Un Tiresias que arroja más luz que sombras
Tiresias», es un texto teatral firmado por el madrileño Joan Espasa, en colaboración con el sevillano José Manuel Mora y la escurialense Carlota Ferrer (quien lleva la voz cantante y hace a su vez de directora, coreógrafa y actriz). Coproducido por Draft.Inn Producciones y el Festival. «Tiresias» que dramáticamente arroja más luz que sombras ha sido el octavo espectáculo teatral de la 70ª edición del Festival de Teatro Clásico de Mérida, representado en el Teatro Romano.
Tiresias es una figura fascinante y compleja de la mitología griega, conocido por ser un adivino ciego con la capacidad de predecir el futuro. Su historia, rica en mitos y leyendas, aparece en varias obras literarias de la antigua Grecia, como la «Odisea» de Homero, la «Metamorfosis» de Ovidio, y las tragedias de Sófocles y Eurípides. De origen tebano, Tiresias fue un profeta respetado en toda Grecia. Existen varias versiones sobre cómo perdió la vista; en una de ellas, la diosa Hera lo cegó después de que interviniera en una discusión entre ella y su esposo Zeus sobre quién experimentaba más placer durante el acto sexual: el hombre o la mujer. Tiresias, quien había vivido como hombre y como mujer (tras haber sido transformado por Hera en mujer durante siete años debido a un incidente con dos serpientes), afirmó que las mujeres experimentaban más placer. Como compensación por su sinceridad, Zeus le otorgó el don de la profecía. La ceguera física de Tiresias, marcada por experiencias extraordinarias, se contrasta con su visión espiritual, simbolizando la sabiduría y la tragedia de la verdad, así como el doloroso conocimiento que conlleva desafiar a los dioses.
En el teatro clásico griego y romano, no existe una obra dedicada íntegramente a Tiresias. Solo aparece como un personaje importante en varias obras, como en «Edipo Rey» y en «Antígona» de Sófocles, y en «Las Bacantes» de Eurípides. Sin embargo, el mito de Tiresias ha inspirado diversas obras teatrales modernas. Entre ellas dejaron su huella significativa «Las tetas de Tiresias» (1947) de Guillaume Apollinaire, pieza surrealista que aborda temas de género y transformación de manera abstracta, y «Tiresias» (2010) de Kate Tempest, que fusiona elementos contemporáneos con el mito clásico, explorando cuestiones de identidad, género y poder. En el Festival del Teatro Romano emeritense Tiresias ha sido protagonista en varias ocasiones. Lo recuerdo en escenas memorables, como la interpretación magistral que hizo de él Juan Luis Galiardo junto a Ernesto Alterio (como Edipo), demostrando el contraste que se produce cuando se enfrentan dos personajes regios, en un «Edipo Rey» dirigido por Jorge Lavelli (en 2008), y en escenas penosas, como la interpretación de Meme Tabares, dando un grotesco Tiresias, demasiado vociferado (que a través de los micros fluía en caótico desaliño oral), en «El viaje de las Heroidas», basada en Ovidio y dirigida por Cristina D. Silveira (en 2011).
En la obra colectiva de Espasa, Mora y Ferrer se ve en el escenario que exploran la complejidad del mito de Tiresias, un personaje que actúa como intermediario entre dioses y mortales, y que experimenta una transformación de hombre a mujer y viceversa como resultado de un castigo divino. La obra se estructura en dos partes: la primera aborda el don de la adivinación de Tiresias, y la segunda se enfoca en las consecuencias de este don, destacando su papel como un profeta que revela verdades incómodas que nadie quiere escuchar, lo que le genera una sensación de impotencia. El texto, descrito como «complejo y completo», integra fragmentos de las obras grecolatinas mencionadas en las que participa Tiresias; y presenta al hombre/mujer interpretando al profeta, narrando historias cuyas verdades mantienen una vigencia innegable debido a la incapacidad humana para aprender de los errores del pasado. Se enfatiza cómo Tiresias, con su don, observa que la historia se repite, mientras los hombres tropiezan constantemente con la misma piedra. La obra, en fin, pretende profundizar en temas filosóficos universales a través del adivino, a quien pondrá en valor como algo presente que se enfrenta al poder y sus intereses. Todo esto se desarrolla en un viaje que combina lírica, humor y danza.
Con este «Tiresias», el Festival sigue ofreciendo espectáculos de nueva creación basados en mitos grecolatinos, lo cual considero válido. Sin embargo, me pregunto si estas obras contemporáneas están a la altura de las grandes creaciones clásicas de Grecia y Roma. En la mayoría de los casos que he visto, creo que no. Aunque «Tiresias» presenta una temática atractiva, su trama se aparta por momentos del mito original de manera antojadiza. En lugar de profundizar en los aspectos universales y duraderos del mito, la obra introduce detalles arbitrarios y superficiales, como los defectos personales de Tiresias (quien en esta versión es presentado como bisexual femenino y con pies planos) y los de los dioses, que reflejan las facetas más mezquinas y absurdas de los prejuicios sociales actuales, un enfoque que resulta ya gastado y falto de originalidad. Igualmente pasa en esa forma que tiene que ver con la lucha activa de defender el feminismo. Aunque la trama tiene potencial, le falta la ambición textual necesaria para desnudar, como lo hace la tragedia clásica, las miserias humanas y ofrecer una crítica social relevante. El mensaje central, que aborda la búsqueda de la verdad y la forma en que cada persona decide enfrentarla -ya sea proclamándola o guardándola en silencio- requiere mayor cuestionamiento y profundidad para poder resonar con la misma intensidad que las obras clásicas de las que intenta inspirarse.
En la puesta en escena, Carlota Ferrer, discípula destacada de los creativos modernos Krystian Lupa y Àlex Rigola, demuestra su habilidad para crear paisajes poéticos que estimulan la imaginación en los diferentes espacios del Teatro Romano, sin recurrir a elementos escenográficos superfluos. Ferrer imprime un lenguaje estético altamente elaborado en las escenas seleccionadas de las obras clásicas, las cuales se entrelazan con fragmentos de escenas modernas de su invención. Estas últimas parecen buscar una ilustración analógica de las escenas clásicas, utilizando simbologías que, aunque complejas, evitan caer en el artificio. No obstante, estas pueden resultar difíciles de comprender para quienes no están familiarizados con los mitos clásicos, y aún más con sus reinterpretaciones contemporáneas. Un ejemplo de esto es la aparición del toro de Osborne en la escena de la muerte de Tiresias, cuyo simbolismo pueda parecer que procede de un onanismo mental de la directora, que en el público ni siquiera entiende la madre que parió a Panete (una intelectual asidua a las representaciones del Romano). Lo mejor del trabajo de Ferrer se encuentra en la dirección artística de las escenas clásicas. Sin embargo, es importante decir, porque Ferrer es nueva en la dirección de este espacio romano, que la idea de utilizar en él esos múltiples lugares escénicos ya había sido explotada en numerosas ocasiones, desde en la versión de «Lisístrata» de Martínez Mediero, montada en 1980 por la compañía «Torres Naharro» del Centro Dramático de Badajoz.
Lo más destacado del espectáculo fue, sin duda, la interpretación de los integrantes de esta compañía multidisciplinar, quienes desplegaron un amplio abanico de recursos expresivos, dominando con precisión los movimientos, gestos, declamación y algunos cantos y danza. Su capacidad para desdoblarse en múltiples roles funcionó a la perfección, brillando en una frenética y bien construida secuencia de acciones que mantuvo un ritmo e intensidad creciente hasta alcanzar el clímax. La función estuvo a cargo de Anabel Alonso (Tiresias), Carlos Beluga (Zeus/Mensajero 2/Ulises/Dionisio), Alfredo Noval (Narciso/Edipo/Hemón/Penteo), Ana Fernández (Hera/Ágave/Yocasta/Ismene), Carlota Ferrer (Manto/Antígona/Atenea), Paula Mendoza (Eco/Mensajero 1) y Alberto Velasco (Cariclo/Cadmo/Creonte/Pastor). Sin embargo, cabe destacar especialmente la magnífica interpretación de Anabel Alonso, quien proyectó un estilo eminente, sublime, poético y humorístico de su personaje trágico, que pasa por todas las vicisitudes aguantando su insólito y doloroso destino por imposición divina.
En resumen, fue un espectáculo de dos horas, complejo y lleno de matices, que logró brillar más que oscurecer. A pesar de algunas dificultades de comprensión, la mayoría del público reconoció el esfuerzo y la entrega de los actores con un aplauso de tres minutos y medio, celebrando su talento y dedicación.