Negro & negro

Todos tenemos que ser cómplices

Este anorquismo que define y da carácter a mi vida no me permite pasar de puntillas, y no rendir homenaje a una de esas personas, que de una manera u otra, son cómplices con el Arte. Hace unos meses con 91 años nos abandonó Fernando Garijo.

Fernando fue sacerdote y párroco de la Parroquia Sagrado Corazón de Loiola. Fue un hombre sensible, amante de la montaña y la naturaleza, apasionado de Aranzazu, seguidor de Oteiza. Se encontró con una parroquia y con un templo, además de obsoleto, sin personalidad, sin alma ninguna y con la necesidad de una reforma imperiosa e importante. Fernando se puso en ello. No realizó una reforma, no. Encaró y culminó una rehabilitación en toda regla: profunda, conceptual, artística. Transformó radicalmente la iglesia conviertiéndola en una iglesia de referencia en el patrimonio artístico de San Sebastián. La modernidad, la comtemporaneidad, la trasgresión fueron los criterios y la guía para darle la vuelta a un espacio gris y convertirlo en un espacio donde se respirase color, creación, recogimiento y luz. Mucoroa construyó una iglesia racionalista en un estilo tradicional propio de su época en 1949. El arquitecto Carlos Arruti, años después, en aquel momento, presidente de la Escuela de Arquitectos Vasco-navarros, asumió la rehabilitación del templo, y lo hizo con absoluta libertad, con sensibilidad y con sutileza. También lo sacudió, rompiendo totalmente con el exterior,  planteando un racionalismo conceptual que convierte a esta iglesia en una verdadera obra de Arte.

Fernando consiguió seducir a artistas de la talla de Álvarez de Eulate, que pintó un impresionante mural sobre ladrillo que preside el tempo. También se encargó de las  vidrieras, del Sagrado Corazón y de la Virgen con niño en piedra blanca de Hontoria (Burgos) en el Altar. El interior del Sagrario lo diseñó el propio arquitecto aunque la puerta corre a cargo de Antonio de Oteiza, hermano de Jorge. Estamos hablando de artistas de una talla y de un reconocimiento recogido en los libros de la Historia del Arte. En el caso de Antonio, no tan conocido, acaso por el peso tan grande de su apellido. Tanto el interior del sagrario como el propio altar juegan con la contraposición cuadrado / círculo y cóncavo / convexo. Conflicto que se resuelve por la Cruz. Este conflicto es una constante conceptual en la obra de Arruti. No es decoración, no es adecentar, no es ponerlo bonito…es crear, es Arte es concepto, es un estadio superior, es una intervención con intención y con altura. Fernando tuvo la visión de verlo, la intención de buscarlo, la capacidad de juntar voluntades, de formar equipos, de conseguir fondos, de seducir a los artistas, de entusiasmar al barrio.

Pero Fernando le pegaba a todo, incluída la música. Se preocupó de dotar a la iglesia de un buen órgano que consiguió por una donación de los jesuitas de Loiola (Azpeitia). Un flamante órgano de la Casa Walker, que presentaba algún problema y que de la mano del organero José María Arrizabalaga, llegó hasta Alemania para ser restaurado en la Casa Klais. De esta manera, Fernando organizó conciertos de órgano, abrió la iglesia a la música y a cualquier iniciativa artística y musical que se le propusiera. Recuerdo que el CD Loiolatarra organizó el primer concierto que el Orfeón Donostiarra enpleno ofreció en un barrio periférico de la ciudad con más de 100 orfeonistas. También recuerdo como desde la Casa de Cultura se le propuso organizar un concierto espiritual baptista de una comunidad estadounidense y aceptó con gusto. Fernando llevó con paciencia espartana los éxtasis religiosos a los que llegaban los baptistas durante toda su actuación. Se prepara la iglesia para la música haciendo lo  que hubiera que hacer, se realizaba el hecho artístico, y se volvía a colocar todo en su sitio como si nada. También huvo hueco para el teatro, para los títeres, incluso se atrevió a realizar algún “pinito” en danza contemporánea (hablamos de más de 25 años) en lo que hoy día se denomina un espacio no convencional.

Fernando era especial, tenía una cabeza abierta, plural, no censuraba, ni cortaba, ni prejuzgaba. Únicamente empujaba y apoyaba. Inspirado por el Concilio Vaticano II y por la teología de la liberación realizó una labor en su barrio cercana a la gente, siempre dispuesto a acompañar, a escuchar, a ayudar al que más necesitaba. Se metía en buenos líos porque para él lo primero era solucionar el “drama” que tenía delante y con el que empatizaba totalmente. Se jubiló con 75 años pero estuvo otros 12 años más realizando acompañamiento en los duelos de los seres queridos, ahí se especializó en sus últimos años de vida, hasta que ya no pudo más, su salud no se lo permitía. Fue una vida dedicada a Loiola, a la gente, al que lo necesitaba, fue amor, fue sensibilidad, fue dedicación, fue entrega, fue generosidad y fue cómplice de muchas cosas y de muchas gentes pero también fue complice del Arte. Y del Arte… todos deberíamos ser cómplices. Fernando lo fue. Y así se lo reconoce Loiola.

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