El Hurgón

El Contador Descontado (Capítulo ocho)

Las novedosas comodidades generaron en Kilovatio un cambio de percepción que lo llevaron a suponer a la mañana siguiente, cuando despertó del doble sueño biológico e ideológico, que esa era la vida que siempre había llevado. Simultáneamente con su despertar se escucharon en la puerta tres toques suaves. Cuando se levantó y abrió se encontró cara a cara con alguien a quien nunca había visto antes en el Centro, y quien sin mediar palabra, se presentó:

-Soy, lo que aquí se conoce con el nombre de guardián de conciencia.

Kilovatio no sintió molestia con la pronunciación de esa palabra. El hombre, siguió hablando:

-Creo que ya debieron decirte que en las próximas sesiones físicas vas a trabajar con el tronco.

Kilovatio empezó a hacer movimientos de cadera para demostrar que su conciencia ya se había aplicado a la expresión y el hombre sonrió, complaciente, porque había hecho la pregunta para conocer la reacción de éste.

-¡Cómo has aprovechado el tiempo! –exclamó, condescendiente. Luego, mirando de pies a cabeza a Kilovatio, le preguntó:

-¿Cómo estamos en materia de conciencia?

-Bien, bien – respondió éste, con acento seguro, y algo festivo, porque estaba aprendiendo a ser amable, sin hacer muchos esfuerzos, sugerido por una parte del prólogo del libro, “el contador de historias es más que un hombre”, en donde se hacía alusión especial al capítulo titulado “el papel de la simpatía en el éxito”. Nunca me había sentido tan bien de la conciencia. Remarcó.

-Con la conciencia – rectificó el hombre – porque una cosa es sentirse bien de la  conciencia y otra muy diferente es sentirse bien con la conciencia.

-Otra vez con el mismo asun…

Kilovatio no alcanzó a protestar mentalmente, porque el guardián de conciencia subió sus palabras sobre la última parte de su réplica:

-La conciencia no deja de ser un peso –explicó éste. Por eso no es lo mismo decir me siento bien de conciencia a decir me siento bien con la conciencia.

-Así es – concedió Kilovatio, satisfecho de no haber terminado su pensamiento, porque de alguna manera lo iba a expresar en sus gestos, y ese hombre parecía experto en analizarlos. Después quedó en silencio.

-¿Te hace falta algo? –le preguntó el guardián de conciencia, con la intención de averiguar si el silencio era indicio de inseguridad.

-Nunca me había sentido en medio de tanta abundancia –reconoció Kilovatio. Tanto, que me parece que siempre ha sido así.

-siempre ha sido así, ¿qué? – preguntó el guardián de la conciencia, cuya tarea principal consistía en desmembrar las respuestas de su interlocutor para buscar inconsistencias.

-Quiero decir que tengo la impresión de no haber vivido otra vida distinta a ésta.

-Puedes comparar entre tu vida actual y la pasada?

-No estoy muy seguro –respondió Kilovatio, después de pensar un poco, para responder acertadamente. Es como si esta hubiese sido siempre la mía.

-A lo mejor es la que siempre deseaste.

-Quizás.

-Esta es la vida que todos deseamos –dijo el guardián de conciencia. Por eso, cuando la conseguimos olvidamos pronto las peripecias de la pasada. ¿No es cierto?

-Puede ser – habló Kilovatio, por hablar. Él no estaba muy seguro de haber tenido arraigado el deseo de esa vida, sencillamente porque no tenía noticia de su existencia. Sin embargo, como intuía que detrás de la pregunta había intención (Kilovatio ya había pasado más de una experiencia que le sugería que en el Centro todo tenía, como mínimo, dos intencionalidades), decidió responder abriéndole un espacio al beneficio de la duda:

-En realidad no estoy muy seguro de poder hacer comparaciones, porque, insisto, siento esta nueva vida como si fuera la de siempre.

La expresión “esta nueva vida” puso a dudar al guardián de conciencia de la solidez conceptual de Kilovatio, porque el término “nueva vida”, demostraba la existencia de rescoldos de una conciencia anterior, luego todavía quedaban conectores emocionales con el pasado, que era necesario develar para interrumpirlos definitivamente y asegurarse de que la conciencia de Kilovatio se vaciara totalmente para empezar a llenarla con los contenidos del Centro.

Esta pesquisa siempre se hacía cuando un alumno ascendía de categoría dentro del Centro, y en vista de que esta pregunta era definitiva, porque con base en los resultados se les permitía a los alumnos continuar el curso, o devolverlos a las sesiones de revisión de conciencia para eliminar los residuos de vida pasada, las autoridades académicas no se contentaban con la respuesta, e iniciaban un proceso de verificación en terrenos simulados en donde se encontraban toda clase de estímulos que podrían hacer aflorar recónditos sentimientos que las respuestas verbales hubiesen podido mantener en la clandestinidad. Cada alumno era llevado a un campo dotado con características similares a las del medio donde había transcurrido su vida anterior, y como es apenas lógico, a Kilovatio le hicieron el examen final de conciencia en un lugar en donde todo lo dispuesto convidaba a recordar lo agreste.

-Veamos cómo está el recuerdo auditivo – dijo el guardián de conciencia cuando estuvieron dentro del campo.

A Kilovatio le pidieron que emulara el gorjeo de un canario, el mugido de una vaca, el relincho de un caballo, el bramido de un toro, el maullido de un gato, el ladrido de un perro, el graznido de un ganso, el gruñido de un cerdo, el cacareo de una gallina y el canto de un gallo, y demostró que los había olvidado.

El guardián de conciencia hizo anotaciones en un cuaderno y después, dijo:

-Ahora veamos cómo está el recuerdo táctil.

Fue llevado de nuevo al girasol, en donde demostró una extraña sutileza manual, porque hizo girar la flor mecánica por espacio de media hora, sin interrupción. Después le ordenaron pasar sus manos suavemente sobre una superficie áspera, que lo hizo retirarlas de inmediato y marcar un gesto de fastidio en su rostro, demostrando así que sus manos ya habían conseguido la sensibilidad exigida por las normas para ser contador de historias, según se desprendía de la anotación hecha por el guardián de conciencia en la historia académica de Kilovatio, en donde escribió, a manera de conclusión: “La primera parte del proceso de urbanización del sujeto ha concluido con éxito”

El guardián de conciencia y Kilovatio se miraron con simpatía.

-Voy a dejar estos resultados en la Secretaría Académica – dijo él, levantando el folder que llevaba en la mano – para que empiecen a preparar tu ingreso en las disciplinas del tronco.

Kilovatio volvió a mover la cadera como lo hizo cuando éste mencionó la palabra por vez primera, y ambos sonrieron.

Cuando el guardián emprendió camino hacia las oficinas académicas del Centro, kilovatio empezó a escuchar versos de una canción que solían cantar los viejos de su familia cuando se sentaban por las tardes a recordar el tiempo ido:

“Todo lo que quise yo/ tuve que dejarlo lejos/siempre tengo que escaparme/ y abandonar lo que quiero…”

Y se sintió confundido porque no se sentía bien con la conciencia.

 

 

 

 

 

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