Templanza y pasión en el Werther de Vigo
Las pasiones incontrolables, que escapan a nuestro dominio, pueden considerarse las grietas en el sistema de valores éticos y morales de una sociedad que se quiere “acomodada”. Si retrocedemos en el tiempo, podríamos pensar en la burguesía, equivalente a una clase media con casa y recursos económicos. Si bien se dice que surgió en la Edad Media, es a partir de mediados del siglo XVIII, con la Revolución Industrial, cuando su posición económica se fortalece. En este contexto, pero estableciendo un fuerte contraste, aparece el personaje arquetípico de Werther, de la novela epistolar ‘Las penas del joven Werther’ de Goethe, que marca el inicio del Romanticismo.
A finales del siglo XIX, el joven poeta Werther y su amada Charlotte protagonizarán la ópera de Jules Massenet, en una adaptación realizada por Édouard Blau, Paul Milliet y Georges Hartmann. En sus cuatro actos, lo que quizás llama más la atención son los dúos entre Werther, interpretado por un tenor lírico, y Charlotte, interpretada por una mezzosoprano o una soprano dramática; dos tesituras vocales con registros que guardan cierta correspondencia en altura y que facilitan una suerte de efecto espejo. Me refiero a que tanto Werther como Charlotte son infelices porque su amor mutuo no puede ser correspondido. Ella le prometió a su madre, antes de morir, que se casaría con Albert. Por lo tanto, está comprometida cuando surge la pasión amorosa con Werther. Cuando él se quita la vida, para poner fin a los tormentos que sufre por no poder estar con su amada, en el último dúo de la ópera, antes de los abrazos y el beso final que ella le da, le agradece a Charlotte su integridad, pues así no pone en peligro su inocencia ni su honor.
En el marco del Otoño Lírico 2025, la asociación Amigos de la Ópera de Vigo nos ha ofrecido una versión semi-representada de ‘Werther’ de Massenet, el sábado 8 de noviembre, en el Teatro García Barbón de Afundación de Vigo, con la Orquesta Sinfónica Vigo 430, dirigida por Óliver Díaz y con dirección escénica de Ignacio García. En el reparto, el tenor jerezano Ismael Jordi debutó en el papel de Werther, rol para el que su maestro Alfredo Kraus fue una referencia. Junto a él, la mezzosoprano ucraniana Olga Syniakova interpretó a Charlotte; el barítono madrileño Gerardo Bullón hizo el papel del antagonista Albert; el bajo-barítono bilbaíno Fernando Latorre se ocupó del papel del magistrado Le Bailli, padre de Charlotte y Sophie; esta última, la hermana menor, fue interpretada por la soprano ferrolana Iria Goti.
Completan el reparto, en los papeles secundarios, los amigos del magistrado, Schmidt y Johann, el tenor orensano Enrique A. Martínez, en el primero, y el bajo coruñés Pedro Martínez Tapia, en el segundo; y también la pareja formada por los personajes de Bruhlmann, interpretado por el barítono Miguel Neira, y Katchen, por la soprano Noelia Ratel. Al conjunto se une el coro infantil, que, en esta semi-representación, está interpretado por un coro de chicas.
El magnetismo melódico de esta ópera y la delicada orquestación fueron especialmente cuidados, en términos de dinámica y carácter, por la interpretación de la Orquesta Sinfónica Vigo 430 y la dirección musical de Óliver Díaz, en una sinergia de proximidad con los cantantes. Esto se ha visto facilitado por el hecho de que la orquesta ocupaba la mayor parte del escenario y los cantantes se movían alrededor del proscenio, junto al director musical, incluso apoyándose en la barandilla del podio desde el que Óliver Díaz dirigía.
Una sola silla, como elemento escénico, proyecciones de vídeo y la iluminación de Alejandro Contreras, rodeando el escenario por tres lados, con imágenes estilizadas de la casa y el paisaje natural, éste siempre tan relevante para el Romanticismo, bastaron para dotar de una atmósfera sutil a la acción.
Los personajes, más que ser interpretados de forma actoral y teatral, fueron editados en sus actitudes, en consonancia con las situaciones dramáticas y las emociones. Lo importante era lo que se oía, mientras que lo que se veía colaboraba, de forma austera pero suficiente, para lograr una conexión empática con esta ópera.
Fue una elegante interpretación de gran calidad musical y vocal, que puso de relieve el brillo de la voz de Ismael Jordi, bien modulada y equilibrada entre tristeza e ira, contención y pasión. El público aplaudió y gritó “¡bravo!” tras la famosa y difícil aria “Pourquoi me réveiller”. Por su parte, Olga Syniakova también sorprendió con una combinación de potencia vocal, de fortaleza y suavidad, con la que supo articular los sombríos matices del remordimiento y la desesperación. La interpretación de Alberto, por Gerardo Bullón, fue igualmente brillante y redonda, mostrando satisfacción y alegría, nublada en los momentos en que el personaje se da cuenta de la situación entre su esposa y Werther.
El resto de los personajes funcionan por contraste, especialmente la comicidad generada por el dúo de los amigos del magistrado, Schmidt y Johann, que no paran de hacer juerga.
El ensayo del villancico, al comienzo de la trama y su interpretación, en segundo plano, al final, junto a la alegría de las fiestas navideñas, mientras Werther muere abrazando a Charlotte, es uno de los recursos dramáticos de esta ópera. Estos dos planos contrastantes, la alegría de la fiesta que celebra el nacimiento de Jesús, en las voces blancas de los niños y en sus risas, comparada con la agonía del joven poeta Werther, intensifican el final. Al mismo tiempo, establece una analogía con el aliento de la primavera que quiere despertar al poeta, atormentado por su desesperación, como se pregunta en el aria “Pourquoi me réveiller / ô souffle du printemps?”
‘Werther’ continúa colocándonos ante la encrucijada pasión/control, satisfacción/represión. Aunque la solución que encuentra el poeta no sea nada recomendable.

