Críticas de espectáculos

‘Medusa, la guardiana’/Sara Baras/60 Festival de Teatro Clásico de Mérida

Mucho taconeo espectacular y poco más

 

Con «Medusa, la guardiana» una vez más se aprecia el caso de que las propuestas artísticas manifestadas en el programa de mano y entrevistas no justifican del todo la realidad de lo que luego sucede en el escenario.

En la historia del Festival, Miguel Narros (junto al coreógrafo Granero) y Salvador Távora han sido los directores teatrales que mejor han resumido y acomodado los contenidos trágicos de los textos grecolatinos al modo de espectáculos estructurados con ese alfabeto de expresiones mediterráneas que nos reconcilia con las raíces culturales del flamenco. Lo demostraron aquí, en el Teatro Romano, con magníficos montajes – «Medea», «Fedra», «Las Bacantes»- que casan oportunamente con ese arte. Sin embargo, ha habido otros montajes con propuestas de teatro-danza, escasos de conocimiento en la dirección escénica, cuyos espectáculos sólo se quedaron en el disfrute del baile y la música. Una referencia fue el «Prometeo» de Antonio Canales, en el año 2000.

Algo parecido a lo de Canales le ha pasado a Sara Baras en esta edición con el mito «Medusa, la guardiana», un espectáculo basado en la hermosa doncella sacerdotisa del templo de Atenea, violada por Poseidón y castigada por la diosa que, enfurecida por no haber defendido su virginidad, la desterró a una isla desierta, transformándola en aquella famosa Gorgona (monstruo con cabellos de serpiente y colmillos de jabalí, según la escultura de Cellini) que petrificaba a los hombres.

El experimento de la Baras –que firma el guión, la dirección, la coreografía y la actuación de la protagonista- prometía más de lo que ofreció: un reto personal en el que la interpretación estaría por encima del movimiento. Un reto de teatro-danza que naufragó al no lograr en la escena romana elevarse sobre los hechos de los que parte -encarnar a un personaje «que ha sido retratado por la mitología como una figura fea», que en su versión se presenta «con una dimensión menos monstruosa y alma de luchadora»- ni consigue una visión lúcida de esos mismos hechos. Acaso porque la artista ha elegido un tema desconocido por la mayoría del público, que sólo se aprecia si se conocen bien los textos de Ovidio y Píndaro, que la han inspirado. Y que aquí resultan más ininteligibles por el enrevesado tratamiento -donde la inmadurez en la dirección escénica se hace obvia- de un guión insuficiente que no llega a desarrollar netamente la recreación del mito.

En la puesta en escena no funciona bien al servicio de la narrativa dramática el rol del actor Juan Carlos Vellido (representando la conciencia), que sólo alarga ingenuamente la obra con un texto poético desacoplado y causa lagunas en la dialéctica de la expresión y en la perdida de ritmo. El actor, mal dirigido en sus movimientos y en su expresión oral (aunque goza de buen timbre de voz es incapaz de declamar bien el texto), no logra el distanciamiento preciso para comunicar el mensaje, resultando su presencia una trasgresión a la belleza expresiva del baile.

El espectáculo destaca en algunas coreografías, donde Sara Baras maneja el espacio con gran soltura y consigue excelentes instantes de plasticidad total del conjunto, un cuerpo de bailarines espléndidos en el que se aprecia una disciplina sobria, bella y estilizada. Hay escenas llenas de luz y ritmo como la danza de los guerreros que terminan petrificados por Medusa o los dúos entre la protagonista y Perseo (papel que hace José Serrano exhibiendo un contrapunto de taconeo sensacional) que revelan toda una poética de imágenes sugerentes. La bailarina/coreógrafa, llena de magia en su rol, domina aquí los estilos del flamenco y danza contemporánea, con recursos visuales insólitos en sus composiciones, donde hay ambición y hálito creador.

Pero debo decir, que donde Sara Baras produjo una catarsis orgánica, visceral, fue en un «bis» final de agradecimiento a los aplausos, derrochando su prodigiosa energía en un espectacular taconeo, por donde parece manifestarse sin descifrar ese duende o espíritu de sus raíces andaluzas. El público, arrebatado de sus asientos, participó con júbilo de esta apoteósica fiesta flamenca, adjunta al espectáculo.

Sobresalieron también la música de Keko Baldomero (una banda sonora emocionalmente vibrante que integra varios palos del flamenco) y el atractivo vestuario de Torres/Cosano.

José Manuel Villafaina

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