Sangrado semanal

Un mensaje con sabor a bambú

¡Te veo a ti! ¡No veo el palo! ¡Te sigo viendo mucho a ti y no al palo! La actriz no entiende, pero persevera. Sigue trabajando con la caña de bambú imaginaria, realizando una y otra vez los pasos que marca el ejercicio, desplazando la caña, aplicando las diferentes fuerzas corporales que acompañan a cada acción. Una y otra vez, una y otra vez. ¡Sigo viéndote mucho a ti y poco a la caña de bambú! -, dice el maestro antes de alejarse de nuevo para ir a observar el trabajo de otro compañero. «Mucho a mí y poco a la caña de bambú…, mucho a mí y poco a la caña de bambú… pero, ¿qué quiere decir con eso?»

Las alabanzas que una actriz recibe por su trabajo en el escenario pueden ser de dos tipos: aquellas que hacen alusión a su persona: que bien cantas, que bien hablas, cómo te mueves, qué presencia…y aquellas que hacen referencia a la cosa, al mensaje que se ha trasladado desde el escenario. La naturaleza de estas últimas es sutilmente diferente a las primeras. Coloca a las personas a la altura de los ojos del artista, volviendo al artista humano y al espectador artista. Se genera un mundo de impresiones compartido en torno al tema que se ha florecido en escena.

Cierto es que para que un mensaje se transmita hay que saber hablar. Memoria, dicción y presencia son tres columnas vertebrales del trabajo escénico del actor. Los oídos del espectador ni siquiera recibirán una primera entrada de información si el actor habla demasiado bajo o no tiene su voz enraizada en el cuerpo. Los ojos del espectador no bailarán con el cuerpo del actor si éste no sabe escribir con la caligrafía adecuada de impulsos e intenciones. Todos estos atributos son necesarios, pero no son el fin último del trabajo del actor en escena.

El Mensaje es lo importante, nosotros solo somos mensajeros. Cuando este orden se invierte o el actor se convierte en el Mensaje, el mundo de la actuación genera monstruos. Entonces, el espectador sólo ve al actor y no al palo de bambú. Ponerse al servicio del mensaje o de un personaje (que también es otro palo de bambú-mensaje) es, probablemente, la tarea primordial del actor. En este sentido, el actor debe convertirse en maestro de la desaparición.

Existen técnicas actorales que van encaminadas en esa dirección. Una de ellas es la máscara neutra que causa mucho miedo y vértigo al ego. Esta forma de trabajo actoral está diseñada para universalizar todo lo que toca haciendo que todo atisbo de individualidad desaparezca. Hasta te cubren tu verdadero rostro con una cara nueva, de una sencillez pasmosa. ¡Qué vacío inmenso aparece entonces, qué falta de aire! Desparecido tras la nueva piel de cuero, al actor no le queda otra que poner su cuerpo al servicio de la historia que tiene que narrar, esculpiendo el espacio a cada nuevo paso, manteniendo viva la llama de la presencia en todo momento para que la máscara no muera.

En estos tiempos que corren estamos faltos de mensajes que dar. Precisamente, por exceso de ellos. Boqueamos en un mar de botellas con mensaje: Los hay inteligentes, humorísticos y cargado de intención. Incluso sociales y políticos. El bombardeo es constante. No hay más que abrir el muro del facebook de cada día. Subir a un escenario con la intención de aleccionar es algo que el discurso artístico superó hace tiempo. Y, sin embargo, algo habrá que contar, ¿no creen?

Qué es lo que vamos a contar y cómo lo vamos a hacer son cuestiones distintas. La forma en la que lo hagamos dirá mucho de nuestro fondo, pero no lo suficiente. Aquí, lo primordial es mirarse al espejo para dar respuesta a una pregunta: ¿Cuál es tu mensaje? Será al contestar cuando atravesaremos el cristal.


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