Un relato conmovedor
IFIGENIA», es una obra teatral basada en textos homónimos de Eurípides y Esquilo, creada por la sevillana Silvia Zarco (filóloga clásica, profesora en un I.E.S. extremeño y dramaturga, que ya en 2021 había participado en el Festival con una versión libre de «Las suplicantes»). Dirigida por Eva Romero (directora de la Escuela Municipal de Teatro de Guareña, filóloga, activista y comprometida en la lucha por los derechos de las mujeres) y coproducida por la también guareñense Maribel Masón y el Festival, ha sido el noveno y último espectáculo teatral de la 70ª edición del Festival de Teatro Clásico de Mérida, representado en el Teatro Romano.
Sobre el mito de Ifigenia se sabe que es hija de Agamenón y Clitemnestra, y su historia más famosa está relacionada con el sacrificio en la ciudad de Áulide. Según el mito, los griegos estaban a punto de zarpar hacia Troya para recuperar a Helena, pero la flota se vio detenida por fuertes vientos contrarios. El adivino Calcas les reveló que la diosa Artemisa estaba enojada y que los vientos solo se calmarían si Agamenón –que había matado un ciervo sagrado- sacrificaba a su hija Ifigenia. Aunque inicialmente se opone, Agamenón finalmente accede presionado por el ejército griego y convoca a Ifigenia con el pretexto de casarla con Aquiles. Dependiendo de la versión del mito, Ifigenia es sacrificada o bien, en una versión alternativa, es salvada en el último momento por Artemisa, quien la reemplaza por una cierva en el altar y la lleva a Táuride, donde se convierte en sacerdotisa de la diosa.
Ifigenia representa el sacrificio, la piedad filial y el poder del destino en la mitología griega. Su historia también subraya los temas de la violencia y el sufrimiento, así como el conflicto entre el deber personal y la devoción religiosa o nacional. A través de los siglos, su poderoso mito ha sido reinterpretado en diversas formas artísticas y literarias. En el teatro Ifigenia está representada en diversas obras: Eurípides, es autor de las tragedias «Ifigenia en Áulide» (409 a. C.) e «Ifigenia en Táuride» (414 a. C.). En la primera, narra la historia del doloroso sacrificio. En la segunda, estudia su vida posterior donde se desempeña como sacerdotisa de Artemisa. Esquilo en la obra «Agamenón» (458 a. C.), parte de la trilogía de la «Orestíada», menciona el sacrificio de Ifigenia, que desencadena la furia de Clitemnestra y su eventual asesinato de Agamenón.
Posteriormente, Ifigenia ha inspirado numerosas versiones en diversas formas de arte. En teatro, destacaron «Ifigenia en Áulide» (1977) en versión del francés Jean Racine e «Iphigenia 2.0» (2007) del estadounidense Charles Mee. En cine, la película «Ifigenia» (1977) de Michael Cacoyannis es una destacada adaptación de Eurípides, que mantiene el tono trágico original con una cinematografía moderna. En el Festival de Teatro Romano de Mérida, se representó «Ifigenia en Tauris» (1991), dirigida por Codstas Tsianos, donde la compañía griega del Teatro Municipal de Larissa deslumbró con un montaje de gran ritmo y sencillez.
La «IFIGENIA», de Silvia Zarco, es una obra teatral nueva que toma prestados sus hilos de «Ifigenia en Áulide» y «Hécuba» de Eurípides, así como de «Agamenón» de Esquilo. Con una delicada fidelidad, Zarco entrelaza las antiguas tragedias griegas, convirtiéndolas en espejo de la violencia que habita en los corazones de hombres y mujeres, en ese tiempo lejano donde los mitos eran ley y los dioses dictaban el destino. La obra de esta sevillana/extremeña se adentra en las profundidades sombrías de aquellas historias antiguas, donde el conocimiento de las leyes divinas de Esquilo y las humanas de Eurípides se entrelazan, revelando la complejidad de una sociedad atrapada en un ciclo interminable de sangre y venganza.
En esta tragedia macabra, hombres y mujeres se encuentran en el mismo lado oscuro, compartiendo la crueldad con la misma intensidad. Es significativo recordar que en el texto son las mujeres, como sombras vengativas, quienes tejen el destino: Artemisa, la diosa que, en su furia, ordena la muerte de Ifigenia; Clitemnestra, la reina que, con sangre en las manos, silencia a Agamenón; y Hécuba, la madre doliente por la muerte de su hijo pequeño, que asesina al rey Poliméstor. En el fondo, recordando a Homero, todo comienza con el abuso de la hospitalidad -el crimen del troyano Paris- y el abandono del esposo -el crimen de la griega Helena-, provocando la ira de los griegos, que, cegados tanto por la venganza como por los intereses económicos subyacentes, desatan una tormenta de destrucción que puede entenderse como un atentado contra la vida misma, atrayendo inevitablemente el castigo divino, como un eco ineludible de la tragedia.
Lo cierto es que el texto de Zarco, experta en el conocimiento del mundo clásico grecolatino, es una tragedia equilibrada y de calidad, magistralmente escrita con un toque poético que la eleva aún más. Y tengo que decir, que aunque algunos podrían interpretar el texto bajo una lente feminista, especialmente al considerar también el asesinato de Políxena de la obra de «Hécuba», es difícil no ver en Ifigenia y Políxena la encarnación de un valor supremo, de una moralidad que lleva el respeto filial y el amor a la patria hasta el sacrificio final. Estas mujeres, firmes como estatuas de mármol, aceptan la muerte con una dignidad que desafía al tiempo. Reducir su grandeza a una reflexión sobre la violencia de género -algo que considero fuera de lugar en la propuesta del programa de mano y en declaraciones públicas-, hacer de sus muertes un eco campanudo de nuestras propias luchas –por muy respetables que sean- podría ser una simplificación injusta de un legado que resuena en diferentes épocas y contextos culturales. Esta obra está bien fundamentada (aunque solo al final, con pocas palabras, se puede entrever cierta reivindicación en femenino plural que late en el presente) y es una grata excepción frente a despropósitos ridículos como «Pentisilea» y «Penélope», que la compañía de Cimarro nos presentó comercialmente en el Festival hace pocos años, con la misma sutileza con la que se introduce un elefante en una cristalería, cortesía de Magüi Mira.
En la puesta en escena, Eva Romero ha concebido una tragedia como debe ser, sin las pretensiones de un espectáculo grandioso, quizás consciente esta vez de los exiguos presupuestos que Cimarro reserva para las producciones extremeñas. Hace dos años, emprendió un intento de producción con «Las suplicantes», donde su inexperiencia en el Teatro Romano -era su primer encuentro como directora en este grandioso espacio- se reflejó en un montaje que quedó a medio camino entre la intención y la realización. Sin embargo, en esta ocasión, se percibe la lección bien aprendida y el vasto conocimiento que ha adquirido de la tragedia griega. Esta vez, el montaje se ha enfocado en realzar la palabra, conjugándola con las variadas e imaginativas coordenadas estéticas que propone el texto, apoyándose en la poética vibrante de los diálogos y en los ecos expresionistas de los espectros de los personajes asesinados. Todos los elementos artísticos han resonado en armonía: la escenografía de Elisa Sanz, con sus imponentes rocas en la playa, bellamente iluminadas por Rubén Camacho, que orquestan el movimiento estético de los actores en diversos planos; los sobrios vestuarios de Elisa Sanz e Igore Teso; y la música sugerente de Isabel Romero, que logran juntos una depurada ambientación catártica, donde la tragedia fluye con una intensidad que crece y se despliega hacia el clímax inevitable. La dirección de actores, por su parte, subraya y enaltece la emoción evocadora de este cautivador espectáculo.
En la interpretación, todos los actores mostraron una entrega absoluta, en una labor impresionante de intensidad emocional. Juanjo Artero sobresale en su rol, encarnando al rey Agamenón con una regia caracterización, bordando sus gestos, movimientos y potente declamación, en su triste historia atormentada de dudas. No menos destacable está Bely Cienfuegos como Clitemnestra, una actriz a quien conozco desde hace más de 40 años y cuyas actuaciones siempre han sido sólidas. A su lado, María Garralón brilla igualmente como Hécuba, mientras que Néstor Rubio realiza un trabajo notable y agotador como Aquiles, vibrante de energía en sus luchas con la espada. Los otros actores también cumplen admirablemente sus roles: Laura Moreira (Ifigenia), Nuria Cuadrado (Políxena), Alberto Barahona (Ulises), Rubén Lanchazo (Poliméstor/anciano), Maite Vallecillo (Corifeo/esclava troyana), Gara Suárez (Ifigenia niña), y el coro de actores de la Escuela de Guareña, formado por Catalina Fernández, Fernando López, Guadalupe Gutiérrez, José A. Farrona y Teresa Maraña. Cada uno de ellos late con una energía distinta, contribuyendo a un ritmo de actuación equilibrado y coherente.
La representación, que fue seguida con un silencio casi sagrado por un público que casi llenó las caveas, culminó con cálidos aplausos.