Y no es coña

Tiempo de letra pequeña

El reloj atómico no para nunca, los ciclos no se suspenden ni se bifurcan, el sol sigue mandando luz, calor, energía y sombras. En medio de una canícula feroz, cada individuo busca su rincón donde volver a acompasar su respiración con sus deseos y sus órganos vitales. Cuesta bastante encontrar nuevos pozos de ilusión, pero existe una especie de condenación disfrazada y engalanada con grandes palabras que encierran conceptos variados y compromisos sin fecha de caducidad que no se sabe si es una palanca o una tumba, pero que mantiene en estado de mínimos los depósitos de la necesidad programada que nadie reclama, pero que todos lloran con lágrimas de acero inoxidable cuando llega lo irremediable.

Escribir en abierto, es decir, opinar por escrito y publicar, conlleva muchos encuentros o encontronazos con las diversas realidades. Un adjetivo que llega de manera orgánica y se plasma sin otra reflexión que su eficacia narrativa, su ritmo o su evocación es recibido de maneras diversas y hasta contradictorias. Es lo lógico, lo humano en cuanto a inteligente, pero en momentos de una crispación ambiental tan contaminante, no sirven los matices, sino que debe hacerse un tratado a pie de página en letra pequeña para justificar no solamente los márgenes, sino todas las posibles interpretaciones.

Del erro a la omisión pasando por la negligencia o el olvido. Por contumaz escribidor de estas homilías y otras tantos muestras de mi incapacidad de silenciar mis instintos o mis reflexiones, intento, siempre, metodológicamente, no señalar, no poner nombre y apellidos. La excepción son las instituciones públicas, donde de alguna manera reside el poder y la capacidad de decisión. Lo hago porque no quiero contestaciones barrocas por alusiones ni aumentar la lista de ofendiditos que hacen cola en la barra del bar de las descalificaciones. Cuando he puesto nombre y apellidos lo he hecho voluntariamente. Y a veces se me han olvidado nombres. Y lo he intentado solventar. O se han añadido nombres que no cuadraban en el tema. Y he guardado silencio. Es un decir.

Hoy es un lunes 21 de agosto en el que siento que mi situación en el mundo es desequilibrada. Estos calores continuados me han licuado las pocas esperanzas de encontrar soluciones a los problemas más pequeños y cotidianos de la editorial o la librería. Estoy ahora mismo en manos de decisiones médicas para poder emprender proyectos inmediatos. Miro alrededor y no hay mucho consuelo. Todo debe tener marcada la fecha de su obsolescencia, aunque los tercos no seamos capaces de verla. Mientras tanto, las tribulaciones se desatan y las preguntas vuelven por activa y pasiva. No es derrotismo, es reflexión elevada a acta pública. ¿Para quién escribimos, publicamos y editamos? Hasta aquí acotamos hoy la duda. Pero es mucho más amplia.

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