Incendiaria en combustión

Distancia y años luz

Recorrer distancias, acortándolas o ampliándolas, es una de las actividades humanas más esenciales. La distancia que tomamos con respecto a lo que nos rodea habla de nosotros. Es la proxemia: ese espacio propio que nos rodea y que sirve para aclarar la territorialidad en las relaciones interpersonales. Sobre la escena podemos medir la distancia entre los actores y la distancia entre los personajes, pero… ¿cómo se mide la distancia entre el actor y el personaje?

Hace algunos años me quedé fascinada con el trabajo de Stanley Brouwn en una instalación en la que usaba sus propias unidades subjetivas de medida (pie s-b, codo s-b, paso s-b) contraponiéndolas al sistema métrico universal. Recuerdo sus particulares distancias entre ciudades y sus medidas de edificios, puertas y objetos. Paso s-b, codo s-b, pie s-b, metros, yardas, millas, palmos…servían para establecer medidas, pero la pregunta sigue siendo: ¿cómo se mide la distancia entre el actor y el personaje?

En el discurso de los personajes, el lenguaje no verbal nos permite descubrir qué tipo de relación mantienen entre ellos por la distancia existente entre los cuerpos de los actores. Esta distancia puede ser: íntima (entre 0-45 centímetros, territorio del afecto, el amor o la familia), personal (entre 45 y 120 cm, territorio de la amistad o la relación formal entre conocidos), social (entre 120 y 360 centímetros, territorio de lo extraño, lo institucional o protocolario) o pública (de más de 360 centímetros, territorio del individuo ante el grupo).

Pero esas medidas objetivables, precisas y científicas se quedan cortas a la hora de medir la relación entre actor y personaje. Y hay que seguir haciéndose preguntas para saber cómo salvar distancias, reducirlas, ajustarlas o dilatarlas en beneficio de la propuesta escénica.

En una reciente conversación pública con un dramaturgo acerca de una de sus obras pensada para un espectáculo sobre la catástrofe, éste confesaba que la propuesta había resultado «catastrófica» precisamente por la distancia que actores y actrices tomaron ante texto. El dramaturgo explicaba que había escrito el texto a partir de ideas aportadas por los actores, a partir de un material con el que los intérpretes se identificaban profundamente y que, precisamente por esto, a la hora de llevárselo a escena era un texto que se resistían a asumir para evitar parecer ser ellos sobre el escenario.

Poder ser otro, alejarse de lo conocido, acercarse a lo lejano, normalizar lo extraño, hacer extraño lo cotidiano… En el fondo, lo que marca la distancia entre actor y personaje, al igual que lo hace entre el público y la escena es la atracción: ese movimiento curioso que incita a conocer más de cerca aunque nos encontremos a años luz de distancia.

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