Zona de mutación

Cromaturgia

esa mujer de luto

El proceso político tiene caracteres ectópicos, que resultan ilustrativos desde que ciertos datos que se espera se manifiesten en un lugar terminen por hacerlo en otro donde no se los esperaba. El juego de las interpretaciones de los mediadores que procuran contra-anticipar tales expresiones de la realidad, ya para apoderarse del control comunicacional de los hechos, ya para evitar que aquellos que al ganar elecciones con un perfil decisionista, se queden desde el poder constituido con la imagen que por división de obviedades le corresponde al crítico, quien podría seguir acomodando su condición de ‘progre’ mediante el único secreto de estar siempre en contra, por si las moscas. Porque estarlo sería una garantía ética de bienpensante. Sin contar el riesgo de verse vaciado de contenido, cuando por imagen, es el legítimo detentador del porte pseudo –transformador que su posición ‘en contra’ le procura, lo que suele manifestarse con el plus de pingües dividendos. Pero cuando la carne óptima para una crítica, aparece oficializada en el gobierno al que se pretende denostar, la situación deviene en un verdadero intríngulis, en un un ‘cul de sac’ lapidatorio donde la fórmula del ‘oposicionismo’ se ve en figurillas para justificar posiciones por simple precedencia de ‘imagen’.

En otro plano, la correcta observancia al manual de fidelidad sectorial, sobregira aún más aquella irritante obviedad, si se miden las previsibles reacciones de unos contra aquellos otros que no pertenecen al propio sector sino, ¡oh Dios!, al de la contra. Fatalidad dicotómica si las hay.

De aquí uno que critica al otro porque éste no acepta a los que piensan distinto y a su vez estos recusando aquella acusación por ser funcional a los dictados del pensamiento único globalizado, ‘e cosí, la nave vá’. Es decir, parecieran orquestarse los análisis a partir de supuestos que en sí mismos no son otra cosa que equívocos, o al fin de cuentas como si se acusaran de las mismas culpas, lo que es una redundancia del tipo desesperante. Esto para en el mejor de los casos no tratar estos cargos como lisa capciocidad o mala fe. Así, una genial frase de Rosa Luxemburgo: «la libertad es la libertad para los que piensan de forma distinta», en el marco de esa equivocidad, daría pie para que mientras todos la usen (a la pobre libertad) como demanda frente a los otros, sientan que lo hacen de absoluta buena fe. Un gigantesco malentendido. Quizá así puede entenderse que cuando se opera prescindiendo de considerar tales equívocos, no se hace más que naturalizar el malentendido. Dentro de nuestro territorio Barba decía: «el teatro se nutre del malentendido», lo que, a más de ser un desafío a desentrañar la ‘clave paradójica’ que lo alimenta, llama también a trasparentar su sistema de equívoco deliberado.

Hay una imagen cercana, donde todo lo dicho inicialmente, opera de contexto. La presidenta argentina, depositaria de hecho de algunas de aquellas condiciones arriba descriptas, en una época en que ya no se cultiva el luto según viejas disposiciones o tradiciones, decide mantener el suyo a durante un lapso desusado. Basta la pregunta de por qué lo hace para resaltarlo como representación, ergo, como signo. Aquí, las claves paradojales entran a jugar con cierta intensidad. Así, el luto sostenido cuando ya nadie lleva luto, es la determinación del difunto sobre los hechos que él colaboró a instaurar. Con lo que el signo de ese luto no puede ser otra cosa que político. Y si en el juego decodificatorio inferimos que tal luto lo que trata es de no naturalizar el olvido, el mensaje para quien quiere entender se hace desafiante, provocativo hasta el chirriar de dientes. Llevar como estandarte la negrura, vaya y pase, pero ya ostentarla como un acto de pensamiento en sí, es otra cosa. Provocación que dispara una intensidad política crispadora hasta lo inimaginable, máxime para los enterradores de osamentas profesionales, a quienes la política parece sí haber naturalizado. De resultas que la ‘viuda negra’, la ‘araña negra’, según le endilgan a la mujer en ejercicio del poder los epitetómanos más cebados, se da el lujo de provocar plástica, pictóricamente, haciendo pensar que la llegada de los colores serán directamente un deslumbramiento para unos, como una catástrofe para otros, según el mencionado orden de obviedad sectorial. Ya a esta altura, el famoso negro de la magistrada, asume forma de lenguaje, y peor aún, de una locuacidad obscena para quien no quiere decodificarlo. Es que es en tanto lenguaje que porta pensamiento, eso es lo imperdonable. Es un luto que presupone el futuro de cuando el negro ya no esté, he ahí la paradoja. El futuro como promesa de los colores. Y los colores, cuando ocurran, no sólo equivaldrán a no olvido, sino que serán encarnados a su inevitabilidad, si se toma a cuento que la vida sigue.

Todos los que valoran políticamente a la presidenta re-electa, inconscientemente desean verla ya vestida vivazmente nada más que por la felicidad que le traería aparejada o por la simple impaciencia de los deseantes, así como para los contumaces detractores, equivaldría al mutismo de los inopinados lenguajes de que es portadora, vía directa a un merecido alivio. Para cuando la promesa que simboliza el negro culmine en tal eclosión cromática, se tendría certeza de algo que operaba como el recuerdo oculto de deseos ya vivenciados, el sueño de un cambio positivo. Soñar lo que ya está dentro de cada uno. La corporización ritual de los signos, señala que las procreaciones están en la matriz donde se espera que estén, en la que puede observarse de manera inequívoca el movimiento de parto de los espíritus hacia la alegría de otros panoramas.

Entre otros pigmentos de esta cromaturgia está sin duda el significativo homenaje que la democracia argentina le brindara al juez español Baltazar Garzón.

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