El Hurgón

Conversando con el Tío Pello

A José Arrieta, conocido en el mundo de la juglaría del Caribe colombiano como El Tío Pello, fue a la primera persona a quien me atreví a expresarle algunas inquietudes que, sobre el uso desmedido de las palabras me habían quedado al final de la décimo quinta versión del evento de narración oral más emblemático de la cuenca del Caribe, EL CARIBE CUENTA, debido a su gran capacidad de convocatoria de público y a que la disponibilidad de escucha de sus organizadores y su decisión de avanzar haciendo cambios, lo libera de la rutina en la que suelen caer los eventos culturales cuya desenvoltura en el tiempo termina siendo un asunto de inercia.

El Tío Pello, estuvo participando, durante el festival, en uno de esos espacios, convertido por las circunstancias, es decir, por las exigencias del público, en una especie de confrontación verbal y gestual, cuyo objetivo, al parecer, es demostrar quién es capaz de producir mayor risa en los asistentes, y como no quería quedarse atrás, pero además, se sentía con la obligación personal de conservar su prestigio, luchó por alcanzar el éxito, con tal tesón, que excedió los límites de la desmesura, característicos de las gentes de esa región de la geografía colombiana, cuando de decir las cosas hablando se trata, porque allí expresión oral significa algo más que hablar, debido a que esta actitud se va generando en el individuo, desde el vientre, hasta convertirse en parte fundamental de su naturaleza social.

Después de tanto esfuerzo, en el que ciertas palabras pudieron salir sin consultar su razón, porque iban impulsadas por el deseo único de ganarles a las de sus contendores, al Tío Pello debió quedarle una duda, cuya forma tomó pronto asiento en su rostro y delató su necesidad de compartir comentarios con otras personas que habían estado en el festival, para averiguar si les sucedía lo mismo.

En el rostro del Tío Pello se observaba el apurado declive del entusiasmo de quien empieza a estar insatisfecho con lo que hace y dice, y a mí me dio la impresión de que se hallaba así por no saber definir si había ganado o perdido, porque en el festival no hubo un jurado, y la risa del público no pareció ser tenida en cuenta para resolver esta ausencia, porque quienes debían tomar esa decisión no parecían muy seguros del buen juicio de ese público, al que ya empezaban a catalogar de reidor compulsivo.

-Te noto preocupado, Tío Pello – dije, sin mirarlo, al tiempo que me sentaba a la misma mesa en donde él esperaba que le sirvieran el desayuno.

– Sí…

– Puedo adivinar la razón – dije, sólo para atizar el fuego.

– ¿Cuál es?

– Dudas de tu desempeño en el festival

– No; de ese estoy seguro; pero de repente he empezado a preguntarme cuánto perdemos en cada competencia, aunque ganemos.

– Explícate.

– Cuando montas una competencia en la que el objetivo es la palabra, corrompes el mensaje, porque cuando la palabra va arreada por emociones de pérdida y ganancia, se despoja de su información, para quedar liviana y poder correr bastante.

El Tío Pello había llegado al punto sobre el cual quería hacer un comentario, que me había guardado por temor a molestarlo, porque no sabía si era él uno más de aquellos que le dan a su oficio un carácter religioso, y no acepta discusiones.

Empezamos, entonces, una conversación acerca de diferentes temas relacionados con lo que sucede en los festivales, y cuyas conclusiones seguramente compartiré con ustedes, amables lectores, en próxima oportunidad, asumiendo el riesgo de alterar la paciencia de los pontífices de la narración oral.

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