El Chivato

Ni adhesión a un linchamiento ni mala conciencia

Tantas y tan contradictorias cosas dice Cesar de Vicente Hernando en su artículo, Villán y la mala conciencia, que por fuerza he de estar de acuerdo con algunas de ellas. De entrada estoy dispuesto a reconsiderar mi expresión de que la actividad de Cesar de Vicente Hernando sea “políticamente estéril y teatralmente insignificante”. Si no tengo demasiados argumentos a favor tampoco puedo tenerlos en contra; eso es una evidencia y por lo tanto a Cesar de Vicente razón que le sobra. Respecto a mi segundo apellido, puede nombrarlo o no nombrarlo; Zapatero es sólo una cosa de carné de identidad, resultado no demasiado anómalo, de que mi madre se apellidara Zapatero como yo. Una nimiedad. Estoy también de acuerdo en la precisión profesoral que me hace sobre el uso del restrictivo “prácticamente”; cierto: o somos o no somos. Valoro en lo que vale la corrección que me hace de esa prevaricación gramatical.

Otra nimiedad es que sólo nos conozcamos por dos conversaciones telefónicas y, esto es añadido mío, por algún cambio de impresiones durante la Mesa Redonda en que participó en Bellas Artes; pude estar de acuerdo, y es posible que pueda seguir estándolo, sobre su visión de Los hombres y sus sombras que me contó; pero no lo recuerdo muy bien. Esto, y algún comentario laudatorio de Alfonso, me animó a encargarle el prólogo de la citada obra, como a los demás prologuistas que colaboraron en los catorce o quince títulos seleccionados. Quizá Jesús Campos terció en algún encargo, como editor, y pudo rematar alguna llamada telefónica; pero el asunto, nimio por otra parte, fue mío. De esta relación de hechos, no puede deducirse que yo le exija a César de Vicente, tan acostumbrado a Congresos, Simposios, Mesas Redondas y otras aventuras, deudas de vasallaje. Lo evoqué como elemento comparativo de distintas actitudes ante un hecho parecido: libro, conferencia, mesa redonda, da igual. Pero esto también carece de importancia; puede que un soberbio superego de admiración a Alfonso Sastre me nuble la mente. Lo de superego es mío; de mi contradictor es sólo lo de soberbia. César de Vicente Hernando debe saber que si esa admiración oscurece los méritos de Sastre, puedo hacerla menos estentórea. Y si la referencia a esas Jornadas de Bellas Artes va a suponerle un elemento de distorsión bipolar estoy dispuesto a no nombrarlas más. Akal ha editado parte de mis libros, los que otras editoriales rechazaron, y tampoco quiero que, por un quítame allá una cita, nos vayamos a enfadar. Asunto, pues, concluido si se me permite matizar que no tengo “fijación” con César de Vicente. Mis “fijaciones” y manías, son de otro rango y de más difícil tratamiento.

Y ahora podemos entrar de lleno en Sastre y mi supuesta “mala conciencia” por un artículo publicado en Artez, Salutacion a Alfonso Sastre, que trataría de justificar mi supuesta adhesión al “segundo linchamiento” de Alfonso; siempre creí que han sido más lichamientos; pero dejémoslos en dos, si a usted le parece, aunque sería fácil aumentar el número. Es cierto, señor de Vicente, que, en muchos aspectos mi conciencia no está tan blindada como sería mi deseo y que ni la autocrítica ni la severa asunción de errores por mi parte, alivia; pero nunca en el caso de Sastre. Si la conciencia de usted es invulnerable, le felicito.

Tiene usted la cortesía de atribuir mi supuesta colaboración en el “linchamiento” de Alfonso, a torpeza y no a mala intención. No puedo agradecerle esa paternal amabilidad. Usted debe saber, y seguro que con datos de primera mano, que, a la postre, da igual un torpe que un malvado: los resultados vienen a ser los mismos. Repito que esa interpretación de El malditismo de un maketo, publicado en El Mundo -que no ha gustado ni en el Norte ni el Centro y me ha situado en tierra de nadie- es arbitraria. Disentir de un artículo concreto publicado en Gara, sobre un hecho concreto, un atentado especialmente estremecedor -que al propio Alfonso describí por carta manuscrita como infortunado y estéril- no es “desideologizar” su teatro ni separar su vida de su obra. Es algo tan sencillo como mostrar un desacuerdo razonable con el inicio y el final del artículo de Gara. Esos párrafos, si me lo permite usted, me parecieron pegotes de urgencia e, incluso estilísticamente, poco tenían que ver con el espléndido cuerpo central del artículo sobre palabra y política, creo recordar: ese sería mi impulso distorsionador de una obra y una vida, que usted me reprocha. Sigo rechazando esos párrafos y, por supuesto, el suceso que los motivó.

Me reitero en anteriores ideas, si a usted no le parece un linchamiento de Alfonso; mi vieja opinión es que, pese a su generosa implicación en los asuntos del “borrascoso Norte”, como Bergamín definió Euzkadi en carta a Alberti, el teatro de Alfonso Sastre ha sido tan ignorado en el País Vasco como en Madrid y en el resto de España. O acaso más. Es decir, que el mejor autor de la segunda mitad del siglo XX en castellano, entra en la tipología de maketo y eso sí que es lamentable. O revelador, no sé.

Respecto a los interrogantes que me plantea sobre Pérez de la Fuente, pudiera ser temerario por mi parte reincidir, so pena de que me califique usted de su agente o su exégeta. Por su dirección, espacio escénico e interpretación de Zutoia Alarcia, Chete Lera y Camilo Rodrígez, Ulalume es el mejor Sastre que yo he visto. Sastre aceptó a Pérez de la Fuente, tras conocer su dirección de San Juan, de Max Aub y, no sé si también Carta a la madre, de Arrabal. Estoy dispuesto a aceptar que cualquiera de las funciones de Los hombres y sus sombras que usted ha dirigido, lo superen. No la he visto, como le dije, porque no puedo ver todo lo que quisiera o aquello de lo que no me llega noticia. Avíseme cuando la vaya a montar de nuevo. Y si hay que rectificar, rectifico. Palabra.

Javier Villán.

 

 

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