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Castro & Cabrita. Linder. Le Pladec y la dramaturgia de la danza

Dos semanas yendo a O Porto, atraído por la programación de su Teatro Municipal, da para pensar en qué es lo que nos hace recorrer más de cien kilómetros para sentarnos en una de las butacas del Rivoli, cuando aquí al lado, muchas veces, ni te apetece salir de casa.
Más acá de todos los cuentos maravillosos que nos puede ofrecer el teatro, y de los textos, “palabras, palabras, palabras” con que el príncipe Hamlet le respondía a Polonio, inquirido sobre qué es lo que estaba leyendo, el cuerpo nunca miente. Es en las artes del movimiento, y en la danza más concretamente, donde esa máxima adquiere todo su esplendor.

Por tanto, si la frase el cuerpo nunca miente, atribuida a la coreógrafa Martha Graham, es cierta, lo que quizás me pone a mí en movimiento para recorrer más de un ciento de kilómetros es la búsqueda de la verdad y sus afectos. Una verdad que se encuentra en los cuerpos que bailan en obras coreográficas, cuya dramaturgia me interpela desde diferentes perspectivas y desde un sentido inefable, que reinventa el concepto de belleza para producir emociones estéticas inéditas. Una verdad que se encuentra en cuerpos semejantes al mío, sublimados por el arte de la danza, convertidos en sujetos vibrantes y objetos brillantes, abiertos en infinitas articulaciones poéticas, visuales, sonoras.

‘TAKE’ de São Castro & António M. Cabrita / Instável Centro Coreográfico. Teatro Municipal de O Porto, TMP (Gran Auditorio. Rivoli, 17 de febrero de 2024) fue más de una hora de tensión rítmica entre el escenario y nosotros, el público, originada por las ondas coreográficas, en los contrastes entre el movimiento articulado, en las auto y hetero manipulaciones, que nos ofrecen una sensación inhumana de las personas que bailan, lanzándolas a una dimensión fantástica. La tensión rítmica, que nos atrae, también estaba originada por la expectativa teatral, sembrada por la figura de un posible cuerpo yaciente, gris, estático, muerto, de espaldas a nosotros (en el lado izquierdo del escenario), y la relación del grupo con esta figura antropomórfica, ajena a la vibración de la enormidad de las ondas sonoras.

La composición musical de Sarah Procissi nos hace sentir las ondas del sonido no sólo en nuestros tímpanos, sino también en nuestra piel, en todo nuestro cuerpo y, a través de la visión, en las emociones que nos producen los bailarines, que, por momentos, parecen ser su transmutación, la del sonido.

En ‘TAKE’ hay algo misterioso que resolver. Disfrutamos de la danza y su compleja dramaturgia, que nos hace percibir que el baile es acción. O sea, que produce situaciones humanas en las que pasa algo y en las que surge algún tipo de evento, más o menos perceptible, que cambia esa situación y que nos conduce en algún sentido perceptible también, aunque no podamos definirlo ni tener certezas al respecto. Sentimos el sentido, entendemos el significado, pero éste, el significado, en dramaturgia, estaría más relacionado con una historia y con unos personajes, algo que en la danza no es necesario (y en el teatro posdramático tampoco). Por tanto, percibimos que el baile, en ‘TAKE’, es acción y sentimos su sentido, sentimos que lleva una dirección hacia a algún lugar, aunque no sepamos ni entendamos cuál. En estas “tomas” (“take”) nuestras expectativas dramáticas y humanas (querer saber, querer conocer y empatizar con las personas que actúan en el escenario) chocan con una sensación de extrañamiento, provocada por la atmósfera fantástica y estos movimientos extraordinarios. Al final, el misterio se resuelve parcialmente y queda la idea de que el sonido y la imagen, en la danza, pueden hacernos imaginar historias e incluso alucinar.

‘ACID GEMS’ de Adam Linder y ‘STATIC SHOT’ de Maud Le Pladec, del Centre Chorégraphique National Ballet de Lorraine (Francia) (TMP. Gran Auditorio. Rivoli, 24 de febrero de 2024), fueron un bálsamo enérgico, con momentos eufóricos, y un placer para los sentidos, desde el punto de vista de la emoción estética y cinética. Aquí la dramaturgia conduce el sentido más desde un plano puramente dancístico (cinético) y visual (icónico) que dramático (en lo que podemos asociar con acción). Un reparto portentoso y numeroso, de casi una veintena de jóvenes, hace del escenario una membrana elástica de plasticidad sensual.

En ‘ACID GEMS’, Linder parece querer seguir puliendo la piedra preciosa del ballet, con los colores fosforescentes de un paisaje en constante cambio, hecho de movimientos y posturas siempre elegantes. Se trata de un juego ballético de gran amplitud y expansión en los movimientos, con bellas elongaciones y un trabajo en las dinámicas y las velocidades que fluye como la miel, aunque si fuese un sabor sería más cítrico y ácido, como el propio título de estas gemas indica.
Ondulaciones corporales y creativas maneras de organizar coros y el conjunto grupal, despiertan, por veces, una evocación marina y una textura líquida, quizás condicionada por los efectos de la luz en el ciclorama de fondo y por la presencia de dos vigilantes subidos a sendas escaleras, como los socorristas de una playa. Bajo la mirada ciega, porque tienen la cara tapada, de estos dos misteriosos observadores, se dan evoluciones coreográficas de diversa índole y genética (somática, urbana, teatral), que alteran el vocabulario reconocible del ballet llevándolo a otros lugares preciosos.

‘STATIC SHOT’, de Le Pladec, parece aludir a la mirada de las cámaras (una mirada que cada vez quita más tiempo vital a las personas, nuestros ojos en la cámara o en la pantalla, más que en otros ojos) y cómo esa mirada moldea o puede moldear nuestros movimientos y nuestras maneras de estar e incluso de relacionarnos. Pero, en ‘STATIC SHOT’, además del espectacular vestuario de la jungla urbana, y de la isla o burbuja que genera el beso en la boca de dos bailarines en medio de toda esa exuberancia, están los desfiles que convierten el escenario en una pasarela colorista y heterogénea. Sin embargo, lo más impresionante, quizás, es la búsqueda del éxtasis, gracias a la danza comunitaria y a sus efectos alucinógenos, con momentos de alto impacto cinético-visual y emocional, como en la diagonal en la que, en canon gradual, se van lanzando en parejas, o la fila que se desdobla en avances y retrocesos, con un efecto óptico de calidoscopio. Éxtasis y efectos alucinógenos de los cuales, en este díptico del CCN – Ballet de Lorraine, como espectador, puedo dar fe.

No solo de eso doy fe, sino también de que los cientos de kilómetros recorridos en medio de un vendaval de lluvia torrencial, en estas borrascas con nombre que nos atraviesan últimamente con bastante asiduidad en el eje atlántico peninsular, merece la pena y tiene todo el sentido. Todo el sentido que no tiene, por ejemplo, la sensación de lo ya visto tropecientas veces cuando uno va al teatro; o el sinsentido de este momento histórico de crisis y catástrofes, producidas desde el sentido y el significado del poder, de gobernantes a diferente escala, grandes empresarios y otros elementos de psicopatía no diagnosticada.

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