Críticas de espectáculos

El alcalde Zalamea/Calderón de la Barca

Leer a los clásicos
Obra: El Alcalde Zalamea
Autor: Calderón de la Barca
Intérpretes: Roberto Quintana, Jordi Dauder, Pepe Viyuela, Clara Segura, José Luis Santos, Camilo Rodríguez, Raúl Pazos, Óscar Rabadán, Carmen del Valle, Fran Capdet, entre otros
Escenografía: José Manuel Castanheira
Vestuario: Mercè Paloma
Iluminación: Quico Gutiérrez
Dirección: Sergi Belbel
Producción: Compañía Nacional de Teatro Clásico y Teatre Nacional de Catalunya
Teatro Arriaga –Bilbao- 17-11-01
Ante montajes de esta categoría, se impone leer a los clásicos. No solamente que se recomiende la lectura de las obras mayores de la literatura dramática universal, sino que se recomienda a los directores que se lean los textos desde una disposición a realizar una dramaturgia que pueda servir al público de hoy y no se pierdan en florituras, adornos y versiones de dudosa autoría. Sergi Belbel, autor premiado y muy representado, no ha realizado adaptación alguna del texto, simplemente ha realizado una lectura que sin obviar ninguno de los conflictos y de las propuestas, enfatiza en una de ellas, no recarga los asuntos del honor y la honra, sino que los sitúa en el mismo plano de importancia que la lucha entre sociedad civil y presencia militar, entre la noción de Justicia emanada del pueblo, y hasta ejecutada, y el entramado de intereses que toda jerarquía dispone para poder ejercer una justicia apropiada a un ideal de poder, en donde lo militar es sagrado, y un alcalde no puede hacer nada más que dar posada a las tropas, un hatillo y lumbre, y nunca hacer prevalecer el orden legal establecido. Un asunto, aquí muy bien apuntado, que nos hace descubrir, un Calderón que además de su perfecta estructura dramática, se nos torna mucho más cercano, nos alumbra debido a esta buena lectura del director.
Pero si la lectura es buena, lo mejor es su plasmación escénica, desde una escenografía realmente magnífica de José Manuel Castanheira, que une la grandiosidad, el servicio, la evocación, la belleza y el concepto estético que sirva para el desarrollo dramatúrgico. Sobre la escenografía actúa una iluminación perfecta, deslumbrante, capaz de seguir el pulso emocional y poético de toda la obra, de Quico Gutiérrez, el gran maestro de las luces.
La propuesta que nos llega en coproducción de dos grandes centros institucionales, la Compañía Nacional de Teatro Clásico y el Teatro Nacional de Catalunya, da otra lección en el reparto. Ninguno son figuras televisivas o cinematográficas, y si lo fueron, se consultan, son actores y actrices modélicos en su trabajo, conjuntados por al dirección y que dan un vuelo espléndido al verso calderoniano, sin afectaciones, sabiendo salvar todos los problemas de exageración que al tragedia y el morbo pueden esconder. Y logran una perfecta actuación, con las lógicas diferencias, destacando Roberto Quintana, cada vez más completo actor en matices e intensidad dando vida a Pedro Crespo,, una sobriedad casi letal de Jordi Dauder como Don Lope y una candorosa e intensa interiorización del sufrimiento en Carmen del Valle como Isabel, y la capacidad para el juego y la cabriola de Pepe Viyuela como Rebolledo. Con la sala llena de público, disfrutar d un clásico con estas calidades es una reconciliación con el teatro en todas sus posibles dimensiones.
Carlos GIL

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