Desde la faltriquera

Un Sueño para lucir técnicas

Ante unos títulos más que otros, la pregunta salta antes de comenzar el espectáculo: ¿qué razones empujan al director norteamericano, Tim Robbins, a montar El sueño de una noche de verano? La respuesta no es complicada de contestar y malo si se resiste, porque en ese caso la escenificación probablemente resulte fallida. En Robbins está claro, disponer de un buen texto para que una compañía joven y con muy buena técnica juegue, disfrute y divierta a los espectadores.

El sueño… acorta el primer acto y concentra la atención en las parejas de amantes: Hernia, Helena, Demetrio y Lisandro. Planteado el conflicto en los primeros cinco minutos, los jóvenes se encuentran en el bosque encantado y animado. La coreografía de movimientos, la cuidada y precisa gestualidad, el carácter visual de la propuesta y el espacio sonoro servido por dos músicos, que se multiplican con los instrumentos, se disponen para lograr el objetivo.

Robbins, en este espectáculo en el que prima la forma, elabora la dramaturgia sobre las escenas de los amantes, que cobran protagonismo, en detrimento de otros personajes Oberón, Titania, etcétera que pasan a un segundo plano y motivos de la fábula que se obvian o se adelgazan. En el ámbito de las decisiones dramatúrgicas, le concederá una función de narrador a Oberón, que cuenta al público las complejas relaciones que se producen en el bosque; coloca en un segundo plano a un Puck, convertido en un mero servidor de un invisible demiurgo y los cómicos parecerá que ensayan su protagonismo del acto quinto, con apariciones más bien testimoniales hasta que llega su momento.

Con estas decisiones que recuerdan el argumento y lo simplifican, dificultando quizás a quien no conozca el texto la compresión de algunas escenas, todas las relacionadas –por ejemplo- con el encantamiento del asno, concede el protagonismo a las juguetonas hadas, que formarán parte del bosque encantado y animado, con sus evoluciones en un espacio vacío. El escenario sólo tendrá a derecha e izquierda un perchero corrido, al que acuden los actores para cambiar el vestuario en función del personaje que representan; el lugar de los músicos y una iluminación para distinguir de una forma en exceso primaria, los ambientes festivos de los misteriosos, la serenidad de la inquietud.

En este marco, todo el trabajo recae sobre los actores, sus movimientos y signos. Robbins construye una seriación coreográfica, estudiada y dinámica, que desarrollan las hadas que son al mismo tiempo los troncos del frondoso bosque y que con su disposición mutante y variada, reforzada por los instrumentos sonoros, ofrecen una atractiva significación proxémica. La rapidez en los cambios de posición, el juego con los objetos (ramas u otros de naturaleza forestal), las alineaciones y rupturas, los encuentros y desencuentros de los amantes transmiten una sensación de caos, de espacio onírico, muy en consonancia con lo apuntado por Shakespeare. La agogía de los movimientos posee un ritmo intenso, el tempo es vivaz y el juego vistoso, imponiéndose más el carácter visual sobre la comprensión lógica de los acontecimientos, y por este último motivo según avanza la obra el espectador empieza a cansarse, porque en realidad ve variaciones sobre un mismo tema o disposiciones coreográficas siempre variadas, pero alargadas en exceso.

La gestualidad de todos los actores, de modo especial, la de los cómicos está estudiada y ejecutada con precisión. Unas veces ayudados por unas máscaras y otras sólo con las mutaciones de expresión de cara y cuerpo consiguen atrapar el interés del público y representar de manera eficaz y divertida la tragedia (¿cómica? se pregunta Robbins) de Píramo y Tisbe. La técnica que se aprecia debajo de este trabajo está muy elaborada y la aparente espontaneidad resulta comedida y divertida. Todo el elenco participa de esta cualidad, pero la media docena que se reparten los papeles de los cómicos, lo hacen de manera sobresaliente. Apuntan detalles en el transcurso de la escenificación, pero explotan en el acto quinto desarrollado en su totalidad. Al virtuosismo de los cómicos se agregan los músicos, que componen un espacio sonoro con diferentes tipos de melodías, que refuerzan el carácter sensorial de la propuesta.

Pocos reparos cabe oponer al trabajo de los actores, versátil y variado, técnico y preciso, al tiempo que natural, sin embargo este Sueño… termina pesando. En parte, por dos motivos ya apuntados, la simplificación de la historia y la longitud de los movimientos coreográficos; además por una desaceleración del tempo: se pasa de una velocidad del ritmo intensa y de una coralidad interpretativa, a un cierto estatismo en el quinto acto, porque la mímica y la pantomima desplegada necesita de reposo y mínimas pausas que, al producirse al final, cuando la representación ya ha sobrepasado las dos horas, pesan.

El sueño de una noche de verano de Shakespeare. Director: Tim Robbins. Iluminación: Bosco Flanagan. Música y músicos: David Robbins y Mikala Schmitz. Intérpretes: Pierre Adeli, Adam Ferguson, Alin Grusell, Lee Hanson, Adam J. Jefferis, Will Tomas McFadden, Mary Eileen O’Donnell, Molly Mignon O’Neill, Monica Quinn, Pedro Shanahan, Bob Turton, Sabra Williams y Jilian F. Yim. Espacio Miguel Narros, Festival Internacional de Teatro Clásico de Almagro.

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