Y no es coña

Un festival es un millón de cosas

Cada festival, además de todo lo que se puede calibrar con medidas y pesos, contiene tantas cosas, circunstancias, descubrimientos y revelaciones que acumuladas todas podríamos decir que son inabarcables, que son más de un millón de situaciones, conversaciones, anécdotas o encuentros casuales o planificados que bien pueden ser el impulso o detonante de una producción, un amor, una colaboración o una amistad que se convierta en una complicidad en la manera de entender el mundo y la artes escénicas.

Acabamos de transitar por Cádiz celebrando la edición número cuarenta de su Festival Iberoamericano de Teatro que, entre otras muchas cosas, estrenaba dirección artística con Mónica Yuste, lo que nos inducía a analizar con detenimiento todo lo programado, en los escenarios, la calle y las actividades paralelas que forman parte sustancial de lo que conforma posteriormente la memoria colectiva de estos eventos que tienen una fácil narración estadística, pero que necesita de muchas mayores prospecciones fuera de lo ordinario para darle, con el tiempo y la reflexión, su entidad definitiva.

En primera persona vamos siendo parte de la comunidad circunstancial que se forma en cada festival donde exista una mínima parte convivencial. Cada individuo aporta su conocimiento, su experiencia, su metodología para analizar y su forma de expresarse que convierte los pensamientos y las impresiones en material comunicativo que es recibido por cada asistente de una manera personal e intransferible, como es lógico. Así, además de un millón de cosas, suceden cientos de lecturas diferentes de obras y convocatorias de cursos o talleres. Cada cuál con sus capacidades y sus herramientas recibe, degluta, analiza, siente y archiva en su memoria emocional o profesional todo lo sucedido, desde ese detalle pequeño en un desayuno, hasta ala asistencia a un mayestático espectáculo en el Teatro Falla, rodeado de público local, el genuino, el que nos ayuda a comprender algunas cuestiones básicas en todo acto programático que deba contar con la ciudadanía, además de con los especialistas que son, por definición, público cautivo.

Como he estado, he escrito, he pensado y despensado muchas cosas sobre este FIT de Cádiz, a lo largo de décadas, no estando siempre de acuerdo con ciertos detalles con su dirección, puedo asegurar, aunque parezca una simpleza que, lo más fácil, es programar espectáculos del ámbito iberoamericano. Es un obligación, pero acota de manera concreta en campo de elección Aquí entran unos factores mucho más delicados, la calidad, la representatividad, una serie de cuestiones que forman parte del ideario fundacional de este festival, por lo que hay que entender de las diferentes circunstancias de las dramaturgias en los diversos países que conforman ese ámbito. Y que probablemente si se tratara de un festival de mercado, con espectáculos mayúsculos unos pocos países, se logaba algo de un rango elevado en su calidad, pero si se debe dar cabida a todas las realidades, debemos aceptar que hay lugares donde el desarrollo escénico es bastante primario y que se deben convocar profesionales de ellos para que al compararse con otras realidades crezcan o, por lo menos, tengan contactos para ponerse a ello.

Por eso, en esta instancia, no voy a reseñar ninguna de las obras presenciadas. Puedo asegurar que era una programación bien ajustada a muchos vectores que concurren en cada festival, desde el tiempo, el presupuesto y tantos otros detalles que acotan las posibilidades reales de contratación en unas fechas concretas. Por lo tanto, la dirección artística ha propuesto obras al alcance de diferentes sensibilidades, con estéticas diversas y ha prevalecido el sesgo de la mirada de las mujeres y ha puesto algunos de los espectáculos iberoamericanos más brillantes de los últimos tiempos teatrales.

Pero me gustaría señalar algo que no es tan tangible, tan domesticable y es que por varias acciones directas creo que ha emprendido una línea que engarza con lo que fue históricamente y que, acomodado a las circunstancias sociales y culturales actuales, van definiendo un espacio de practicidad, de mercado y de reflexión. Valores añadidos que se deben, a mi entender, proteger para que no sea un acto mecánico de poner obras, esperar a los públicos y a otra cosa. Confío en que estas sospechas intuitivas basadas en hecho se manifiesten con claridad en la próxima cita, de aquí a un año.

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