En cartel

‘La Verdad’ de Ignacio Apolo y Alejandra Toronchik en el CELCIT de Buenos Aires

Los sábados, hasta el 6 de julio se representa en el CELCIT de Buenos Aires ‘La Verdad’ una obra de Ignacio Apolo y Alejandra Toronchik en la que el mito de Antígona y su recreación en la tragedia clásica conviven con referencias a distintos hechos históricos, como la Semana Trágica de 1919 en Argentina.

 

¿La verdad existe? ¿Se puede llegar a ella? ¿Pero cuántas verdades hay? Los que investigan el pasado hablan de verdad histórica, los que hacen teatro de verdad escénica. Hay cientos de búsquedas diarias de la verdad, en todos los planos del conocimiento, y a menudo tropezamos con obstáculos que nos impiden llegar a ella. O cuando creíamos que la habíamos alcanzado de pronto se nos esfuma de las manos porque otro dato nos muestra que la que poseíamos no era exacta. Este trabajo que escribieron Ignacio Apolo y Alejandra Toronchk parte en su búsqueda de dos ejes: uno es la investigación que un diario le encarga a un periodista para que bucee en los famosos hechos de la Semana trágica, ocurrida en la Argentina de 1919; el otro es el propósito de un director teatral que quiere poner en escena «Antígona» y se pone a ensayar con su actriz la obra. Y en el simpl e acto de poner en movimiento la historia comienza a descubrir que hay vetas detrás del personaje central, o de los otros que la acompañan, Polinices, su hermano, o Creonte, que significan algo más de lo que se dice de ellos. Mediante este recurso, que entremezcla las dos búsquedas, y a la vez las enriquece o las resignifica con otras menciones (Diciembre de 2001 en Argentina, Matanza de Tlatelolco en México de 1968, Guerra de las Malvinas en 1982), se produce en escena un fértil juego de potencialidades y configuraciones de sentido de las que el espectador podrá sacar jugo en la medida en que las confronte con sus propias «verdades» o puntos de vista de esos sucesos. Hay que decir, que Apolo, que además de un excelente dramaturgo (es autor entre muchas otras obras de «Rosa mística», «El tao del sexo», «Posparto» o «El mal recibido») y docente, es un excelente director que, en esta oportunidad, como en otros montajes suyos, logra estimular el interés del público mediante atractivos mecanismos que estimulan en todo momento el pensamiento sobre lo que está ocurriendo en escena. Su teatro aspira a un nivel más alto de los procesamientos intelectuales del espectador sin por eso renunciar a los recursos emocionales o sensoriales. El elenco de la obra actúa en este espectáculo obra con total idoneidad profesional y entrega, consiguiendo resultados muy gratificantes para el asistente. Revista Cabal

«En La verdad, cuatro actores —Héctor Da Rosa, Teresita Galimany, Juan Lepore y Martina Carou— asumen el desafío de presentar historias que se cruzan, se superponen y confluyen como variaciones de un mismo tema. El mito de Antígona y su recreación en la tragedia clásica conviven con referencias a distintos hechos históricos, como la Semana Trágica de 1919 en Argentina. Los límites entre distintos tiempos, espacios e identidades, y entre relato mítico, literario, teatral y periodístico se desdibujan, y lo aparentemente inconexo se vincula a la manera de algunos cuentos fantásticos. Quizá se trate de un solo hombre, el inmortal, que es todos los hombres; tal vez haya una continuidad fatal de distintos niveles de ficción dentro de la ficción; quizás sólo haya un par de historias (la de Odiseo y la de Cristo) y el resto sean sólo versiones. Es posibl e que cada gesto del «azar» sea sólo una letra de una historia preescrita, o tal vez todo sea un juego de ecos y reflejos en una puesta en abismo al infinito. La obra de Apolo y Toronchik, como ciertas historias fantásticas, nos propone el ejercicio de poner en duda los límites como forma de acechar «la verdad».

Para comprender esta pieza, el espectador debe realizar una labor de montaje de fragmentos, repeticiones y simultaneidades que pone a prueba su entrenamiento en la vida contemporánea de zapping vertiginoso y polifonías constantes. Quizás la sensación de que algo se escapa sea un efecto buscado y parte esencial en la reflexión sobre la construcción de la verdad y los relatos. Lo cierto es que, ante esta obra, se siente la hermosa intuición de que la re-presentación teatral es un hábitat propicio para indagar analogías y continuidades a la vez insospechadas y familiares, escalofriantes y conmovedoras.

«Sin las Antígonas, los Creontes serían simples jefes de policía», afirma uno de los personajes de esta obra en la que se despliegan adecuados recursos de puesta en escena y actuación. Texto, trabajos actorales, escenografía, vestuario y otros elementos del espectáculo se suman a la cadena de «ecos» que ofrecen las historias, al igual que los espejos ubicados en distintos ángulos del escenario, en los que actores y público son reproducidos al son de la presentación fragmentaria de las historias y de la insinuación de la parcialidad de las miradas. Hay metáforas también en los muebles, tres piezas de madera rectangulares, escritorio, ataúd y caja de archivos; hay actores que encarnan personajes de espectadores, o de actores y directores practicando juegos teatrales de variaciones. Estamos ante el teatro dentro del teatro, la tragedia que persiste bajo cambios su perficiales, y el perfume de «la verdad» en representaciones sin fin». Carmen Campanario. Revista Otra parte

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