Zona de mutación

Dejavunik

Lo institucional. El arte que se resguarda en la normas, entre las paredes de los organismos oficiales. Por fas o por nefas surgen atenuantes que explican no dar, no rendir, no encontrar, no conjurar la epifanía. Como contrapartida la salida a los espacios de la impertinencia, a la desublimación que impone una cierta perspectiva, que si impone, en palabras de Marcuse, no es sino como desublimación represiva. Es difícil darle historia a esa mirada. Incorporar las dimensiones contextuales. La pulsión libérrima del si todo vale, nada cambia y es la catástrofe. La inconducencia. La no mediación (in-mediación). La imagen de los comederos de pollos que no pueden ir a ningún lado y que sólo les queda picar el balanceado que les dan. Una jaula de autosaciedad. Resignada la aventura del vivir, todo se remezcla en lo ya vivido, el ‘dejavunik’ según fórmula de Harold Rosenberg.

Un nuevo escenario para la representación del drama humano difícil encontrarlo cuando el propio juego, la propia convención le es ajena.

Lo que se puede decir por otra vía, por qué puede ser necesario o importante que el teatro lo diga. La estética administrada no conforma theatron. No se cumple la consigna ‘para ver’.

La anomia perceptiva, el desbarajuste de todos los sentidos satura los umbrales sensibles y colapsan las capacidades específicas de captar señales, interpretarlas, hacerlas circular. La ceguera perceptual. La catatonia.

Hay un algo del orden del movimiento, una imposibilidad motriz. Cualquier arte poética se ejerce y celebra como dogma. Y lo único capaz de vencerlos no se aplica: la crítica. Como conjurar a profecía entre destinos conocidos.

La fijeza favorece la ‘respuesta de orientación’ (Kerckhove). Imposible contrarrestarla cuando está potenciada por el sistema de control. Teatro para espíritus depotenciados sin el ímpetu de la iniciativa.

Entre aquello que se da y lo que se espera recibir, hay amortización, suma 0. Esto es así porque es así. Lo que ves es lo que ves.

El convenio es no forzar el arte. Es un elemento del pop que se merece quedar fuera de cuestionamientos, fuera de ser realista pidiendo lo imposible.

El teatro como promesa de conformidad. Aún en pretendidas rupturas hay conformidad. Es lo esperado. Como decía Tolstoi: «Este Andreiev trata de asustarme, pero yo no me asusto». ¿Hay que sacar a Tolstoi de la sala? Al contrario, su respuesta instaura la baja intensidad deseada. Entretanto, el teatro finge que pasa algo que no pasa. Qué se le va a pedir al cuerpo que no da para más. Los que se pavonean con el arte como industria, de parabienes. Qué imposible se solicitará de la presencia ante unos ojos que saben que cualquier milagro es sólo un truco. Están todos avisados. A quién va a engañar este teatro con hibridaciones pretendidamente novedosas de las mismas vetusterías largamente conocidas.

Mostrar más

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Botón volver arriba