El Hurgón

El Contador Descontado (Capítulo XII)

Kilovatio recibió sin entusiasmo la licencia para “ir por ahí a recoger experiencias y ver la vida que había sucedido afuera, durante su permanencia en el Centro”, tal como decía parte de la justificación inserta al comienzo de la nota. Su deseo de avanzar había quedado seriamente  comprometido, después de abandonar la poltrona, porque recordaba constantemente aquella sensación, cuya repetición deseaba  como si fuera un vicio, y por eso no quería salir del Centro.

-Este no es un buen momento para exponerme – le dijo a quien le alargó la nota, después de abrirla y leerla, y en vista de su silencio empezó a hacerle preguntas para explicarse la razón de ser de una licencia no solicitad por él. Y como el emisario continuaba en silencio, Kilovatio supuso que se trataba de un error, y, mientras hacía movimientos de cadera le preguntó:

-Y, las sesiones del tronco, ¿no empezaban pronto?

-En el movimiento del tronco, destinado a ejercitar el equilibrio, el garbo, y la elegancia, es decir, el que te da identidad como contador de historias, sólo se forma a quien ha demostrado absoluta disposición de atender a los preceptos del Centro y de convertirse en su eterno promotor –respondió el emisario.

-Pero yo lo he demostrado – reclamó Kilovatio.

-Eso creen todos después de la prueba global, porque están obnubilados y piensan y sienten más de lo que llevan en el cerebro y el corazón.

-¡No puede ser! – dijo Kilovatio, con asombro.

-Pues así es – afirmó el emisario – tú aún estás bajo los efectos de la ingravidez.

-¿Dura tanto?

-Si te habitúas dura hasta la muerte.

-¡No puede ser!

-Sí puede ser. Como también existen quienes jamás abandonan su estado de gravidez.

-Y, ¿cuáles son esos?

-Regularmente, quienes tienen la idea, o mejor, el deseo de salvar algo, o a alguien,  y a veces el mundo.

-Me gustaría salvar el mundo – dijo Kilovatio, de repente, dándole al emisario la sensación de que estaba diciendo tonterías.

-¿Tú?, y ¿cómo lo tienes planeado.

-Es solo una idea.

-¿Sabes?, ahora sí creo que este lugar te ha hecho efecto.

-¿Por qué?

-Porque la mayor parte de quienes llegan aquí terminan convencidos de que al final del curso van a ser la panacea de todos los males de la gente.

-¡No me diga!

-Pero a medida que avanzan los cursos muchos descubren nuevas habilidades y terminan desechando la idea de convertirse en contadores de historias y encaminan su vida hacia otras actividades.

-Por ejemplo.

-Se de uno que terminó convencido del poder curativo de sus manos, porque cuando las batía parecía que se desprendían de sus muñecas y volaban, y terminó predicando. Hoy en día es un pastor exitoso.

-¿Alguien más? – preguntó Kilovatio, muy interesado en conocer las variables del Centro.

-Claro, se de otro que se volvió famoso en el juego de cartas porque movía las manos muy rápido y nadie conseguía seguir sus movimientos, y hoy en día es un hombre muy rico.

-¡Vaya, vaya! – exclamó Kilovatio, rascándose la cabeza – ¿entonces aquí no sólo llega gente que quiere salvar el mundo contando historias?

-Claro que no; aquí se forma a mucha gente que quiere salvar el mundo de muchas maneras. Vienen aquí, por ejemplo, sacerdotes deseosos de darles a sus manos un aspecto más volátil, para dibujar mejor las bendiciones, nóveles políticos ansiosos de aprender cómo se debe empuñar la mano, y hasta dónde se debe alzar el brazo para despertar el entusiasmo de las masas, mujeres decididas a participar en eventos de belleza o empeñadas en lograr una conquista, porque aquí también se enseña a mover el cuerpo de manera insinuante, aprendices de adivinos interesados en el tema de los gestos visuales para impactar a su clientela desde el primer momento; bueno, la lista es interminable, y además en ella debemos incluir a quienes bajo el pretexto de aprender algo para ayudar el mundo ingresan en el Centro y toman clases, por ejemplo, sobre el manejo de la mano, para convertirse luego en temibles carteristas.

-¡Vaya, vaya! – exclamó de nuevo Kilovatio, sonriendo y mirando al emisario, pensando que éste le estaba haciendo una broma.

-Es absolutamente cierto cuanto te he dicho – afirmó el emisario, porfiando con la sonrisa de Kilovatio que no parecía ceder. Tú no sabes ni la mitad de cuanto ocurre en este Centro.

– Y, ¿llegaré a saberlo?

-Depende.

-¿De qué?

-De que des muestras de entrega total al Centro. Por eso quieren probarte, porque estás en el limbo, es decir,  entre el Centro y la calle. Ahora tú decidirás cuál de estos lugares escoges.

-¡Vaya, vaya! – volvió a exclamar Kilovatio.

-El Centro tiene derecho de cuidar sus intereses –dijo el emisario. Algunos alumnos han traicionado su confianza, hablando mal del director, catalogando su forma de pensar de difusa y sus escritos de enrevesados.

Kilovatio mostró cara de preocupado.

El emisario se quedó mirándolo y le preguntó:

-¿Qué te ocurre?

-Tengo miedo.

-¿De qué?

-De caer en tentaciones.

-¡Ah!, te da miedo la calle.

-No puedo negarlo.

-Hace un momento me asegurabas que ya habías demostrado incondicionalidad al Centro. ¿Qué pasó con tu seguridad?

-Tiene razón – concedió Kilovatio – usamos poco la cabeza para pensar.

-¡Te lo dije!: todos juran amor eterno después de salir de la prueba global.

-Tal parece.

-Y el deseo del Centro (bueno, de todos en el Centro, a excepción del director) es enviar a la calle, por un tiempo, a los alumnos avanzados, después de la prueba global, a confrontar su vocación y a probar su voluntad con el despertar de viejas alianzas y emociones. ¿Será fácil para ti?

-No lo se.

Kilovatio se quedó pensativo y entretanto el emisario sacó de un sobre dos cuartillas dobladas por la mitad y se las entregó diciéndole:

-Estos son los mandamientos del Centro, que deberás guardar con celo durante la licencia. Se fuerte si quieres volver a entrar por la puerta ancha.

-¿Y es que hay una puerta pequeña? –preguntó Kilovatio.

-En este mundo siempre habrá pequeñas puertas a través de las cuales podremos entrar a hurtadillas en algo –sentenció el emisario, y se marchó.

 

 

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