Reportajes y crónicas

Crónica de la tercera jornada del Foro de Debate Cruce de Escenas

La creación escénica desde el actor y el director fue el tema que centró la tercera jornada de Foro Internacional de Debate Cruce de escenas. Iberoamérica ante el teatro del siglo XXI, organizado por la Sociedad Estatal de Conmemoraciones Culturales (SECC), y que reúne en Las Palmas de Gran Canaria durante cinco días a medio centenar de profesionales del sector con el objetivo de trazar el perfil escénico de la centuria que acaba de empezar. Aunque la interpretación sigue partiendo de conocidas didácticas de los grandes maestros, la dirección es una continua carrera hacia la innovación, llevando consigo no pocos métodos de actuación así mismo renovados.

Para dilucidar este tema se sentaron alrededor de la misma mesa los españoles Nacho Cabrera, José Pedro Carrión, Rafael Rodríguez y Ana Zamora; el portugués Jorge Louraço; la colombiana Patricia Ariza y el peruano Miguel Rubio. José Pedro Carrión aseguró que le gusta “indagar y darle vueltas a la técnica de actuación” aunque reconoció que no existen recetas mágicas y que el mejor método para actuar “es el personal, el que descubre y perfila cada uno”. Carrión contó cómo sobre el escenario “se pierde y se encuentra” constantemente en una misma función aunque el mejor momento llega cuando consigue estar, a la vez, centrado en su personaje y contemplándose desde fuera: “Es como estar inspirado por accidente”, afirmó. Carrión aseguro también que a actuar “se puede aprender pero no enseñar” y que, puestos a buscar, “el mejor maestro es el público”. En cuanto al papel del director en la obra Carrión cree que los actores “realizan una obra de arte en vivo y en directo cada vez que suben a escena. El mejor director no se nota, es invisible” pues el teatro es mezcla y colaboración.

 

La colombiana Patricia Ariza aseguró que en su país “hacer teatro es un asunto de vida o muerte y no lo digo como una metáfora sino como una realidad”. La directora, actriz y dramaturga desglosó su experiencia como miembro del grupo de teatro La Candelaria que lleva más de cuarenta años llevando obras a las tablas con una actitud (no quiso llamarle metodología de trabajo) que parte de la concepción de la compañía como un laboratorio donde trabajan todos por igual y se relacionan y actúan ““sin jerarquías verticales y estableciendo vínculos horizontales y solidarios”.

“El teatro es más que la parafernalia gigante que muchos se quieren montar. No es un panfleto. Es arte y tiene que tener una implantación allí donde va”, aseguró el canario Nacho Cabrera quien relató su experiencia al frente del grupo de teatro la República. Abogó por los repertorios “que analizan la existencia del mundo con ojo crítico y (¿por qué no?) con utopía” y aseguró que en sus montajes el “ritmo y la escenografía son dos actores más por lo que como director me someto siempre al trabajo de la escena”. Aunque el grupo que lidera no se dedica a la creación colectiva, se mostró partidario del trabajo colegiado y no quiso acabar su intervención sin denunciar los dos grandes cuestiones que impiden, a su juicio, el desarrollo del teatro tanto en Canarias como en el resto de España: “la falta de circuitos que debemos luchar por crear y consolidar y la omnipresencia de la comedia, contra la que personalmente no tengo nada pero que prácticamente monopoliza la oferta teatral sesgando a los espectadores y convirtiéndoles en tarados teatrales”.

Unas tesis que también compartió, en gran medida, el director canario Rafael Rodríguez quien afirmó “que hay que ponerle nombre a las cosas para que las cosas existan” en referencia a la disgregación y el desconocimiento del buen teatro que se hace en las Islas Afortunadas”, que pasa en su mayor parte desapercibido. Rodríguez defendió la colaboración y el buen entendimiento entre los distintos miembros de una compañía pero remarcó “la importancia de los actores porque son los que finalmente llevan la obra al público”.

El peruano Miguel Rubio también reconoció la primacía de los actores sobre el resto de miembros de una compañía y puso como ejemplo la Ópera de Pekín “donde los actores modifican y cambian continuamente la Historia del teatro”. Rubio fue invitado a impartir un taller de teatro en esta institución y contó que nunca olvidará la pregunta que le hicieron cuando rechazó la propuesta de mostrar ante los alumnos los personajes que sabía representar. “Soy director no actor por lo que no tengo personajes que mostrar”, respondió. ‘¿Entonces cómo puede enseñar lo que no sabe?’ le preguntaron. Una cuestión que provocó que ahora se plantee su trabajo como “la construcción de un lenguaje a través del cuerpo del actor. El actor es un cuerpo y yo soy su acupuntor. Hay que crear una presencia antes que un personaje; convertir el cuerpo del actor en una página en blanco en la que pueda suceder lo que viene. El personaje tiene que aparecer no se puede construir como si fuera una pared ladrillo a ladrillo”. Sólo así se puede organizar la acción de ese espacio compartido que, para él, es la dramaturgia.

El brasileño Jorge Lauraço analizó, a través de su biografía como responsable de una compañía en Sao Paulo, los distintos factores que intervienen en la creación de una obra y defendió el papel del director como creador y no ensamblador de piezas sueltas reivindicando el papel de la artesanía frente al producto industrial. Ana Zamora, por su parte, recordó el papel que desempeña la compañía que dirige en la recuperación del patrimonio dramático del prebarroco español al que aseguró acercarse con respeto pero de una forma dinámica que le permite contemporanizar a los clásicos a través del trabajo en equipo.

Los relatores Miguel Ángel Giella (España/Argentina), Luis Masci (Uruguay) y Mario Ernesto Sánchez (USA) sintetizaron el primer encuentro de la mañana y plantearon los temas a considerar durante el debate. El diálogo fue animado y fructífero pues al tema del día (relación director-actor) se sumaron otros (relación autor-director; relación público-actor; relación director-programador…) que pusieron de manifiesto, una vez más, el equilibrio precario e inestable en el que sustenta el teatro de nuestros días.

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