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Anxo Eiriz y la Banda das Nogais

Esta es una historia que hasta podría ser un mito, por lo que tiene de ejemplar, aunque estas cosas, hoy en día, en la era de lo digital y las prisas, parezcan de otra época. Es una historia con un anti-protagonista. Todas las historias tienen que tener un protagonista en torno al cual gira la acción. Pero ésta no es una historia típica porque esa figura nunca buscó el protagonismo, nunca quiso ser el centro. Tampoco se trata de un personaje, sino de una persona, Anxo Eiriz, el cura de As Nogais (Lugo), que siempre cedió el centro de atención al pueblo, a la comunidad. Un sacerdote que, a nosotros, al menos a mí, cuando era niño, y creo que también a la gente de la zona, casi no nos parecía un sacerdote, aunque diese Misa. Por cierto, la oficiaba en gallego, algo inusual en la Galicia actual y más, supongo, en la que siguió a la Transición de la Dictadura. Dar misa en gallego en Galicia, en un lugar donde Dios y el dinero suelen hablar en castellano, no es lo más habitual. De esto solo me di cuenta después de vivir 10 años en Cataluña, donde Dios y el dinero hablan catalán y eso hace que cambien muchas cosas con respecto al lugar y a la consideración de su propia cultura. Pero este es otro cuento y no quiero perder el hilo de esta historia.

Vestido con vaqueros y polo o camiseta, Anxo no parecía un cura, aunque diera misa en gallego, asistiera a funerales y bautizos o casara parejas heterosexuales. A lo mejor hasta llegó a casar a algunas fuera del canon heteropatriarcal, pero eso no lo sé y no se trata de que me ponga a inventar, que esta es una historia veraz, más objetiva que las que nos cuentan en las noticias. El caso es que poder podía casar a quien se quisiera casar, al margen de los órganos sexuales, porque Anxo no era un cura al uso, o al menos eso me parece a mí.

El paisaje de esta historia es rural y transcurre, para quien esto escribe, en los años 80 y 90. En esa época, y ciertamente antes y también después, es decir, ahora, el campo no era un lugar donde hubiera muchas actividades o muchos estímulos relacionados con las artes, siendo éstas parte fundamental de la formación humana y humanista. En ese contexto, Anxo, haciendo honor a su nombre (Ángel), abrió la Casa Rectoral de As Nogais a jóvenes que quisieran aprender música y tocar un instrumento. También llevó instrumentos musicales por los pueblos y los ofreció a todo aquel que quisiera juntarse para expresarse, en comunidad, en ese lenguaje internacional, que nos mueve y nos conmueve, que es la música.

No recuerdo a Anxo adoctrinándonos o hablándonos de Dios, hablábamos de otras cosas y la música era esa conexión mágica con el Más Allá. Tal vez todo eso fue Dios, la música y nosotros. ¿Acaso no se dice que Dios está en todas partes?

La Casa Rectoral no era sólo un lugar para aprender o ensayar, era también y, sobre todo, un lugar de convivencia y celebración. Un espacio de libertad donde su figura no era, en absoluto, la figura de un sacerdote que nos vigilaba, enseñándonos a comportarnos, dictando lo que teníamos que hacer o ahogándonos con consejos, como era habitual en la época por parte de otros sacerdotes, de las profesoras, que eran todas doña Fulanita y doña Menganita, o incluso de nuestros padres y familiares. Ir a ensayar a As Nogais, para mí, que soy de Becerreá, fue encontrar un espacio de libertad y conexión. Esa misma libertad que nos dio Anxo, sin darnos lecciones de nada, sirvió, creo, para que nos responsabilizáramos de lo que queríamos y de lo que hacíamos. En este sentido, yo, que no tengo ni el arte ni el talante de Anxo, recomiendo la lectura de ‘El maestro ignorante’ de Jacques Rancière, un ensayo filosófico en el que se narra la historia de un profesor que enseña a hablar un idioma a un grupo de jóvenes, sin que él conociese el de los alumnos y sin darles lecciones. Un maestro que abole la jerarquía de los que saben frente a los que no y que promueve la igualdad y la emancipación intelectual. Anxo no fue un maestro ignorante en absoluto, sino alguien que confió en nosotros y fomentó la emancipación intelectual.

La Banda de música de As Nogais es un proyecto social y cultural por el que hemos pasado diferentes generaciones. En los años que estuve allí, entre finales de los 80 y 1996, tocamos en las fiestas patronales de Becerreá, de As Nogais, Doncos, O Cebreiro, también en Villafranca del Bierzo, y creo recordar un encuentro de bandas de música en Lugo, por el San Froilán, que había sido un gran evento. Estaban los conciertos en las plazas y los escenarios que se montaban para las fiestas, pero también los pasacalles y procesiones, que a mí no me hacían ninguna gracia, no por tener que ir detrás de un santo o una santa, sino porque tocaba el saxofón barítono, que era más grande que yo, y tenía cargar con él. Aunque andar y tocar tenía lo suyo, porque el ritmo era más con el cuerpo y, una vez más, ocurría el milagro: en nuestra diversidad éramos una unidad.

Recuerdo especialmente el concierto de aquel año en el que el Ayuntamiento de As Nogais dedicó una calle a Uxío Novoneyra, porque para muchos de nosotros el poeta de O Courel era alguien importante que había sabido, a través de la musicalidad de la palabra, dar una voz panteísta a nuestras montañas y al sentimiento que nos une a ellas.

En relación a la música, nunca olvidaré aquel día que Anxo me llevó en su coche. No recuerdo a dónde íbamos, lo que sí recuerdo es el ‘Réquiem’ de Mozart sonando durante el viaje. Creo que fue el único lugar, en esos años, en los que la música comercial extranjera entraba con fuerza y reinaba la pachanga, donde pude escuchar una pieza de tal calibre como el ‘Réquiem’ de Mozart. Composición que, desde entonces, sigue siendo una de mis favoritas.

Cuando emprendí los estudios de Arte Dramático, que no se podían cursar en Galicia, comencé a estar menos presente y solo participaba en los períodos de vacaciones, en Navidad y en verano. Luego, cuando me fui a Barcelona en el curso 96/97, me resultó aún más difícil seguir en la Banda. Robado por el teatro, la música fue quedando arrinconada, aunque todo lo que aprendí fue la base de lo que sigo haciendo hoy. De hecho, mi tesis doctoral, en la que trabajé durante muchos años, se titula ‘El ritmo en la dramaturgia’. Y esto no deriva solo de las clases a las que había asistido en el Conservatorio de Lugo, que estimulaban más la carrera individual, sino de lo compartido en la Banda das Nogais, porque entre acordes y compases, bromas y risas, aprendimos a escuchar, aprendimos a respirar al mismo tiempo, aprendimos lo importante que es tener ilusiones e ideales en la vida. Anxo tenía el don de la vocación y nos dio ese don.

Además, también llevó el teatro al rural. Recuerdo en una fiesta en Morcelle (Becerreá), cómo los jóvenes convertían en teatro el corral de la Casa de Xelo, para representar una comedia en la que los valores humanos eran más importantes que las conveniencias. De hecho, Anxo aparece en el ‘Catálogo de Dramaturgos 1973-2004’ de la Xunta de Galicia, donde se dice que estudió en el Seminario de Lugo, “ciudad donde presidió, durante unos años, la Academia de Teatro, antes de marchar a Madrid para estudiar Teología”. Este catálogo contiene seis piezas de su autoría: ‘A roca e a vella’ (1977) sobre la emigración; ‘As tres solteiras’ (1977), comedia costumbrista; ‘O mundo das meigas’ (1980), de género antropológico; ‘A malla’ (1980), comedia costumbrista; ‘O señor alcalde’ (1985), de género sociopolítico; y ‘Xeración e doazón’ (2004), de género crítico.

Anxo es una de las personas más desinteresadas que he conocido. Sus clases de música, la coordinación y dirección de la Banda, las actividades socioculturales que organizaba, todo eso era de “gratia et amore”. Además, nunca buscó la notoriedad pública, ni el poder. Es la generosidad personificada, en un mundo donde abundan las miserias, las conveniencias, las ambiciones y el egocentrismo. Anxo sembró buen rollo, sembró amor, unidad contra el individualismo y cariño por las artes desde la base. Creo que ese es su legado. Por eso, en el homenaje que le hemos rendido este 17 de junio en As Nogais, también ha recogido de nosotros lo que sembró. Se trata de un referente, alguien muy especial que forma parte de lo mejor que hay en cada uno de nosotros.

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