El Hurgón

El Contador Descontado (Capítulo Seis)

Las demostraciones de reconocimiento, aunque precarizadas a última hora por la imprevista partida del director, le ayudaron a Kilovatio de alguna manera a disminuir las tensiones producidas durante el examen del movimiento de las manos. Los residuos de desesperanza fueron poco a poco aplacados por los reiterados aplausos nocturnos pregrabados, que terminaron incrustando en su conciencia la idea de la perseverancia, y lo prepararon anímicamente para afrontar con estoicismo las etapas ulteriores del proceso formativo, que intuía difíciles, comparándolas con las ya  transcurridas.

Cumplida la etapa del examen, Kilovatio comenzó a sentir a su alrededor la apertura de espacios afectivos, que le permitieron caminar con cierta libertad por las instalaciones del Centro de Formación Profesional de Contadores de Historias, saludar con alguna familiaridad a empleados, instructores, institutrices y catedráticos, y mitigar su obsesión de acercarse al director, porque se le permitió llegar al biombo detrás del cual se instalaba éste para estudiar el avance en el perfeccionamiento del aspecto de las manos de los alumnos.

Kilovatio sintió una extraña felicidad cuando escuchó al otro lado del biombo la voz del director. Esta era aplomada y parecía como si degustara cada sílaba que iba brotando de su boca, porque pronunciaba las palabras con énfasis. Entusiasmado con la proximidad de ese ser enigmático y por eso, tan deseable, intentó establecer un diálogo con él, pero fue imposible porque después de los saludos de rigor lo felicitó por haber aprobado el examen y se despidió.

Un hálito de frustración le quedó de aquél truncado diálogo con el director, y así se lo comentó a otro contador de historias que llevaba un poco más de tiempo en el Centro, durante una ligera conversación, porque a los alumnos no les era permitido hablar largamente entre ellos, para evitar la influencia del uno sobre el otro, e impedir que alguien hiciera escuela dentro de la escuela, pues, ordenaba el director, “es indispensable cuidarse de las influencias, porque un contador de historias es único e irrepetible.

Cuando Kilovatio le habló sobre esa especie de frustración que le había producido la pronta partida del director, su interlocutor, le dijo:

-Aquí se usa mucho ese procedimiento.

-¿Y eso?

-Para estudiar la reacción del desairado – le explicó, y advirtiendo que estaba siendo muy confidente con Kilovatio, porque les tenían prohibido a los alumnos avanzados hablar con los nuevos sobre ciertas intimidades de la vida en el Centro, remató:

-Oye; esfuérzate por seguir adelante y por sacar el mejor provecho de cada una de las partes del curso, y cuanto más rápido y mejor lo hagas, más pronto tendrás el honor de conocer al director, porque esta gracia se concede sólo a quienes logran ciertos niveles de calidad.

Kilovatio miró a su interlocutor, con severo acento de curiosidad.

-Al director se le llama aquí “el maestro” – continuó contando el compañero de formación. Se dice mucho acerca de cómo viste, de  cómo habla, y hasta de su sapiencia, pero estoy seguro de que no abundan quienes han tenido la gloria de sentirlo, porque llegar al director, te repito, es una gracia.

Kilovatio seguía atónito y su compañero aprovechaba con avaricia la oportunidad que le ofrecía éste de hablar sobre el enigmático director y por eso se esforzaba en decir todo cuanto pudiera interpretarse como solvencia de conocimiento y muestras de intimidad.

-¿Lo ha visto de cerca, alguna vez? – preguntó Kilovatio con deseos de conocer detalles sobre la apariencia del director.

-No, pero sí lo he sentido, que es quizás mejor que verlo –respondió el compañero, orgulloso.

-¿Cómo?- preguntó Kilovatio con su curiosidad en creciente, porque la expresión sentir era para él sinónimo de intimidad suprema.

-He sentido su mano – dijo el compañero de curso. Ayer tuve la oportunidad de estrechar una de ellas.

-¿De qué color es su piel? – tuvo Kilovatio una curiosidad extraña, como si el color de la piel dijera algo.

-No lo sé.

-¿No entiendo –reclamó Kilovatio. No dice usted que estrechó una de sus manos?

-Sí, pero fue a través de uno de los orificios del biombo.

-¡Ah!

-Sentí una corriente recorriendo todo mi cuerpo, desde la cabeza hasta los pies. Era felicidad lo que sentía en ese momento – dijo el compañero de curso. Fue como compartir con un predestinado.

-¿Se puede sentir tanto palpando a una persona que no estamos viendo? – preguntó Kilovatio, confundido, volviendo a experimentar ese estado de intimidación que le producía la consciencia de su ignorancia, pero la respuesta nunca llegó, porque en ese momento pasó por su lado un guardián de palabras, como se conoce en el Centro de Formación de Contadores de Historias a quienes tienen la misión de impedir los diálogos prolongados entre alumnos, y los separó:

-Señor Herrán (tal era el apellido del otro), por favor, vuelva usted a sus estudios; recuerde su compromiso con los ejercicios nemotécnicos. Usted, Kiloben (llamó así a Kilovatio porque habían empezado a bromear con él tomando la primera mitad de su remoquete y de su apellido, para hacerle un nuevo nombre, argumentando que estaba en la mitad del camino entre la vida pasada y la nueva), vaya usted preparándose para la iniciación de las jornadas en todo lo relacionado con el tronco.

A Kilovatio se le disparó el inconsciente con la mención de la palabra tronco y se le vino en cascada el recuerdo de parte de su pasada vida agreste, hasta poner en su cabeza la idea de un gran árbol debajo del cual solía sentarse de tarde en tarde a recordar las historias que muchos de los viejos de su pueblo le habían contado, y con los cuales se había comprometido a no olvidarlas para seguirlas contando. Tuvo la mala idea de contarle al guardián de las palabras algunos de esos recuerdos, porque cuando empezó a hacerlo éste lo amonestó:

-Si no desistes de esos recuerdos, jamás adquirirás una formación efectiva. Cuando oigas a alguien pronunciar la palabra tronco, automáticamente tu cerebro debe remitirte a la figura del tronco humano, ¡y nada más! ¿Entendido?

-¡Entendido! – respondió, sumiso, recordando que su consciencia le aconsejaba ajustarse a las circunstancias para seguir adelante.

-Cuando tal cosa te suceda podrás saltar de alegría, porque entonces tu proceso firme de transformación habrá comenzado – dijo, finalmente, el guardián de las palabras. Y ya iba a marcharse pero se detuvo porque pareció recordar algo:

-¿Ya te has instalado en tu nueva habitación? –le preguntó a Kilovatio.

-No – respondió éste. Estoy esperando las llaves.

Ya vas a ver cómo recompensamos aquí a quienes se adaptan y cumplen con las normas del Centro – le dijo, sonriendo. Te va a gustar; y jamás volverá a pasar por tu cabeza la idea de abandonarnos.

Cuando Kilovatio entró en la habitación, después de haber recibido de manos de un conserje la llave, quedó anonadado, porque desde cuando había ingresado al Centro siempre había tenido la idea de que allí todo era sacrificio, humildad y pobreza. A partir de ese momento iba a descansar en una ancha cama, tendría sobre una de las paredes una galería con fotos de importantes contadores de historias en diferentes poses, en otra, una secuencia fotográfica sobre los movimientos de las manos y sus posibles combinaciones con base en frases escritas al pie de cada foto, en otra, un espejo de cuerpo entero que compartía espacio con la puerta de entrada, y en la última pared, justo aquella que estaba al frente de la cama había empotrada una pantalla de televisión de treinta y dos pulgadas, en la que podría ver toda clase de videos, pero sobre todo los relacionados con “el movimiento de las partes fundamentales del cuerpo al contar una historia”, a voluntad, porque a diferencia de las circunstancias anteriores en que el video era manejado desde un circuito cerrado, ahora tenía él la potestad de encenderlo cuando le viniera en gana, porque estaba a su disposición, sobre la mesa de noche, el mando a distancia. Completaba el cuadro del cuarto un pequeño estante con dos libros, cuyos títulos: Contar historias es más que un oficio, y  El contador de historias es más que un hombre, instruirían a Kilovatio sobre las diferencias que hay entre el hombre de a pie y el que sube al escenario, según decía un aparte del prólogo del primero, y sobre el hablar y el contar, que según un aparte del prólogo del segundo, son cosas muy distintas. Ambos libros de la autoría del director del centro: “el maestro” Rodolfo Sueva. También había en dicho estante una colección completa de videos, titulada: Aprende a mover el cuerpo cuando cuentes historias, y otra, dedicada exclusivamente a la mano, titulada: El papel de la mano en la contada de una historia.

El guardián de las palabras se quedó un momento parado a la puerta del cuarto, observando la reacción de Kilovatio a medida que descubría cada cosa dentro de éste, y al notar su satisfacción, le preguntó:

-¿Te gusta?

Kilovatio asintió, tímido.

-Es un premio al fortalecimiento de tu voluntad- dijo el guardián de las palabras. Como puedes ver, ahora tendrás tú mismo la oportunidad de decidir cuándo practicar y estudiar.

Kilovatio se asomó discretamente al rostro del guardián de las palabras, porque lo miró de soslayo, y le preguntó:

-¿A cuánto estamos de poder sentir a “el maestro”?

Este esperaba la pregunta, porque esta obsesión se apoderaba pronto de los contadores de historias que aspiraban a profesionalizarse, debido a la gran cantidad de comentarios sueltos que andaban por todo lado, hablando maravillas del enigmático director, y ya tenía la respuesta:

-Herrán debió hablarte de eso.

-Estábamos hablando del asunto cuando usted llegó – explicó Kilovatio, abandonando el soslayo y mirando de frente a su interlocutor, que seguía de pie en la puerta.

-Pero debió decirte cuáles son los pasos previos a un contacto con el director.

-Sí, me animó a esforzarme.

-Bueno, pues eso es lo que vas a hacer a partir de este momento: esforzarte. Ya veremos cómo se comportan tu voluntad y tu consciencia- dijo el guardián de las palabras levantando su mano derecha en símbolo de despedida y marchándose.

Kilovatio se estiró sobre la cama, entrelazó sus manos en la nuca y trató de imaginar su futuro, sobre el cual, en todo caso, su deseo ya había hecho un diseño.

Pero quería verificar primero si esa nueva realidad en la cual estaba entrando era real, y se durmió pensando en eso.

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