Críticas de espectáculos

Aida, corona de mi gloria

Luz y flores, corona mística. Suspiros ahogados por decretos de dioses. Isis, tu gran forma piramidal, oscura y nítida, encuadra el espacio cercano al proscenio. Aida, yaces por decreto en un suelo sagrado. Las figuras subsumidas en él no caminan libres: sus pies están encadenados. Se arrastran por el suelo, desgarrando sus tejidos y sosteniendo el corazón. Los pechos formarán barrera, ocupando un segundo plano de libertad: segundo encuadre piramidal cercado por dos nuevas paredes que tienden a un punto solar insólito. El telón de boca espera entusiasmado el estreno de esta coproducción, escénica y musical, de la Ópera de Las Palmas de Gran Canaria con el IMAE-Gran Teatro de Córdoba. Silencio y silueta en su foso, señalada por dos haces cruzados. Dorada batuta, es tu última noche decretada por asamblea. Por ella se desencadena, desde el patio de butacas, un aplauso sostenido hacia el director musical, Carlos Domínguez-Nieto.

Se inicia la ópera Aida en el Gran Teatro de Córdoba, siendo su escena dirigida con gusto por Daniele Piscopo. En la superficie de un palacio, la figura-Radamés avanza al centro de la imagen por un camino azul del que no puede salir. Suaves brisas de un suelo patrio. Margen bello y oprimido para una celeste Aida. Los tres focos cenitales propuestos por Ibán Negrín delimitan los suelos individuales de Aida, Amneris y Radamés. Cantan los deseos y delirios, privados y expuestos. Unos al lado de los otros, y sin embargo, ninguno se mira a los ojos. Temen verse reflejadas las figuras ruborizadas bajo el azul.

En ese cuadro colectivo la figura-Aida (Lucía Tavira) se destierra al lateral, para mirar a unos pies que no le responden porque siguen el trazo divino en el suelo sacro. Fulgura de lo múltiple esta forma divina, que se distancia con su vibrato a un punto del cielo cercano al Sol. Su primer plano estará en el lugar más profundo del espacio, siendo una pequeña pirámide emparedada entre las otras dos: la decretada por las deidades y la dictada por los sacerdotes. Del espacio sin aire, cobalto de fondo diseñado por Italo Grassi, huye para arderse ante sí. Es el corazón despedazado que goza en el do más agudo de ‘Qui Radamès Verrà!’. La soprano y protagonista cordobesa demuestra un apoyo perfecto, con un brillante squillo en una voz que alcanza, confiada en su belleza, hasta la última de las butacas. ‘Hazme morir, tremendo amor’ de canto legato, cuando las manos sujetan el cuello y el corazón. Perdida en su noche oscura, Aida se extiende hacia el azul más agudo, con unos pianissimos filados que deliran por vibrar en lo absoluto, en lo libre de no ser subsumidos. Aida, corona de mi gloria. Lucía Tavira, loto trenzado con laurel y figura referente de una ciudad que te ovaciona y te acompañará en los éxitos venideros. Diva de tono enriquecido, Córdoba a tus pies.

La Orquesta de Córdoba, dirigida con tenacidad por Domínguez-Nieto, ha sido cómplice de esta puesta en escena en la que los signos dramáticos han destacado junto a los puramente sonoros. En la huida a un cielo suyo, a una vida propia y eterna en compañía de Aida, el tenor Eduardo Aladrén (figura de Radamés) ha destacado en su registro central, con un bonito timbre que ha mantenido la sonoridad de su voz durante todos los actos. Soberbia, en un suelo rojo y violeta, ha sido la Amneris de la mezzo Mª Luisa Corbacho. Con una voz rotunda, gigante y repleta de grandes armónicos, ha dispuesto un carisma, una mirada profunda y una fortaleza en la diégesis dramática que ha enaltecido al resto de voces en la obra verdiana.

La figura del Rey, encarnada por el bajo Alejandro López, ha sobresalido con una voz sonora y bella, en una muestra de canto caudaloso en el que la precisión de sus notas, de oro y color cuidadas, ha sido apoyo indispensable en la continuidad melódica y exquisita de los concertantes. Destaca en esta línea, por su soltura y pasión, la figura de Amonasro, interpretado por el barítono Javier Franco, cuyo canto elegante se ha confabulado dulcemente con el de Lucía Tavira, encuadrando una estética de la mirada y su sonido enmudecidos por el ojo dorado que sueños y vidas ha sepultado.

‘Pietà! Pietà! Pietà!’ Las pieles que cantan solas, protegidas por un velo negro, enhebran su llanto entre los sentidos invocados a Fthà: ¡Guerra!, ¡Gloria! En hilera, los cuerpos femeninos cantan antes de pasar al siguiente plano. El inmenso cuadro va componiéndose ligero, melódico y claro, con un Coro Ziryab presente, dramático y colectivo, dirigido por Carlos Castiñeira. Que el ocre dorado, espíritu fecundador del mundo, se apiade de ellas. En tus dolores siento la vida, cuerpos derrengados y ricamente vestidos gracias al talento de Claudio Martín. Siguen sufriendo en contornos rojos y rosados, encadenados por un suelo egipcio que los mira y condena.

Ausencia de gesto libre. Aida, ¿por quién lloras? ¿Por quién rezas? Una losa se abre. Bajo sus ojos no hay tierra que la sostenga. ¿Por quién seguir viviendo? Si no hay justicia, Amneris. Bajo el velo negro se duele de no verse en la tumba. Cuerpo disociado en su doblez, ha dejado a su amor en manos de la deidad, de la gran forma. La sangre es reclamada por los ministros del cielo en una pirámide creada por Grassi en el interior de la primera. ¡Ultraje a la tierra misma!, ‘pietà! Empia razza!’ El sentido transita una última vez, dejando en el fondo dos pirámides individuales que no se miran. Son las piezas finales de esta isotopía formal de cuerpos sometidos a conjuntos, de almas oprimidas a deidades, de amor y sueños en féretros muriendo para ser libres. Se definen así los dos signos-tumbas, arriba y abajo del sagrado imperio. Aida y Radamés se despiden brillando en su cielo; hermosas flores abiertas en frescos valles y verdes prados. Libertad y goce de almas errantes en días eternos. ¡Oh tierra, adiós!

Ovación cálida y en pie para este discurso lírico que se revela en su tumba como poética del subsumir y del ser subsumida. Aida es el canto de piedades postradas ante el signo solar, áureo y perfecto. Fatal secreto, amor fatal. Fatal destierro, losa fatal. Del espacio enrejado escapa la Paz. Llevada por alas de oro, es la última palabra-suspiro que muere, se ahoga en el coral divino y, pese a ello, se libera.

Un giorno solo di | (¡Gozar un solo día
si dolce incanto, | de tan dulce encanto,
un ‘ora, un ‘ora | una hora, una hora
di tal gioia, | de semejante alegría,
e poi morir! | y después morir!)

Andrea Simone

FICHA ARTÍSTICA:

•Dirección de escena: Daniele Piscopo
•Dirección musical: Carlos Domínguez-Nieto
•Dirección de producción: Ana Linares Bueno
•Elenco: Lucía Tavira (Aida), Eduardo Aladrén (Radamés), Mª Luisa Corbacho (Amneris), Javier Franco (Amonasro), Francisco Santiago (Ranfis), Alejandro López (El Rey), Raúl Jiménez (Mensajero), Ana Sanz Fernández (Voz Suma Sacerdotisa).
•Música: Verdi, interpretada por la Orquesta de Córdoba y la Banda CSM Rafael Orozco, dirigida por Lucía A. Moreno Sanz.
•Voces del Coro Ziryab, dirigidas por Carlos Castiñeira
•Diseño de Escenografía: Italo Grassi
•Diseño de Vestuario: Claudio Martín
•Diseño de Iluminación: Ibán Negrín
•Producción escénica de la Ópera de Las Palmas de Gran Canaria
•Producción musical del IMAE-Gran Teatro de Córdoba
Gran Teatro de Córdoba, el 28/04/2023.

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