Y no es coña

Cuarentena colombiana

Estoy confinado, en cuarentena por el hecho de haber llegado de Colombia. En Barajas me hicieron test de antígenos que resultó ser negativo. Yo pasé hace meses la COVID-19, después me vacunaron dos veces, tengo todos los certificados, pero aún así, tengo que estar en cuarentena por el simple hecho de viajar desde Colombia. Me llamó un rastreador del ejército para recordármelo. Parece un exceso de celo. O una discriminación. Estando allí, me enteré de que las personas colombianas no pueden entrar en Europa desde hace apenas dos semanas. La causa es que unos pocos falsificaron unos certificados de vacunación. Pagan todos. Quizás esta cuarentena que vivo se deba a un efecto colateral de esas falsificaciones. Algo que abunda en una estigmatización de un gran país que está viviendo convulsiones sociales y políticas.

 

Quince días en Bogotá y Medellín me han ayudado a sumergirme en una realidad teatral que encuentro efervescente y con claros signos de resiliencia, además de una potencia comunicativa digna de mención. Hacía unos dos años largos que no pisaba Colombia, pero ha sido uno de mis destinos habituales durante décadas. No es que sea conocedor profundo de sus realidades, pero sí de algunos festivales y de algunas compañías y grupos que han sido referenciales en esos tiempos. Este viaje me ha servido para acercarme desde otro punto de vista, porque he ido acompañando al montaje que dirigí en Portugal, además de tener el privilegio de poder escribir sobre lo que veía y, lo más importante, estar, charlar, con personalidades del teatro colombiano que me han transmitido esa vocación irrenunciable de estar al frente de todos los movimientos sociales con sus obras, sus festivales y sus acciones teatrales.

He visto varios espectáculos de gran significación histórica dentro del Festival Mujeres en Escena por la Paz. Ya relaté los más significativos, lo mismo que el último de Teatro Petra, por lo que hoy deseo resaltar la grata impresión que me han producido las salas donde hemos actuado, y las que he visitado como veedor impenitente. En el barrio bogotano de La Candelaria, ese centro histórico que está viviendo una gentrificación evidente, sus cambios son notables, en algunas calles y carreras, con edificios rehabilitados para viviendas de calidad, pero lo más importante, a mi entender, es la cantidad de salas de teatro existentes. Y son salas construidas con fundamento, no se trata de habilitar un galpón con cuatro telas y una docena de focos, sino que se han realizado construcciones pensadas para el uso como sala teatral de múltiples usos. 

Junto a esas salas, una decena si no me equivoco, contando el Teatro Colón, hay numerosas salas de exposiciones, museos y bares y restaurantes que buscan crear una burbuja en el centro de Bogotá donde la vida puede trascurrir dentro de un ambiente cultural, sin obviar la realidad que uno se encuentra en la calle, pero con algo de distensión por todo lo anteriormente explicado. Salas que regentan grupos, que tienen, la mayoría de ellas una parte de formación, que tienen capacidades reducidas, pero que sin restricciones pandémicas superan el centenar de personas de aforo, lo que es relevante.

Sucede lo mismo en Medellín, donde visitamos tres salas: Pablo Tobón, un teatro privado de novecientas butacas; el Teatro Popular de Medellín, un sala diseñada por una actriz y soprano, además de arquitecta, que está pensada para la actuación y para que los públicos tengan una visión y audición total, donde actuamos; y el Teatro del Ateneo Porfirio Barba Jacob, una sala con trescientas cincuenta butacas y muchas dependencias para actividades diversas. Existen en ese entorno una media docenas de salas de esas características que no nos dio tiempo a visitar. Retrata una actividad constante, unas programaciones diversas, con muchos festivales locales y específicos con temáticas variadas. 

Las ayudas estatales y municipales son escasas, pero existentes, de diferentes maneras de convocatorias, con leyes en funcionamiento desde hace décadas. Una persona amiga al frente de un programa del Ministerio de Cultura a través del Teatro Colón me explicó que se está intentando crear una red de teatros para racionalizar la distribución y movilidad de los espectáculos. Es una tarea, a vista europea compleja, ya que los teatros de titularidad pública son los menos, por lo que conciliar lo público y lo privado siempre es una fuente de roces, cuando no de conflictos. 

No relato nada de Manizales, donde tantas veces hemos entrado a sus teatros y salas, ni Cali, donde hasta actuamos una vez en su Teatro Municipal, porque esta vez hablo de donde he estado.

Existen universidades con titulaciones en artes escénicas, una de ellas con estudios específicos para la docencia teatral en comunidades, escuelas, además de las que dan el título de interpretación y la multitud de escuelas privadas, algunas de ellas con gran tradición y con resultados evidentes de buen funcionamiento en cuanto a propiciar la formación profesional de actrices, actores y otros gremios fundamentales en el quehacer de las artes escénicas.

Escribo a vuelapluma. Es todo mucho más complejo, más bello, con más aristas, pero dentro de todas las limitaciones actuales, es un teatro vivo, en ebullición. Valga como confirmación la existencia de La Tienda Teatral en Bogotá, una librería dedicada casi en exclusiva a las artes escénicas, que además tiene ya varias colecciones de libros de una calidad exquisita y de unos contenidos realmente importantes. Uno ha llegado con la maleta llena de libros, ya que hay una producción editorial no suficientemente bien canalizada en su distribución, pero que refleja una vitalidad importante. Por cierto, en las calles de Bogotá, donde hay numerosos puestos de venta de todo lo imaginable, las paradas de ventas de libros son numerosas. Conmueve.

Volveremos a Colombia en cuanto podamos. A Hacer Teatro. A Aprender de las energías teatrales que allí confluyen. Lo que queda claro es que seguiremos manteniendo la atención al teatro de Colombia y nos involucraremos más en su difusión.

Esta cuarentena colombiana es una bendita manera de parar un poco para reflexionar.

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