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‘Oficio de tinieblas’ cierra el Ciclo José Ricardo Morales en el CDN de Madrid

Cerrando el Ciclo que el CDN de Madrid ha dedicado a la figura del gran drmaturgo español exiliado en Chile, José Ricardo Morales, del 14 al 25 de mayo se  podrá ver en la Sala  de la Princesa del Teatro María Guerrero de Madrid, la tercera de las propuestas, la obra titulada ‘Oficio de Tinieblas’, bajo la direcciçón de Salva Bolta y con la actución de Manuel de Blas y Amparo Pamplona.

El Ciclo José Ricardo Morales forma parte de la línea de programación del CDN que recorre el teatro español más relevante de los últimos cien años. José Ricardo Morales es un destacado dramaturgo que se vio obligado a abandonar nuestro país en 1939, al término de la Guerra Civil. Se instaló en Chile donde ha escrito y publicado la mayor parte de su amplísima producción.

Tres directores, Salva Bolta, Aitana Galán y Víctor Velasco han liderado este proyecto surgido en el Laboratorio Rivas Cherif que el Centro ha creado para la exploración teatral de textos que, como es el caso de los que aquí se presentan, plantean notables desafíos escénicos e interpretativos. Un elenco de actores comprometidos con estas premisas lleva al escenario de la Sala de la Princesa cuatro títulos altamente representativos de las distintas etapas de su teatro.

Sobre algunas especies en vías de extinción (2007) uno de sus últimos textos, denuncia la vida que se apaga, así como la del teatro que suele representarla. Oficio de tinieblas (1966) tiene mucho que ver con el teatro experimental de los años 60-70. La corrupción al alcance de todos (1995) corresponde a su producción más satírica y divertida. Finalmente, Las horas contadas (1967) es un monólogo corto, género muy frecuentado por Morales, que completa perfectamente la visión panorámica del autor que este ciclo quiere transmitir.

Nota del autor

En la literatura dramática de la Antigüedad fue usual que la obra publicada se acompañara de un texto explicativo, didáctico –la didascalia–, referente al sentido de la pieza e inclusive al modo de interpretarla. Al iniciar estas líneas no pretendo, en modo alguno, usurpar la acción del crítico que explica o glosa a su modo cuanto haya de complejo y tal vez de inexplicable en la obra que analiza. Cada cual en su papel, y el mío, en cuanto autor de las piezas que aquí vienen, se atiene a considerarlas como el resultado último del propósito que me llevó a imaginarlas.

La más antigua de ellas es Oficio de tinieblas, escrita en los meses iniciales de 1966 y aparecida en Anales de la Universidad de Chile, nº 133, abril-junio del año referido. Puntualizo estos extremos porque en la nota que precedió a la publicación de dicha obra señalé su condición subversiva con respecto a la representación corriente de cualquier pieza teatral, ya que thea en el griego significa «la visión», y esta obra, a diferencia de las habituales, sucede en la más completa oscuridad. De ese modo ocasioné un autentico antiteatro, en el que el drama, exclusivamente sustentado en la palabra, predomina sobre el teatro, creándose entre ambos un antagonismo inusual.

En cierto modo, que no puede ser más cierto, dicha obra contradice la conocida lamentación de Lope, cuando quejándose del predominio técnico en el teatro, entonces efectuado por los escenógrafos italianos, declaró, refiriéndose a la representación aparatosa de una de sus piezas: …«aunque lo que menos se oyeron fueron mis versos». En Oficio de tinieblas, al contrario, me bastó con la palabra para expresar plenamente cuanto sucede en escena, suprimiéndose con ello toda la teatralidad.

Nunca pude suponer que años más tarde, el gran autor que fue Beckett iba a coincidir con mi obra en dos textos diferentes: Solo, un monólogo dramático que sucede en la oscuridad total (Editions de Minuit, 1982) y Compañía (Editorial Anagrama, 1979-1982), relato desarrollado en las mismas condiciones, con la supresión completa de la luz y la visión.

Sin embargo, a diferencia de Beckett, ese final absoluto que significa la muerte, en mi texto no se reduce tan sólo al sufrido por un personaje aislado, que agoniza en soledad, sino que, extremándolo, lo llevé hasta el límite posible, desarrollándolo en tiempos y lugares muy diversos. Por otra parte, al final definitivo de la muerte se asocia en La corrupción al alcance de todos, y en Sobre algunas especies en vías de extinción, el atribuible a la tecnificación desorbitada, irracional, que en su aspecto destructivo actualmente nos anula, hasta el punto que si el hombre salió de la selva mediante la técnica, hoy ésta se convirtió en otra selva de más difícil salida, pues la técnica sin logos o fundamento pensante nunca será tecnología, aunque la llamen así. Es más y a este respecto, ¿cómo es posible aceptar que una tecnificación estimada como el medio para dominar el mundo hostil, en vez de servir al hombre que la emplea y fundamenta, lo haya puesto a su servicio, anulándolo con esa «tecnolatría» universal que actualmente nos agobia?

Respecto a La corrupción al alcance de todos (febrero de 1995), su ironía la ocasiona una industria que genera corrupción al pretender impedirla mediante un recurso técnico –la momificación– destinado a suprimirla… ¿Quién lo entiende? Sin embargo, ¿nuestro mundo no propicia y desarrolla con frecuencia aquello que intentamos evitar?

De semejante manera en Sobre algunas especies en vías de extinción (2007), se denuncia una vida que se apaga, así como la del teatro que suele representarla, como consecuencia de la tecnificación que la anula y aun la extingue con su irracionalidad.

Por último, Las horas contadas (1967) pone en tela de juicio que el teatro, como arte temporal, se limite para muchos a ser sólo un pasatiempo que nos divierte o distrae de quién somos. La reversión que propongo en esta pieza convierte a sus posibles espectadores en actores de una vida que se nos va con los años, puesto que ése y no otro es, sin duda, nuestro más absoluto pasatiempo.

Al fin y al cabo, estas obras, como muchas de mi teatro de cámara, me llevaron a inventar varias de las situaciones más extremas que conseguí imaginar en dicho arte. Porque así como la música de cámara, al quedarse reducida a unos pocos instrumentos tiene que obtener de ellos todo el partido posible, con hallazgos que no existen en la música orquestal ni en la coral, de semejante manera el teatro hecho de obras consideradas menores trae consigo las mayores invenciones concebibles, como puede comprobarse en varios de los autores más significativos del presente.

José Ricardo Morales

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