El factor indefinible

Dramaturgia y crítica

Todo concepto, manifestación, forma o expresión en la escena necesita una dramaturgia. Es el modelo, el cuadro de mandos, lo que hay que diseñar primero, la cartografía espiritual de una pieza, la ruta a seguir. El director debería de someterse a ella. Hay costumbre de descargar la dramaturgia en este, pero también se puede hacer sobre la figura del dramaturgista. En España es muy habitual la primera opción; en los países anglosajones o en Alemania, por ejemplo, la segunda. Cuestión aparte es la rivalidad que pueda existir entre director y dramaturgista, algo que ha originado mucha literatura metateatral. Eso sí, cuando el autor del texto y el creador escénico son la misma persona (el director), la dramaturgia suele fundirse con el trabajo de dirección. Por ello, muchas veces se prescinde de citarla en los créditos. Se suele poner “dirección y texto” o algo así. En mi caso, por lo general, uso esta fórmula.

La dramaturgia es tan importante en una obra que, sin ella, todo podría desmoronarse. Por muy compleja que resulte una creación, sin un recorrido conceptual previo y sólido, sin un plan, esta corre el riesgo de resultar un repertorio de acciones sin profundidad. Aunque incluso la dispersión se diera, tampoco esta es sinónimo de catástrofe, ya que puede desarrollarse bien dentro de la dramaturgia. El azar, igualmente. Cada obra es un viaje espiritual hacia alguna parte, aunque sea al mismo sitio. Entre las estrategias que suelo usar para crear una pieza, una de ellas es la de intentar engañar o desmontar los prejuicios lógicos del cerebro en la dramaturgia, trabajar desde el azar, desde una cierta irracionalidad, siempre sitiada por los conceptos que deseo desarrollar. De esta manera, es posible profundizar mucho más en aspectos que, de otra forma, al estar sometidos a una historia, pasarían desapercibidos. En todo proceso hay expectativas que cambian, que se transforman, pero si somos capaces de conservar el delgado hilo de Ariadna, podremos siempre volver a casa. Aunque esta sea la nada. Aunque no importe demasiado. Aunque la hayamos quemado. 

La dramaturgia es la justificación, incluso, de lo injustificable. Todo, en realidad, es “dramaturgizable”, si se me permite esta palabra. Como todo puede ser texto. Las líneas son tejidas. Tampoco importa si al final son destruidas, como hacía Penélope. Ella también tenía un plan: esperar. Tenía su “dramaturgia”. Para conseguir la estabilidad que da la espera era necesario destruir. Y así lo hacía cada noche. Pero, al final, por muchas destrucciones que acumulara, sus objetivos de conservar la pasión y recuperar a su amor, arrebatado por los acontecimientos, acabarían siendo conseguidos.  

La otra cara de la moneda que afecta a todo esto es la crítica, la recepción especializada de la pieza. Hay muchos tipos, pero la que más me interesa, la que me parece más seria y completa es la que indaga en la dramaturgia y comprueba que los objetivos de la misma han sido cumplidos o no. Y si no ha sido posible, una función necesaria sería proponer una o varias alternativas comprensibles y aceptables. Considero que la peor crítica que se le puede hacer a una creación escénica es la que parte de una idea preconcebida de lo que es o no es teatro, y todo lo que no se ajuste a ello resulta mal valorado. Es la vía más fácil y más limitada a la que esta puede llegar y, por desgracia, la más común en los medios de prensa. En cualquier caso, si a los creadores escénicos se les exige todo, también estos deben exigir una crítica con formación, con suficiente capacidad de análisis y que explore sin prejuicios todos los elementos dramatúrgicos y prácticos que conforman la pieza estudiada. Si no se produce ese íntimo y profundo encuentro, la crítica no podrá cumplir su verdadera función: ayudar o guiar a los espectadores en los procesos de comprensión de la obra. 

Mostrar más

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Botón volver arriba