Y no es coña

Un semana, un mundo

Podría escribir los preceptos más extravagantes, asumir la vida vinculada a las injerencias en lo cotidiano del ejército de batas blancas que te acompañan en este viaje por una instalación metafórica de montañas rusas con cambios de dirección realmente espeluznantes. Opto por una versión transitoria de una desmemoria activada por las imágenes de lo visto en los escenarios, de revisar de manera somera lo visto en una semana donde visitar a antiguos conocidos, a nuevos valores, a coetáneos que mantienen una llama encendida de lo posible, de lo factible, de lo realmente importante: el teatro como herramienta de convivencia.

Pido excusas a mi propia voluntad. Quisiera ser profundo, pero no soy capaz de ser voluntariosamente eficaz. Nombrar a todo aquello que he visto y me ha provocado una necesidad de pensar, de buscar entre lo obvio y lo secreto, aquello que esconde todo montaje, toda obra. Insisto en una idea básica en cuanto a los principios que deben orientar un ejercicio de análisis: nadie se ha equivocado. Todo lo que sucede en un escenario es fruto de un proceso de maduración de varias personas formadas en sus materias que han conseguido lo que se nos ofrece. Han tenido tiempo suficiente para analizarlo, para revisarlo, para hacer las variaciones oportunas y cuando se somete al acto mayor, cuando se convierte en obra de teatro con públicos todo está según sus decisiones.

Por lo tanto, insisto, no se puede volver a escribir una obra, ni a dirigirla ni a interpretarla. Lo que vemos es el material que debemos analizar y procurar una reflexión sobre lo obvio y lo técnico, lo subjetivo y lo formal. Y expresarlo con palabras que sean comprensibles, porque además de dialogar con la propia obra visitada y sus creadores, se establece, al ser publicada, una comunicación interesada con unas personas que la han visto o no, por lo que debe servir de aproximación no de sentencia.

Visto en el Teatro Quique san Francisco. Un texto basado en hechos reales, una dramaturgia escalofriante, una puesta en escena donde los cuerpos del elenco forman parte esencial del contexto, en una narración de hechos duros, que se resumen en que “La Ira” es un sentimiento que viene alimentado por abusos, maltratos, familias desestructuradas que a algunos individuos los lleva a ejercer una violencia vengativa que puede ser extraordinariamente cruel. Obra valiente, por el tema y la manera de presentarlo. Una creación colectiva del equipo actoral dirigida por José Martret. Diría que es un teatro que a los públicos jóvenes les puede interesar de manera expresa.

Sentí el paso del tiempo al ver a Pippo Delbono, caminando con dificultad bajando por la sala Negra de los Teatros del Canal hasta el escenario. “Amore”, es una espectáculo triste. Ese blanco final de todos los componentes del elenco se nos antoja debe ser el limbo. Mientras tanto su propuesta es una suerte de espectáculo de variedades. Números sueltos, encadenados, con Portugal y sus excelencias artísticas como elemento de cohesión. Fugaces momentos de una belleza desgarradora y una sensación de estar asistiendo a la confesión de un hombre atravesado por la melancolía. Una persona herida.

Probablemente vimos en el Teatro de la Abadía, uno de los textos dramáticos más elaborados, que destila tantos componentes en su analítica, que es casi inabarcable. “El cuerpo más bonito que se habrá encontrado en este lugar” De Josep Maria Miró, en manos de Xavier Albertí demostrando que la dirección es un acto creativo que debe metabolizarse en espacio, tiempo y, sobre todo, interpretación. Y en esta ocasión, Pere Arquillué es un monumento a lo concreto. Al cuerpo como contenedor y contenido de toda expresión escénica. Una manera de crear mundos, de generar en los públicos motivaciones para completar esa historia de un lugar del interior de un punto geográfico reconocible. Una rotonda que concentra el amor y la muerte. La libertad y la represión. Es una obra, un unipersonal coral, una delicia, una deslumbrante muestra del teatro en su manera esencial. Un texto, un actor, un espacio, luces, una leve música. Espectáculo total.

Vimos en los Teatros del Canal a La Ribot que sigue siendo una creadora fuera de toda calificación. En esta ocasión su propuesta, sin aparecer ella, “DIEstinguished”, es energía, reiteración, secuenciación de ejercicios, de rutinas, de movimientos que aparentemente no son otra cosa que ocurrencias, pero que en su evolución nos van contando asuntos desde la otra cara de la realidad. El uso del teléfono móvil donde ver el vídeo en directo como extra, para poder fijarse en detalles de los intérpretes, me pareció una sugerencia que acabó diluyéndose, porque no se puede estar a dos miradas a la vez.

Ana Zamora es una de las directoras más fecundas de la nómina actual. Especializada su compañía Nao d’Amores en la investigación del teatro barroco, sus propuestas vienen siendo un teatro contemporáneo de una calidad inusitada. “El castillo de Lindabridis” de Calderón de la Barca, en el Teatro de la Comedia, es una muestra de cómo convertir un texto aparentemente anodino, clásico en todo su sentido, en algo que aplicando su capacidad imaginativa, sus recursos formales ya testados anteriormente en vestuario, escenografía que se mantienen en diálogo coherente con la interpretación y la música, nos ofrecen una obra para disfrutar de algunas de las figuras literarias propuestas por Calderón y, sobe todo, una puesta en escena envolvente, para llegar a los públicos actuales.

Acabé la semana en el Teatro Fernán Gómez, en un estreno no oficial de “La Regenta” de Leopoldo Alas, “Clarín” adaptada por Eduardo Galán y dirigida por Helena Pimenta. Una adaptación sincrónica. Un montaje ligero. Una interpretación desequilibrada, con alguna actriz descomunal y algún actor bien ajustado a su rol. Está en rodaje, se solucionarán algunos desajustes.

Todo esto lo pude presenciar en un Madrid donde se han conocido los últimos nombramientos en teatros públicos de titularidad del Ayuntamiento y los contratos con las cantidades a percibir. Este es un buen tema para analizar. Porque hay unas diferencias notables y sorprendentes entre los dimitidos y los recién llegados.

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