Rebel delirium

Zippos Circus necesita mejorar

El circo aparece en la sección de política de los periódicos ingleses. Hace un par de semanas, el gobierno británico, contra todo pronóstico, presentó los planes para reformar la ley que regula la presencia de animales salvajes en los espectáculos circenses, rechazando de este modo la vía de la prohibición. Parece ser que el gobierno austríaco prohibió por ley la presencia de animales salvajes en los circos de su territorio y la UE ha dicho que la sentencia es ilegal. Con este precedente, el gobierno británico, que tenía encima de la mesa encuestas que rebelaban que el 95% de la población inglesa está en contra de la presencia de animales en el circo, evita otra advertencia de la UE, pero se compromete a endurecer la ley. Las asociaciones de circo tradicional se alegran mientras que las animalistas se enfurecen. Y más, cuando aparecen casos como el de Northamptonshire, al norte de Londres, donde hace un mes aparecieron unas imágenes de un cuidador golpeando indiscriminadamente a un elefante. Ojalá esta ley británica sirva para que este tipo de conductas no queden en el olvido o en una simple advertencia y se endurezcan las normativas de transporte adecuado de los animales, que se cumplan los horarios de descano, se revisen las jaulas, etc. Me pregunto si la normativa, a parte de garantizar que no se maltraten los animales y que estén en condiciones dignas, dirá algo sobre el interés y el valor artístico de los números con animales, una cuestión para mi esencial, puesto que al fin y al cabo, nos sentamos en una carpa para ver un espectáculo. Realmente es un tema espinoso. A mi modo de ver, el gobierno británico hace bien cuando regula y se olvida de la vía de las prohibiciones. Y además, con este gesto, se acuerda de su historia, puesto que los orígenes del circo moderno se remontan a mediados del sigle XVIII en Londres, cuando se presentó por primera vez un número de pista con caballos, acróbatas y payasos. Recomiendo para quién le interese el tema, la lectura de distintos artículos que aparecen en el número 24 de la revista Zirkólika (2010), que analiza con detalle esta realidad.

Y hablando de circo, me gustaría comentar algunas cuestiones del último espectáculo de la mítica compañía inglesa Zippos Circus que actualmente presenta «Horsepower» en numerosos parques de Londres. Esta compañía no se ve afectada por la nueva normativa citada, puesto que ellos no trabajan con animales salvajes, pero sí con caballos. A pesar de esto, el grupo no se libra de tener a numerosos activistas a la entrada de la carpa (algo también típicamente británico) repartiendo flyers en contra del uso de cualquier animal en las pistas de circo: «this is not fun», se dice en los folletos.

Zippos Circus es una de las más grandes y populares compañías inglesas. Lleva más de 25 años en la carretera pateándose todas los ciudades y pueblos de la isla, desde Portsmouth hasta Aberdeen. Fundada por Martin «Zippo» Burton, la compañía combina elementos del circo tradicional con el circo contemporáneo. El espectáculo «Horsepower» tiene, aún así, muy poco de contemporáneo, en el sentido de que no hay ningún tipo de dramaturgia, ningún hilo argumental, sino más bien se trata de una concatenación de números sin aparente discurso mermados de emoción. Nada ayuda: una música desastrosa, una iluminación pésima … y se aprecia cansancio en los artistas, sobretodo por parte de los payasos. Destacaría como algo positivo, la presencia del Ringmaster (maestro de cerimonias) Norman Barrett. El director del espectáculo, en el programa de mano, dice, «he is the greatest man in Circus British», toda una institución. Barrett empezó a los doce años presentando un número equestre y desde entonces lleva más de 60 años pisando pistas de circo. Es un auténtico profesional y un gentlmen: sabe divertir al público infantil de forma inteligente tratándolo de manera adulta. Y además, tiene un número delicioso con unos periquitos que se balancean, se persiguen unos a otros dentro de una rueda y hasta conducen uns cochecitos. ¡Adorable! Lo demás, todo muy justito. Técnica insuficiente y muy poco riesgo en los números aéreos de telas y trapezio. El malabarista Nicolas Souren demostró sus habilidades con las billas y demás, en el que no debía ser su día, porque se le cayeron un par de veces y se le veía sufrir de dolores de espalda. Una pareja germano-argentina hacía todos los papeles de la obra: bailes flamencos, tangos argentinos, juegos icarios encima de en una Harley, etc. La presencia de los caballos tuvo un valor artístico más bien mediocre. El espectáculo acababa con un número espectacular protagonizado por tres motoristas metidos en un estructura circular, dentro de la cual no paraban de vueltas a toda velocidad. Mucho ruido, muchos caballos, pero nada de magia.

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