caso, desde este afortunado púlpito, defiendo el teatro vivo que sacude al receptor y le hace consciente de la importancia de ir al teatro a dejarse transformar. Un teatro gestual, corporal, rema en esa dirección y las neurociencias lo apoyan.

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