Críticas de espectáculos

Antígona / Vaivén / Esteve Ferrer

Contiguo a las brillantes representaciones en el Teatro romano de “Adiós, amigo cruel” por el Ballet Argentino de Julio Bocca, avalado por la crítica desde el inicio de su gira internacional -denominada “Gracias” por la despedida del famoso danzarín-, se estrenó en la Alcazaba árabe “Antígona” de Miguel Murillo, basada en la tragedia del mismo titulo de Sófocles.
La “Antígona” original, excepcional tragedia de sublimación cuyos signos de fatalismo provocados por la heroína de la obra -que haciendo caso a su conciencia defiende las leyes de la sangre y se enfrenta a las leyes de la ciudad- en la versión del dramaturgo extremeño se identifican con la actual problemática de los conflictos bélicos y los conflictos desmoralizadores que niegan la necesidad o posibilidad de ponernos de acuerdo sobre la idea de justicia, donde aún estamos apresados entre los cuernos de una paradoja alumbrada por la historia de la moral occidental.
Murillo, con riguroso y estructurado planteamiento, ubica ese viento de fatalismo, que sopla sobre los personajes, tras la I Guerra Mundial -donde empieza la pústula de las ideas totalitarias que luego serán la peste del nazismo y estalinismo-, para enriquecer la obra con una visión más humana: la de una Antígona que no cubre los restos de su hermano Polinice con la tierra de Tebas sino con las cenizas de su padre Edipo, tomando la acción una nueva dimensión en la confrontación entre protagonistas de destrucción y de sublimación.
Significativo es también la eliminación del coro de ancianos tebanos que inicia la obra, siendo el sonido de una máquina de escribir la encargada de dar partes de guerra y consignas políticas por boca de los vencedores; y el final, donde Eurídice, la mujer de Creonte, no se abre la garganta silenciosamente en la alcoba nupcial, sino que lanza un grito desgarrador por su hijo Hemón, victima del conflicto (que es el mismo que se da en “Bodas de sangre”, tragedia contemporánea de sublimación sobre luchas consanguíneas), que cobra un protagonismo impresionante en la traslación de la obra al calvario de muertos en las guerras actuales, reflejado en el llanto de esos rostros dolientes de las madres, en una pantalla de video y bajo una banda musical conmovedora.
El montaje austero de Esteve Ferrer logra la sobriedad característica de la tragedia, de grandilocuencia y poesía en los diálogos -que están en el texto con la misma fuerza de la “Antígona” de Anouilh-, así como la atmósfera expresiva de ese mundo de confrontaciones que agita a los personajes. Todo creado en un espacio cargado de simbolismos en torno al árbol genealógico y la arena de Tebas, donde son perceptibles las cenizas de Edipo. Es sugerente el toque de esperpento en la escena del ciego Tiresias, donde hábilmente los personajes se reflejan en los “espejos cóncavos” de la pantalla (como utilizó hace años Tamayo en su “Luces de Bohemia).
El grupo de la Compañía Vaivén Producciones interpreta con gran solvencia la obra. En su conjunto global los actores logran sintetizar lo mejor de sus gestos y declamación. Acaso, individualmente, se puede apreciar algunas fisuras en sus roles. Los protagonistas Ana Pimienta -Antígona, prefiriendo su ley privada a la ley común-, y Miguel del Arco -Creonte, trasgrediendo los valores de la relación consanguínea-, en su pugna, imprimen la suficiente energía dramática a unos personajes que, arrastrados por su obstinación y falta de empatía, rozan la locura.

/// PUBLICADA EN EL PERIODICO EXTREMADURA (21-8-2007)

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