Zona de mutación

Diálogo de segundo grado

-somera revista-

Lo que no tiene palabra que lo nombre, lo no visible, lo inconsciente… zonas que activadas favorecen un ‘diálogo de segundo grado’, según lo llamara Maurice Maeterlinck en el capítulo ‘el trágico cotidiano’ de su libro «El tesoro de los humildes». Rancière lo menciona para plantear la expresión de un desear inconsciente del ser, pero para llegar allí, han de superarse los designios de la linealidad, o lo que por su parte, Raúl Ruiz, calificara como ‘teoría del conflicto central’, paradigma globalizado impuesto por Hollywood. Difícil pensar en la diacronicidad de este modelo, donde las jerarquías de la linealidad, remiten a otros centros más propicios a esta disputa contra el orden representativo. Entre ellas, una palabra viviente que contrarreste la verdad de la civilización, con sus sobreactuaciones o sus discursos de obviedades de superficie, como de sus agitaciones. Para que todo hable (conciente-inconsciente), es necesario que la jerarquía del Orden Representativo sea abolida. Disputa poética contrahegemónica al sistema de sentido, a la totalización consciente, con los arrestos del subsuelo no sistémico que no está al servicio de una verdad incontrovertible.

El pensamiento por otra vía, alterna al logocentrismo, rescata ya no sólo la capacidad de argumentar por contacto, por imagen, por ritmo, sino que los desfasajes de los viejos centros, ex-centran respecto a los timones del sujeto, y los dominios témporo-espaciales clásicos, donde la subjetividad es a costa de recargar el yo, abrumándolo en peso hasta doblarle la espalda. Este ‘diálogo de segundo grado’ hace pensar en los lenguajes olvidados o en aquellos que la vida práctica nunca ha dejado implementar, pero aún así, siempre será pertinente el planteo por la forma, por cómo traerlos a la luz. Maeterlinck piensa en una tragicidad posible ya no a partir de los casos truculentos del magnicidio, el asesinato y las pasiones exorbitantes. El intiempo de los mitos no es la disculpa extemporánea del coetáneo. Hay una tragedia en las pequeñas cosas, en la cotidianidad de la vida presente y actual. Pone como punta de lanza de esta visión, la obra de Ibsen «El maestro Solness». Aún cuando Maeterlinck pueda ser sospechado, por su pertenencia simbolista, impresionista («que apela a Emerson y a la tradición mística»), de quedar anclado a una postura subjetivista, a niveles fantasmáticos cuando no metafísicos de las cosas, vale su apelación técnica tomada como el desafío por traspasar metodológicamente las capas de la pseudo-realidad, sus niveles aparienciales e ilusorios. Allí, la poética de lo apenas entrevisto («lo que nos hicieron entrever de paso»), quizá la del detalle, no sería ajena a esta posibilidad. El grito, si se quiere, del secreto de lo real arrumbado ctónicamente. La desarticulación de los ritmos dicentes, de la lógica discursiva y racional conminativa, mediante el acicate del ‘cuenten una historia’. El teatro es un arte donde la propia presencialidad le confiere un rango brutal, que impide luego que se lo pueda definir como un arte sutil. Pero de lo que se trata es de sutilizar la mirada, hasta poder mostrar ese apenas ‘entrevisto’ o, en palabras de Molinuevo, lo visible no visible. Como esto no está ligado a la abstrusidad ni al azufre de un traspatio esotérico, el ‘segundo grado’ implica la conexión a una realidad disuelta detrás de cortinas de humo. La imposibilidad de traspasar las capas, es el precio de las ignorancias inducidas y deliberadas. Ese valor ‘de segundo grado’, equivale al bisturí lúcido que perfora la obviedad de las mostraciones brutales. Una dramaturgia de detalles, intersticial, una poética de objetos que trituran los tiempos psicologistas de los dramas bien hechos, una poética de la diástasis, una diégesis del ‘tiempo lento’ (según otra fórmula de los estudios de cine de Molinuevo), o una experiencia en el espacio abierto antes que una decodificación de imágenes al calor seguro de la sala, son algunas alternativas que se juegan. Campea como horizonte la autodeterminación sensible donde el hombre deja de ser la materia pasiva del drama o el guardián de su rol de marioneta divina. Si, según Ruiz, la realidad es un servicio público, los prestadores tercerizados que la interrumpen, la desvían técnica y científicamente, tendrán su ajuste contrafáctico en la anulación de mediatizaciones vigentes. Entre ellas, la necesidad, frente a la deposición del autor que monologiza cualquier diálogo (la estocada es de Bajtín), de contra-atacar con un diálogo que se dialogice. Ya en tren de citas que permitan abarcar la amplitud del tema, en pos de romper lo monolítico del monologismo, no puede no pensarse en el ‘sujeto rapsódico’ de Sarrazac. Pero también en la autosuficiencia de una sensibilidad que se resiste al concepto, que se postula como una percepción inmediata que no precisa ser lenguaje y es lo que permite que hablen los trasfondos, que otra cosa hable, con sus léxicos e inflexiones específicas.

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