Críticas de espectáculos

Daimon y la jodida lógica / Matarile Teatro

Universo Matarile

La evolución semántica de la palabra daimon desde sus orígenes griegos hasta hoy es tan fascinante como el espectáculo con el que la compañía gallega Matarile inundó el Jovellanos “de luz y de color”. Y nunca mejor dicho lo de la luz, pues Baltasar Patiño, uno de los fundadores de la compañía, es el responsable de una iluminación tan mágica como hipnótica. La trayectoria de Matarile nunca ha dejado de sorprendernos y cuestionarnos.

 

Con ‘Daimon y la jodida lógica’ han cosechado el aplauso de la crítica y el público y no es para menos. La pieza hace honor al título y desafía las leyes del “logos” para arañarnos las entrañas desde un planteamiento plenamente sensorial. Con un aire muy europeo, en una caja escénica sin aforar, los intérpretes apenas abandonan la escena acompañados por la fuerza y el nervio de la luz y la música en directo, sobre todo la batería de Nacho Sanz, que lleva la voz cantante. Alternando momentos de gran lirismo y música cadenciosa con el desenfreno más “daimónico” y chamánico, los actores/bailarines/músicos pululan por la escena hasta descoyuntarse física o anímicamente en solos que van marcando el ritmo de este espectáculo sin pausa. La palabra daimon es tan polisémica (dios, demonio, destino, genio protector, espíritu, carácter, suerte…) como ecléctica es la puesta en escena, que aúna referencias circenses, ochenteras, raperas, kitsch, heavymetaleras, oníricas, sensuales y provocadoras. Una fiesta de lentejuelas y confeti trufada con reflexiones filosóficas y máximas de la física cuántica acerca del sinsentido de la vida o la pérdida de la esperanza, que resultan más necesarias que nunca en estos tiempos Covid.

Comienza la función con una declaración de principios de la compañía en boca de Ricardo Santana, que nos habla del orgullo y el privilegio de pertenecer a un reducto estético, no sin cierto desencanto otorgado por el paso de los años y el ver cómo “el desfile de los dóciles” traiciona a los comprometidos con la verdad escénica, que se resisten a la indiferencia y a desaparecer, en un acto heroico de amor al arte. Todo ello salpicado de las habituales pinceladas de humor que pueblan sus monólogos: “no pisoteen a las actrices, que ya vienen pisoteadas de casa”. Los contrastes y los opuestos son el eje que vertebra el discurrir escénico. Por una parte, los duelos de breakdance callejero en los que Ana Cotoré se retuerce y distorsiona desmelenándose como una fiera herida para retomar con pasmosa tranquilidad a recitarnos en italiano un fragmento de ‘Morire?’ de Adami-Puccini. Y a continuación emerge Celeste como una diosa hollywoodiense envuelta en lamé, deslumbrante presencia y cautivadora interpretación, que protagoniza también las interpelaciones al público, en un estilo muy de cabaret. Entre karaoke y brillantina merodea el daimon (Jorge de Arcos), que tan pronto es ángel como demonio y se arrastra por la escena en unos zancos construidos ex profeso, que le hacen balancearse apurando las leyes “lógicas” de la gravedad. No faltan las críticas a la hipocresía del primer mundo que lava su conciencia leyendo a Coetzee y disfrutando con los postulados animalistas de Elisabeth Costello.

Hay mucha belleza en escena que nos impregna las retinas y encoge el corazón: el solo quejumbroso de la viola de Alba Loureiro y las reflexiones sobre la dieta de los melancólicos, cargadas de ironía. El doloroso vaivén del cencerro en el cuello de Neus Villà o el desgarro rockero de Cristina Hernández como filósofa cuántica. Nuria Sotelo, cual princesa de Éboli engabardinada, nos fascina con sus contorsiones, mientras Celeste acaricia la bola de discoteca al son de una sensual canción francesa. El daimon alado revolotea por la escena o se ayuda de unas muletas que acentúan su animalidad. El destino fatal se cierne sobre nuestras cabezas y juega con los actores como marionetas. Emulando a Baudelaire se nos anima a embriagarnos para poder soportar la realidad, embriagarnos de vino, de poesía o virtud… Las referencias son continuas: Pina Bausch, Kantor, Louis Malle, Sorrentino, Zizek, Cartarescu, Becerra, Marguerite Duras, Artaud y Bolaño, cuyos hologramas incluso comparten mesa con los actores. El poder del nombre y las palabras como presagio que determina la vida de las personas. Y en un intento de exorcizar el pasado nos despiden las palabras de Bolaño y una música de bolero con maracas. Sin esperanza no hay miedo. La Vallés poetiza la realidad y consigue habitar lo inefable, lo que no se puede expresar con palabras. Allá donde el deseo habita, es adonde nos ha trasladado Matarile con este fascinante y seductor espectáculo. Por muchos años más.

Eva Vallines

 

‘Daimon y la jodida lógica’

Dirección: Ana Vallés

Intérpretes: Ricardo Santana, Nuria Sotelo, Ana Cotoré, Celeste, Alba Loureiro, Cristina Hernández…

Iluminación y espacio sonoro: Baltasar Patiño

Textos: Ana Vallés

 

Teatro Jovellanos, sábado 24 de octubre

 

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