El Hurgón

El Contador Descontado (Capítulo X)

Cuando su cuerpo se descargó por completo sobre la mullida poltrona, Kilovatio tuvo una impresión de absoluta ingravidez, y empezó a imaginar que cabalgaba sobre una nube, impulsado por un deseo irresistible de movimiento continuo, sin preocuparse por asuntos relacionados con el límite, la velocidad, el volumen y el por qué y el para qué de la existencia.

Su cerebro fue ocupado poco a poco por la idea de indiferencia del entorno, que es la que sucede al convencimiento del individuo de que con él o sin él el mundo anda; un convencimiento, cuyo punto de partida es la aceptación indiscutible de la globalización.

Fue una experiencia asombrosa, según él mismo registró en su diario, del cual me sirvo para tejer parte de esta historia, en donde escribió: “jamás me sentí tan liviano, ni tan exento de responsabilidades, porque mis experiencias cotidianas anteriores, signadas por el siempre mencionado peso de la vida, nunca me habían permitido imaginar que hubiese espacios de la misma, caracterizados por una liviandad, y cuya mayor sugerencia es la inexistencia de volumen”

Mientras disfrutaba de la liviandad de la ingravidez el guardián de conciencia global lo sometió a un interrogatorio cuyo objetivo era averiguar si ya empezaba a tener conciencia de por qué debía volverse práctico en la unificación transitoria de sus pensamientos y sentimientos, porque era en ese recinto donde se estudiaban los avances de la capacidad de quienes aspiraban a convertirse en contadores profesionales de historias, de homogenizar sentimiento y pensamiento, como pre-requisito para contar una historia sin caer en sus redes.

De acuerdo con los preceptos del Centro, quien aspiraba a convertirse en un contador de historias profesional debía aprender a manipular su conciencia para después hacer lo mismo con la de los demás, lo cual conseguía convirtiéndose en un espejo capaz de reflejar a sus espectadores una misma forma de pensar y de sentir. Sobre este punto se puede leer en el capítulo denominado “corazón y cerebro no juegan limpio”, del libro titulado, ‘El contador de historias es más que un hombre’, lo siguiente: “quien desee contar historias en forma profesional debe mirar a sus semejantes como parte del material empleado para hacer su trabajo, es decir, debe convertir al público en un apéndice de sus relatos. Para lograr esto, el contador de historias debe cuidarse de confundir sus pensamientos y sentimientos con los del público, porque al mezclarse con él pierde el atributo de supremacía escénica, que es como se denomina al poder que logra quien sube al estrado. El contador de historias debe aparentar ser como los demás, pero sentirse siempre por encima de todos… al contador de historias sólo le deben preocupar los resultados, como entretener, porque los deseos de viejo altruismo que caracterizó a las artes escénicas, entre los que se contaba el de cambiar el mundo, están fuera de tiempo”

-¿Estás en condiciones de definir lo qué está sucediendo contigo en este momento? – le preguntó el guardián de conciencia global.

-Es algo así como una satisfacción suprema.

-Explícate.

-Es como cuando no necesitamos pensar en nada ni planear nada, porque tenemos la impresión de que todo a nuestro alrededor está resuelto.

-¿No te preocupa tu entorno, entonces?

-En cierta forma sí, en cierta forma no.

-O sea, no te sientes responsable de cuanto suceda en tu entorno.

-Pues…¡no!- se resolvió a decir Kilovatio. Pero ese no, tan distante de la primera parte de su respuesta despertó dudas en el guardián.

-¿Recuerdas tu entorno?

-Y, ¿por qué voy a recordar algo que no he abandonado- reclamó Kilovatio.

-No entiendo –dijo el guardián para hacerlo hablar más y averiguar si en sus pensamientos había rezagos del pasado.

– Pues es que este es mi entorno – dijo Kilovatio – y estoy en él y no entiendo cómo voy a recordar algo que no he abandonado aún.

-¡Eso es!- exclamó, satisfecho el guardián a media voz, pero fue escuchado por Kilovatio, cuyo oído estaba muy sensible debido a la repentina vocación de escucha que le había despertado la música ambiental, diseñada para esos momentos en que los alumnos se sentaban en la mullida poltrona y empezaban a divagar.

-¡Eso es! –repitió con el mismo énfasis de admiración que le había puesto el guardián, con el ánimo de hacer avanzar la conversación, porque se estaban despertando sus curiosidades, pues a esas alturas del curso Kilovatio también estaba aprendiendo que en el Centro las preguntas iban más allá de la intención de un examen convencional. Como todo allí, cada una llevaba un mensaje oculto. Para decirlo de otra manera: estaba aprendiendo a manipular su conciencia.

-Sí, ya te dije que para mí has dado saltos muy largos dentro de tu proceso de instrucción. Estoy sorprendido –reconoció el guardián.

-¿Por qué? –preguntó Kilovatio con un dejo de vanidad, advertido por el guardián.

-Porque hasta ahora, en la historia del Centro no habíamos tenido un alumno tan dispuesto a la adaptación, y que hubiese tardado tan poco tiempo preparándose para un acto de comprobación global.

-¿Comprobación global? – preguntó Kilovatio.

-Es lo que hacemos en este momento- dijo el guardián.

-Y, ¿en qué consiste?

-En averiguar el tiempo que tarda el alumno en entrar en contacto con la sensación de indiferencia de entorno, después de haber ocupado el dígito sensor de pensamiento.

-Y, ¿a qué se debe esto?

-¿Qué?

-Lo de que yo he tardado menos tiempo en tener esa sensación.

-A que eres un contador de historias natural.

-Y si soy un contador de historias reconocido por el Centro, ¿a son de qué me han propuesto esta profesionalización?

-Hombre, porque los hechos naturales son productos en bruto sobre los cuales debe caer la mano del hombre para mejorar su apariencia y volverlos objetos de deseo, y hacer que cada persona viva en pos de algo, se distraiga en su persecución y se porte bien.

-¿Quiere decir que no volveré a ser el de antes? –preguntó Kilovatio, levantando un poco la cabeza y recobrando algo de gravidez.

-¿Te preocupa esto? – preguntó el guardián de conciencia global, asomándose de frente a los ojos de Kilovatio para averiguar qué aspecto tenían, pues dependiendo de su mirada aquella pregunta era un símbolo de recuerdo u olvido. Observó que la mirada de Kilovatio no había perdido el aspecto alucinado que provoca la ingravidez, y esperó tranquilo su respuesta.

–¡No!; sólo he hecho la pregunta para satisfacer esa impaciencia que se apodera de uno por saber rápido cuál será el final de una situación placentera que estamos viviendo – mintió Kilovatio, quien en realidad había hecho la pregunta para poner a prueba la agudeza de observación del guardián de conciencia global y sus conocimientos en la materia.

 

 

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