Críticas de espectáculos

Compré una pala en Ikea para cavar mi tumba/Rodrigo García

Contra el consumo
Obra: Compré una pala en Ikea para cavar mi tumba
Autor: Rodrigo García
Intérpretes: Juan Llorente, Patricia Lamas, Rubén Escamilla
Dirección Rodrigo García
Producción: La Carnicería Teatro
La Ribera –Bilbao- 02-11-03 BAD
Ni siquiera en esa supuesta libertad que los ciudadanos occidentales tenemos para consumir nos podemos expresar compulsivamente sin escaparnos de nuestra cadena que nos amarra a las marcas. A los mitos. A los comportamientos sociales mediatizados. El caos que nos presenta Rodrigo García es una simple observación con lentes de aumento de nuestro devenir en este mercado. Somos sujetos y objetos mercantiles, nuestros pensamientos se alimentan de viciosos conceptos totalitarios a los que disfrazamos como progreso. Uno diría que Rodrigo García es un puritano, en el sentido de que en su denuncia lleva implícita una actitud ante el propio sistema al que siente como corrupto, pero imagina que existe un lugar todavía por reconquistar, en donde el ser humano sería feliz, siempre que se apartase de este mal camino del consumo.
Es una mirada al ser humano muy optimista. Y precisamente para no ruborizarse con este mensaje salvador, sus formas son brutales. Se hacen metáforas físicas, se utiliza el actor, su cuerpo y su voz, en toda su plenitud, significando en otro concepto casi místico, como es la alimentación, el símbolo del desvío, la aberración del gusto, la mutación de la necesidad de alimentarse con una especie de ritual de consumo, de la representación de la comida más que el hecho de ingerir proteínas o minerales, a medio camino del exceso de gula y el masoquismo del gusto. Y es el cuerpo el que existe, el que sufre, el que lleva su tarjeta de crédito formando parte de su propia piel, el que se crucifica con clavos de ketchup o mostaza.
Poética del derrumbe, de la suciedad, de ese reguero de basura que deja el proceso vital y escénico. El equipo actoral forma parte esencial de la propuesta escénica y dramatúrgica. Los textos parecen surgir de su propia experiencia, su prosodia coloca la palabra en un nivel parangonable a un objeto, a una luz, a un sonido, quitando emoción al recitado, pero dándole intensidad representativa, creando una distancia con los sucesos que se convierte en un fatalismo. Contra todo consumo, intentando incluso huir del consumo del propio estilo, esta obra deja en el cuerpo y el alma unas heridas teatrales que deben cauterizar con mucha reflexión.
Carlos GIL

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