Y no es coña

Alguna vez, en algún sitio

Escribo con el eco de una gala de los Oscar en la que una película ha sido la más galardonada, de una manera clara, extendida. También tengo la suerte de oler a mar y escuchar en la lejanía ese canto de las olas rompiendo en la playa de la Concha de Donostia donde se está celebrando la vigésima novena edición de su dFeria. Ha recobrado todo su vigor pos-pandemia, volvemos a abrazar a viejos compañeros y compañeras de luchas teatrales iberoamericanas, europeas y estatales. Un ambiente eufórico, amigable, con ganas de disfrutar de las propuestas que se verán en los escenarios donostiarras.

Nos estrenamos con un Díptico de “Peeping Tom”, donde nos volvimos a reconfortar con la estabilidad creativa centroeuropea que significa estabilidad, presupuesto, apoyo, tiempo, que da como resultado unos magníficos espectáculos donde sin usar ni una palabra, con un grupo de intérpretes que son bailarinas-acróbatas, contorsionistas, excelente actores de teatro físico, con una escenografía que es un personaje más, algo que como entrante a este maratón teatral nos debe dejar con los sentidos bien entenados para recibir todos los impulsos que nos puede proporcionar un gesto, una voltereta, una puerta que se abre, un sonido penetrante, una luz espléndida.

Sobre las maneras de producción, ese mono tema que hacía tiempo no tocaba en esta cita semanal, pero que debido a todas las experiencias que vamos viviendo en ese Madrid institucional, con varios focos de producción municipal, de la Comunidad o del Estado coinciden en demostrar que no tienen una idea cabal, que todo es un reglamento funcional que deja a las personas elegidas por convocatoria o por designación directa con la potestad de producir, contratar, programar de la manera más eficaz con una única idea, que coincidan los gastos con los ingresos. Los contenidos no se discuten. Bueno, parece que en algún tramo y debido a la presencia de la extrema derecha como partido necesario para gobernar con mayoría, puede aparecer la censura directa, aunque se disfrace de tantas maneras que se puede hacer invisible.

No existe un modelo único, pero en todos los casos, lo que existe son plantillas fijas (más o menos) de técnicos, un equipo de dirección con contrato durante cuatro años con un sueldo respetable más incentivos en forma de dirección de espectáculos que se cobran fuera del salario a precios poco habituales en las producciones comerciales o experimentales, pero nunca hay en ninguna unidad de producción artistas contratados para sus espectáculos de manera fija y con continuidad. Una excepción el Ballet, los cuerpo de bailes de las compañías oficiales.

Hablo de la ciudad de Madrid, donde coinciden todos esos teatros de programación y producción, donde no existe ni siquiera coordinación entre ellos. Podría asegurar que no existe ni coordinación entre los teatros pertenecientes a la misma institución pública, se llame INAEM, Comunidad de Madrid o Ayuntamiento de Madrid. De tal manera que en temporadas de estrenos coinciden dos o tres a la vez y en el mismo día. Cosa, probablemente que se podría arreglar, si es que se considera necesario, con unas reuniones previas. Pero parece que lo que manda es la maquinaria de producción y relación con los posibles espectadores, unas costumbres que parecen que casi no han variado en las últimas décadas, siguiendo una rutina que funcionó y que ahora mismo no se sabe exactamente si es lo oportuno y si existen otro tipo de acciones de comunicación más eficaces.

Pero todo esto nos lleva a señalar de nuevo que existen muchas maneras de producir diferentes a este estrés que predomina en el Estado español y que es comparable en todas las comunidades donde existe Unidades de Producción significativas. Se trata de un modelo neoliberal, casual, caprichoso. No hay planificación técnica, ni estructural, ni artística. Los proyectos surgen, se usan los dineros públicos y si miras hacia atrás, no dejan ninguna huella. Puedes pensar, con suerte, que de cada gestión hayan pasado algún espectáculo bueno o incluso buenísimo. Y ello es porque falta una idea general, básica, que cambie totalmente el modelo. La campaña emprendida por la ADE de que cada teatro con su compañía y cada compañía con su teatro debería empezar a materializarse creando equipos actorales estables en los unidades de producción públicas. No hablo de funcionarios, hablo de equipos estables, de un número de actores, actrices, dramaturgas, dramaturgistas, directoras, escenógrafas que se planteen una programación de cuatro años en base a criterios previos, no a casualidades, caprichos o el mercado. Esta sería una manera de crecer armónicamente. Esto ayudaría a que compañía con trayectoria y proyecto artístico reconocible pudieran trabajar y crear en mejores condiciones. Y a partir de ello, un apoyo concreto y calibrado para que los públicos conozcan estas propuestas y se deje el teatro comercial, para las entidades privadas y no esta confusión actual de que son más mercantiles los oficiales que los privados.

Estoy convencido de que esto pasará alguna vez en algún sitio. Costará porque el virus de la urgencia, del ahora mismo está muy extendido y no hay campañas de vacunación para evitar que crezca esta idea de que el teatro es ambulante, los actores disfrutan haciéndolo y por eso no les importa servir copas por la noche para hacer un bolo al mes. Mentira. Se debe reivindicar la dignidad en el trabajo, con medidas estructurales, y si se quiere que se proclame lo que quieran en los parlamentos, pero se trata de empezar por el principio.

¿Eh? Bueno. Quizás. Sí, claro, una Ley del Teatro o de las Artes Escénicas, ayudaría. Dependiendo de cómo se redacte y con qué objetivos.

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