Y no es coña

Una silla supletoria

Pasé por FETEN, esa maravillosa Feria donde se presentan espectáculos para públicos familiares y experiencias para niños y niñas que es el primer encuentro gremial de importancia y que tiene una grandiosa virtualidad: se dan las pistas necesarias para la programación en esta franja de espectadores de casi toda la temporada. Estuve unos días, los espectáculos que seleccioné eran de medio formato, por las calles me topé con muchas imaginería, lo importante es el gran ambiente entre los profesionales. Pude saludar a muchas perdonas queridas y admiradas.

Fue en el hotel de Gijón dónde descubrí una circunstancia temida, sospechada por mis fugas metodológicas, y es que alguien con el que coincido en tantos lugares me pregunta sobre un espectáculo al que él me proporcionó una invitación. Y me espeta solemne que no había dicho nada y que entendía que no me había gustado. Es de los que sabe que tengo una estructura de defensa de la coherencia que es no decir nada de aquellos trabajos que presencio y me parece que no son recomendables, pero que no quiero, ni por asomo, perjudicar. Es una postura algo cobarde, muy paternalista, soberbia incluso, pero que decidí comportarme de esta manera hace muchos años, cuando la renuncia a una crítica significaba un cobro menos, es decir que incluía la actitud una renuncia económica. En ello estamos.

Y es que debo confesar que empiezo a sentir una rara sensación. Puedo publicar una crítica muy elaborada, de muchos caracteres, que se publica inmediatamente en los medios vascos donde yo colaboro desde hace décadas y tener una repercusión relativa, pero que, si en las redes sociales que uso, pongo un comentario se expande de manera inmediata, lo que resulta más efectivo, pero a la vez, una contradicción absorbente pues yo abogo por la reflexión pausada, no la impresión y su manifestación a partir de ocurrencias. Ello me lleva a esforzarme en esos comentarios y, en ocasiones, por circunstancias temporales, me guardo opiniones de obras y espectáculos para comentar en estas homilías luneras, pero siempre, por razones de instinto periodístico acaban contaminándose por cuestiones de política teatral o de sus ausencia que se convierten en asuntos colaterales que me atrapan y no soy capaz de liberarme.

Para seguir con el tema de estas semanas pasadas. Me han comentado los extras que cobra Alfredo Sanzol en el CDN, además de sus buen sueldo mensual por cada escritura de un texto y cada dirección. Cuando los compruebe oficialmente, los publicaré. Quiten el nombre del titular de estos momentos, pero me encantaría que los gremios de escritoras y directoras opinaran sobre estas cantidades que cobran, además, del sueldo ordinario. ¿Está dentro de los cánones habituales o van por los máximos? Creo que es un tema serio, porque la desigualdad es tan grande que empieza a parecerse a un gran escándalo.

Un escándalo en positivo son las programaciones que ofrecen algunas salas alternativas de Madrid. Es dónde, en términos generales, se pueden encontrar propuestas de riesgo, comprometidas con la realidad, estéticamente fuera de la convención más retrógrada, con autoras, actrices, directoras jóvenes o no tan jóvenes, pero que andan en la búsqueda de nuevas maneras de relacionarse con unos públicos diferentes, asunto que debería preocupar a las autoridades competentes, si es que lo fueran.

La otra noche en el Teatro del Barrio, sala que frecuento gracias a la generosidad de sus cooperativistas, responsables y artistas, viví una de esas experiencias inolvidables. Se ofrecía “Encerrona”, un magnífico espectáculo de Pepe Viyuela, potentísimo, fascinante, con algunos de sus números clásicos, que se convierten en dos horas de una intensidad desbordante. Está en plena forma, es capaz de mantener la atención desde el segundo uno, hasta que se va, como quien no quiere la cosa. Se da la circunstancia que yo vi a Pepe Viyuela, cuando ese teatro se llamaba Sala Triángulo, era, justo la mitad que ahora en términos espaciales, y él llegaba desde Logroño, con su silla para hacernos disfrutar. Hoy, lo digo sin prejuicios, me parece uno de los grandes payasos universales. Su vida de actor es plena, magnífica, pero como payaso podría ocupar cualquier escenario o pista de circo con proyección universal.

Pero la verdaderamente importante, a mi entender, es que cuando se quiere se puede. Y hubo un problema lógico de audiencia, y llegó un momento en el que los responsables del teatro me llamaron para indicarme una circunstancia de exceso de compromisos solapados, y pedirme si podía cambiar de día mi invitación o, como me habían dado dos invitaciones que la reducían a una. La otra persona que iba conmigo era otro hombre de teatro, otro payaso, que había trabajado junto a Pepe hace unos meses. Le expresé a la persona que me llamó el mismo sábado de todas las circunstancias, entre ellas que ya sufrí un trauma cuando se suspendió otra actuación por el fallecimiento de su madre. A las horas recibí un mensaje diciendo que todo estaba arreglado, pero que alguien debía estar en una silla supletoria. Ese alguien, por estructura ósea, fui yo y se produjo el milagro, una silla en la última fila, justo en la entrada de la cabina técnica, centrada, cómoda, mis piernas extendidas, me sentía en un palco real. Una maravilla. Voy a solicitar esa localidad de manera habitual.

Y si miran bien la cartelera, verán que hay unas salas que proponen teatro contemporáneo en términos absolutos, textos potentes, riesgo, ilusión, compromiso y lo hacen sin red protectora para la caída económica. Gente que ama el teatro, que se arriesga, que se lanza. Y me parece que empiezan a existir públicos que buscan esa relación con el Teatro. Y eso es un buen síntoma. O así lo veo yo desde mi silla supletoria.

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