Críticas de espectáculos

Tío Vania/Anton Chéjov

Suspendidos en lo anodino
Obra: Tío Vania
Autor: Anton Chéjov
Intérpretes: Berta Riaza, Fidel Almansa, Fermí Reixach, Ana María Ventura, Nuria Gallardo, Francisco casares, Mélida Molina, Abel Vitón
Escenografía: Andrea D’Odorico
Iluminación: Juan Gómez Cornejo
Dirección: Miguel Narros
Producción: Andrea D’Odorico
Teatro Barakaldo – 08-02-02
Cuesta sustraerse en este análisis a las circunstancias que concurrían en la representación. El teatro siempre es cambiante, diferente función a función y los acontecimientos externos influyen, desde el propio local, al público como a otros factores. En esta ocasión un accidente mortal acaecido cuarenta y ocho horas antes por el encargado del montaje y la maquinaria, Javier Alonso, en el desmontaje en Avilés, era como una carga emocional añadida. El público lo supo al final, algunos, desde el principio. Vaya un recuerdo al profesional muerto en accidente laboral y a sus compañeros, toda la compañía, que tuvo el coraje y el espíritu teatral de hacer la función en esas circunstancias. El mejor homenaje público con un gran esfuerzo personal.
Anton Chéjov desmenuza los personajes, les hace casi una autopsia, crea un ambiente, un paisaje y tomando lo más mediocre, lo menos espectacular suspende las acciones en lo anodino como espejo donde reflejar las profundidades de los seres, se sus comportamientos, de sus caracterologías. En “Tío Vania” es una estampa casi de unos aparentemente felices burgueses que pasan sus días de descanso en su casa de campo. Poco a poco van surgiendo los campos oscuros, las relaciones viciadas, los retratos más sociales y dramáticos de los personajes. Desde su aparente cotidianeidad sin emociones fuertes, se descubre que existen larvados el rencor, la envidia, la ambición, la bondad y el cinismo. Todo va surgiendo de un manera estructuralmente genial, añadiendo en cada escena, en cada parlamento, más datos, más sensaciones, más información para que el espectador pueda ir haciendo la composición final y se comprenda la desesperación del débil, del fiel, el despotismo del aparentemente fuerte jerárquicamente, los matrimonios de interés. Dos concepciones enfrentadas del mismo tempo, pero con dos ambientes contrapuestos, al ciudad y el campo, las distancias casi insalvables y lo común, los sentimientos y los deseos frustrados.
Retrato de una sociedad, de una clase, pero también una llamada implícita a preservar la naturaleza, a empezar a entender el multiculturalismo desde cerca, dando al paisaje y sus necesidades prácticas y vitales una categoría que camina en paralelo con el desarrollo de cada individuo.
N una naturalismo activo se deben mover las interpretaciones. Lo aparentemente sencillo y cotidiano, lo anodino donde se suspende parte del significado final, requiere de una magnífica mano en la dirección de actores, y en un trabajo sincero y orgánico de los intérpretes para que los personajes transiten y fluyan y se conviertan en esos entes teatrales que pueden volverse mayestáticos en su grandeza escénica pero representando en lo minúsculo y habitual sin estridencias ni sobreactuaciones. Y en términos generales eso se logra, en una muy buena escenografía de Andrea D’Odorico, bien iluminada para que el magma de palabras y emociones chejovianas logren atrapar a los espectadores.
Carlos GIL

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