Viaje alucinante
Salimos de la Central del Circ. Son las siete de la tarde y el azul del cielo de Barcelona está eléctrico. Damos la espalda al mar y andamos con el crepúsculo a cuestas hasta la entrada del metro del Fórum. Mi amiga Anna y yo hemos asistido a un ensayo abierto de la compañía Atempo Circ. Está siendo un día duro y hablamos y hablamos sin parar de esto y aquello, de todo lo que hemos cerrado y de lo que tenemos por resolver, que es bastante y nos agobia. A unos pasos de la boca del metro, nos da envidia el buen rollito que se traen unos skaters que se nos cruzan y decidimos dejar de hablar de trabajo.
Nos dirigimos al centro. Bajamos en Jaume I y de allí caminamos hasta la calle Comerç, la función es en el convento de Sant Agustí. Hoy toca programa doble. La compañía Insectotròpics presenta su Caperucita Galáctica. El título me atrae y asusta a la vez.
Disfrutamos del paseo. La temperatura es muy agradable. La primavera se está anticipando. La ciudad está de buen humor, el fin de semana ha empezado.
Llegamos al convento y la entrada me hace pensar en el relato de H.G. Wells La puerta en el muro. Tras aquel modesto portal se esconde un espacio asombroso, un oasis en medio de la gran ciudad, el claustro gótico es extraordinario. Cruzamos el patio –los artistas están ultimando los preparativos para la función que dará comienzo una hora después- para llegar al bar del centro cívico.
Los clientes son básicamente papás, mamás y niños. Modernos. Tirando a ‘culturricos’. Nos pedimos una cerveza artesanal –abunda lo ecológico, biológico y natural-, un par de deliciosas empanadillas de carne picante y salimos fuera a buscar mesa. Una vez sentados, Anna me propone jugar a las historias. Jugar a las historias es jugar a inventarse, a fabular sobre las vidas de la gente que nos rodea. Será también que llevamos ya muchas horas juntos…
Son casi las nueve. Recogemos nuestros trastos y nos acercamos a la escena. El espectáculo comienza con unos quince minutos de retraso. Nos terminamos sentando en el suelo. Me siento como en casa.
La Caperucita galáctica empieza y por mucho que queramos no hay marcha atrás. Iniciamos un viaje delirante, hipnótico, psicotrópico. La pieza se elabora en directo, cada miembro aporta su lenguaje, su profesión –Insectotròpics reúne a tres videoartistas, dos pintores, un músico, un narrador y una actriz- y el resultado es una koiné portentosa.
Una cámara frontal recoge la imagen de los pintores en acción que se proyecta en una primera pantalla ubicada muy cerca del público; otra cámara toma imágenes de la actriz que interpreta a Caperucita delante de otra proyección, una segunda pantalla que en determinados momentos del espectáculo se convierte en marco del trabajo de sombras que la actriz también asume; y, para finalizar, una tercera proyección –la que ocupa más espacio- se lleva a cabo en la pared del claustro que marca el fondo de la escena. En esta realización se mezclan las imágenes del trabajo de la actriz con las del material que elaboran en directo los pintores.
De esta manera, la historia de Caperucita y el Lobo –imprevisible aquí por rota y surrealista- avanza vibrante entre planos, lenguajes y metalenguajes, catapultando al respetable a múltiples territorios referenciales. El relato de Wells me vuelve otra vez a la cabeza. Pienso también en la televisión de los años ochenta, en la televisión de cuando era un niño: en la Bola de cristal, en aquellas estupendas películas de animación checas de La 2, en el gran Planeta imaginario; de igual forma en Albert Pla, Jaume Sisa, Javier Mariscal, incluso en la Fura dels Baus.
Va pasando el rato y el suelo empieza a estar frío, devolviéndome por un momento a la realidad. Cambio de posición. En escena la actriz se esconde detrás de su pantalla y se desnuda. Un señor mayor, de pie junto a la pasarela y con un ángulo de visión no sé hasta qué punto estudiado, alucina con las contorsiones que realiza la actriz.
El viaje estalla en una apoteósica escena final de ‘body painting’. De la tecnología punta nos trasladamos al rito ancestral. A su salida, Caperucita es coronada Lobo. Esta es la imagen que cierra el espectáculo, en una especie de orgasmo colectivo.
El público está tan alucinado como el señor mayor de hace un rato. Y contentísimo. Aplaude a rabiar. Muchos avanzan dirigiéndose a los artistas. Se oyen muchas felicitaciones.
Busco a Anna y busco entre mi bolsa el foulard azul que me he cogido al salir de casa esta mañana. Sopla una brisa casi fría que nos termina de sacar de la ensoñación. El claustro se va vaciando poco a poco. Salimos y paseamos un rato más. Anna tiene la moto cerca de la oficina y yo voy en metro. Nos despedimos. Ha sido una tarde estupenda.