El Hurgón

El Contador Descontado (Capítulo XIV)

Por fin Kilovatio pudo concentrarse en la preparación de su equipaje, ahora un poco abultado, porque le habían surgido dudas acerca del tiempo que permanecería afuera, pues los procedimientos aplicados sobre él para definir su salida del Centro habían comenzado a controvertir su lógica, porque no comprendía la razón de ser de muchos de ellos. Una vez comprobó lo introducido dentro de la maleta se sentó en una silla mecedora, abrió el sobre y extrajo de él diez cuartillas en donde estaban escritos los diez mandamientos del Centro con sus correspondientes explicaciones.

Kilovatio no tenía deseos de leer en ese momento, o para decirlo mejor, se sentía timado por los procedimientos a que lo habían sometido para autorizar su salida definitiva, y estaba desestimulado; pero como presentía que a la puerta principal del Centro se encontraría con alguien haciéndole preguntas sobre los mandamientos, decidió enterarse del contenido para construir respuestas por anticipado.

No cometeré el abuso de transcribir las diez cuartillas, porque cada día son menos las personas dispuestas a leer, y el número de estás disminuye considerablemente cuando el escrito es sobre preceptiva, y por eso voy a hacer un esfuerzo de síntesis para darle al lector la mayor claridad posible sobre el contenido del sobre. Pero como reconozco la existencia de personas adictas a la profundización del conocimiento, y como se también de su costumbre de hacer comparaciones entre unas cosas y otras, a éstas les digo que pueden contar conmigo para obtener fotocopias del material completo, si lo desean. No es necesario que hagan muchos esfuerzos para comunicarse conmigo porque con sólo desearlo yo lo sabré.

Amar al Centro por encima de los demás lugares adonde se forman contadores de historias, es el primer mandamiento, justificado con el argumento de que esa es la casa del maestro. La parte explicativa de este mandamiento termina afirmando: Quien se resista a reconocer la existencia de un ser supremo sufrirá para siempre el desasosiego de la duda.

No mencionar en vano el nombre del director, y cuando sea necesario hacerlo, honrar a éste refiriéndose del mismo como “el maestro”, es el segundo mandamiento, explicado, en resumen, así: No debe mancillarse el nombre del director mencionándolo ante personas cuyo entendimiento en materia del arte de contar historias sea escaso, y menos en ambientes donde se encuentren personas proclives al rumor y a la maledicencia, porque se convierte en una oportunidad para éstas de proferir opiniones perversas en su contra.

Recordar la existencia del Centro, y hablar de su importancia aprovechando todas las oportunidades, es el tercer mandamiento, cuya explicación, en síntesis, es la siguiente: El prestigio de la institución es el prestigio del egresado y por eso este último debe medir muy bien sus palabras  cuando vaya a hablar del Centro, procurando imponer la idea de que éste es el mejor lugar para la formación de contadores de historias. El alumno del Centro debe estar presto a controvertir todo cuanto sea dicho en contra del mismo, y si es del caso, a atacar a otras instituciones, porque esta es una tradicional, idónea y aceptada forma de defenderse.

No matar las ideas fomentadas por el Centro, es el cuarto mandamiento, cuya explicación, es como sigue: Aunque tengas dudas acerca de la veracidad de las ideas aprendidas en el Centro, acógelas, porque es un símbolo de fe, que engrandece la unión entre tú y el Centro. Debes recordar que fe es creer en lo que no vemos porque el Centro nos lo ha revelado.

No contar historias contadas por otros egresados, sin previa autorización del Centro, es el quinto mandamiento, sobre cuya observancia se comenta: Existen contadores de historias que cabalgan sobre una misma historia y con la cual han construido su prestigio. El Centro necesita la permanencia de éstos, porque son lo que promueven su fama institucional y por eso es indispensable protegerlos.

No controvertir las historias de otros egresados del Centro y mejor emplear esa energía para desprestigiar a los diplomados de otras instituciones de formación de contadores de historias, es el sexto mandamiento, cuya explicación reconoce el derecho de un contador de historias de disentir de la forma de contar de los egresados de otras instituciones, y de expresarlo con el noble fin de defender la institución que lo formó.

No hacer demostraciones innecesarias de locuacidad, a las que son muy propensos quienes creen que contar historias y hablar sin cesar son una misma cosa, ordena el séptimo mandamiento, explicando: El silencio es más elocuente  que la palabra, y quien lo practica con cálculo adquiere una aureola de enigma que lo convierte en un deseo social de emulación. El contador de historias debe convertirse en un deseo social.

No desear las historias de los demás, es el octavo mandamiento, complemento del quinto. Sobre éste hago el siguiente resumen de la explicación: El problema no es desear las historias ajenas, sino volver visible el deseo. Si el contador de historias no cumple este mandamiento, podrá enmendar su falta haciendo versiones de las historias deseadas, hasta cuando pueda contarlas sintiéndolas como propias. Pero, si es sorprendido alterando las historias deseadas, el contador de historias debe usar el método de la reiteración, es decir, repetir que esa historia es suya, hasta generar una duda incontrovertible. En todo caso, el contador de historias debe terminar convencido, también, de que esa historia es suya, pues, de lo contrario, la indecisión lo delatará cuando la esté contando.

El noveno mandamiento ordena actuar con finas maneras y dar la razón a tiempo a quien con cuyos argumentos pueda evidenciar las deficiencias de tu formación, y demostrar que de contador de historias sólo tienes el nombre. Este mandamiento tiene como objetivo enseñarle al novicio la necesidad de captar a tiempo cuándo debe cesar la reiteración, y alejarse oportunamente de las personas difíciles de convencer, para no exponerse.

Tener plena conciencia de la conciencia plena que debe observar quien cuenta, frente al acto de contar, cuya conciencia plena debe estar garantizada por un plan trazado a conciencia, es el décimo mandamiento del Centro. Este, considerado en el mismo análisis explicativo como el más difícil de guardar, debido a la excesiva exigencia de conciencia y a cierta dificultad para su interpretación, está catalogado por el Centro como el mandamiento cuya plena observancia es potestad de contadores de historias de calidad suprema.

-¿Podré guardar estos mandamientos? – se preguntó Kilovatio, agotado por las varias lecturas que debió hacer al último, hasta comprender a medidas su objetivo, porque seguía convencido de que a la puerta principal del Centro habría alguien esperándolo para hacerle el examen final, cuyo tema, sin lugar a dudas sería su estado de conciencia actual.

Al momento de entregarle a un guarda de seguridad su maleta para la revisión de rigor, su rostro fue golpeado por la mirada de un hombre vestido de riguroso negro, a quien el portero presentó como revisor de preceptos. El intercambio de miradas entre Kilovatio y él fue un símbolo de mutua simpatía. El hombre sonrió, mientras le hacía la pregunta:

-¿Cómo vamos de conciencia?

-¡Plena, muy plena! –exclamó Kilovatio, haciendo esfuerzos por parecer natural, mientras el hombre ampliaba la sonrisa al momento de entregarle un sobre y de hacerle un gesto indicativo de que no fuese a preguntar por su contenido.

Kilovatio tomó su equipaje y antes de traspasar la puerta principal sacó un pañuelo para capturar algunas lágrimas que se le habían escapado mientras daba una última mirada al interior del Centro. Entretanto, desde su oficina, escondido detrás de los visillos de una pequeña ventana, el director espiaba su partida. Cuando vio a Kilovatio enjugar sus lágrimas, se dijo:

-¡Mal presagio!; quien llora, olvida pronto.

 

 

 

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