La voz antigua

De puertas y multiplicidades

Hay puertas que se abren, y puertas que se cierran. Hay puertas que en la noche aparecen de la nada, en el golpe, asaltando el espacio interrumpido tras el paso del impacto. Hay puertas que son las puertas de otros invitando a ser cruzadas. Hay puertas de goznes oxidados que resuenan a patio de castillo lleno de fantasmas.

En la vida hay muchas puertas, puertas que se abren automáticamente, puertas que sistemáticamente te dan en las narices, una y otra vez. Puertas que abres sin querer, sin saber muy bien después como cerrarlas. Puertas que nunca terminan de abrirse ni cerrarse, quedando para siempre entornadas. Las hay puertas del deseo. Desear es peligroso, a veces el deseo se hace puerta y te lanza a lo desconocido, sin red y al precipicio. Y las hay, puertas, que se presentan, una y otra vez, a lo largo de la vida mudando de apellido.

Alguien me dijo hace poco que debería dejar de abrir puertas, que mi curiosidad era infinita, pero mi vida no, que nunca llegaría a abrirlas todas si las seguía encontrando, a esa velocidad, en mi camino, que había puertas que a pesar del deseo, debían permanecer cerradas para poder llegar a destino.

No sé si estoy totalmente de acuerdo.

No sé si esas puertas son puertas-trampa, presagio de callejones sin salida y desvíos no autorizados, o puertas-ventana a nuevos caminos que enriquezcan el propio. No sé si quiero llegar a ningún sitio. A veces creo que la preparación para emprender el viaje puede llegar a hacerse eterna y convertirse en un fin en sí misma, perdiendo su identidad originaria de camino. Pero quizás sea ese el viaje, ese el destino, ese el lugar de llegada; el camino en sí mismo, con su caminar en tránsito, con sus puertas y sus sillas que nos invitan a parar.

Entiendo la necesidad de ser concreto y la necesidad de elección para seguir avanzando, pero también abogo por la multiplicidad y por el camino no único, por la dispersión en el caos que da lugar a esos pequeños destellos de genialidad que a veces nos acontecen.

Qué sería de nosotros, en el arte, sin la multiplicidad, qué sería de nosotros si nos dijeran: «mire usted, su pensamiento es demasiado complejo, necesita simplificarlo un poco para poder transitar en este mundo sintético, descomplejifíquese». Qué habría sido de Pessoa o de Machado si les hubieran dicho: «miren señores, sus heterónimos son muchos y complicados, deben renunciar a su multiplicidad, y ser uno, único y unitario, para que puedan ser comprensibles y aprensibles en esta sociedad del mínimo común múltiplo».

Esto no es una oda a la complejidad, sino un pequeño llamado a la des-demonización de la multiplicidad ante la necesidad del ser concreto. A veces habitamos distintos espacios al mismo tiempo, a veces se abren espacios dentro de nosotros que nos muestran otras realidades, a veces la realidad se disocia y somos dos al mismo tiempo, el ser que comparto contigo mientras te miro a los ojos y el que habita en ese otro espacio que se abrió en el mismo instante en que te abría la mirada. La multiplicidad existe y nos habita y nosotros habitamos en ella. Quién nos dice que la realidad más real de todas las que habitamos sea la madre nodriza, la realidad madre de todas aquellas que se subordinan a su orden primario y matriarcal de madre real. No lo sabemos, no lo sé. En los espacios multidimensionales de la conciencia o de los estados de conciencia, esta realidad, es una, uno más de los espacios que habitamos, una más de esas puertas que se abren, uno más de los pliegues del espacio, del cuerpo externo, en que vivimos.

Las puertas de la oscuridad

Las puertas de la creatividad

Las puertas de la locura

Las puertas de los espacios intermedios

Soy muchos pero no estoy loco, podrían/podríamos decir muchos.

Si algún día mi cuerpo decide dejar este mundo y si no me reencarno en lechuga o en señor de provincias, me gustaría reencarnarme en poeta y seguir abriéndole las puertas al viento.

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