Si lo crees lo creas

#ymequedotanpancha

El otro día me preguntaban por whatssup: «oye, ¿cómo se ensaya una obra de teatro? ¿Te aprendes el texto y lo vas diciendo? ¿Cómo se hace el teatro?» y yo pensé «Wow! ¿Y cómo coño le explico yo a ésta por whatssup un asunto tan… tan… tan de tesis doctoral?» ¿Se imaginan? Yo: «Bueno existen unas cientos de miles de técnicas distintas a la hora de trabajar actoralmente, está la rama de los alumnos infinitos de Stanislavsky, los Grotowsky, y bla bla (#vuélveteloca) pero dependiendo de los diversos estilos teatrales, las atmósferas, los textos y las propuestas escénicas pues ponte a inventártelo todo con la creatividad que Dios te ha dado…» y cuando has acabado de escribirle la retahíla de tus grandes conocimientos dramáticos ves que la última conexión de la colega fue hace 37 minutos. Así es que después de quedarme bloqueada unos 15 segundos sin saber muy bien qué decirle le escribí: «¡Muchacha! ¿Estás flipando? Mira, vente a verme a #LACURA, el espectáculo que estrenaré el 2 de Noviembre en Los Teatros Luchana y después me preguntas lo que te dé la gana…»

#ymequedétanpancha

Qué cosa tan curiosa y maravillosa es el teatro. Los que se dedican a esto lo saben, pero los que no, ¿cómo explicarles algo, aparentemente sencillo, como la forma en la que ensayas? Cuando uno hace un informe, escribe un texto, construye una casa, ordena un almacén, graba una película o limpia un depósito, el resultado del proceso, por muy largo que sea, se hace obvio casi al instante. Uno puede ir construyendo piedra por piedra o frase por frase, y el trabajo queda incrustado en la realidad de manera permanente, digamos, siempre que no volvamos atrás o desechemos lo construido. Pero en el teatro ¿dónde quedan las horas de ensayos, los movimientos, el sudor, las palabras, las marcas, las imágenes o los recuerdos? En cuanto se acaba el ensayo vuelve a desaparecer. Todo juega un papel trascendental como en la propia vida. El momento que verdaderamente importa es el del encuentro con el público, efímero y vulnerable, ante los miles de factores circunstanciales. Las horas de trabajo se materializarán de una forma no concreta ni estandarizada. Una vez hecha la función vuelve a desvanecerse, y entonces la gente pregunta: «¿cómo ensayan esto? ¿Y si mañana vuelves a hacer la función cómo hacen para que parezca que está viva? Y si la obra es la misma y ustedes están haciendo prácticamente lo mismo, ¿cómo es posible que un día sea un éxito y al siguiente un truño?». Y yo pienso: «No tengo ni puta idea.» Pero les digo: «Magia, es una cuestión de magia»

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Y es que los de este lado sabemos lo que es la magia teatral, esa mezcla rigurosa de concentración, pasión y sentido lúdico del trabajo duro, mezclado con una pizca de la otra magia, la de verdad, esa en la que muchos no creen.

En esta profesión, sin la fé en esa magia estamos jodidos, porque cuando está en el centro de un escenario, con un foco en toda la cara y un público atento que te mira expectante, por muchas horas de curro, autoestima o másteres de interpretación en el extranjero, como no creas que hay algo más grande que tú que lo mueve todo y que «pase lo que pase» durante el espectáculo podrás sacar a la luz el espíritu de la función… ¡apaga y vámonos!

Vaaaale… llámalo «magia» o llámalo «por mis cojones».

Qué cosa tan curiosa y maravillosa es el teatro.

Por cierto, ¿qué hacen el día 2 y 3 de Noviembre? ☺

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