El Hurgón

El Contador Descontado (Capítulo XXI)

Cansados de dar vueltas y de mirar a uno y otro lado sin resultados Trevi y Merlo volvieron al interior del bar con la intención de hacer preguntas para establecer el paradero de Kilovatio.

– No puede haberse ido por sus propios medios – opinó Merlo. No conoce esta ciudad. Alguien debió sonsacarlo – siguió diciendo, y luego, mostrando preocupación, preguntó:

-¿Había alguna instrucción en el sobre acerca de adonde debía ir?

-¿Cómo?

– Pregunto, si habrá leído alguna instrucción, contenida en el sobre, acerca de algún lugar específico donde debía esperarnos.

– ¿Cuál sobre? – preguntó Trevi.

– ¡Cómo cuál sobre! – exclamó Merlo, contrariado por el despiste de Trevi. Pues el que me enviaste para entregarle al momento de salir del Centro.

– ¡Ah, tonterías! – dijo Trevi, restándole importancia al asunto.

– O no sabes hacia dónde vas, o estás jugando con las circunstancias – le replicó Merlo.

– Mérmale a tu ansiedad, Ricardo – pidió Trevi. Las cosas no son como las estás viendo. Si sigues viendo así vas a tener que cambiar de mirada –terminó diciendo, entre irónico y serio.

– ¡No entiendo nada! – exclamó, alterado, Merlo. ¿Quieres explicarte mejor?

– Das la impresión de no haber estado jamás en el Centro.

– ¿Por qué lo dices?

– Porque haces preguntas ingenuas. ¿Acaso terminaste creyendo el cuento de los preceptos y de todo cuanto se discutía y planeaba ahí?

Merlo se calmó, miró a Trevi detenidamente, y luego, en tono bajo y con acento de humildad, le dijo:

-Me tienes confundido. Solo he mencionado mi preocupación porque Kilovatio hubiese leído el contenido del sobre, y mira adónde vamos con esta discusión.

– Ese sobre no llevaba nada en su interior- dijo Trevi.

-¡Cómo!

– Así como lo oyes.

– Y, ¿por qué no me lo dijiste antes?

– Porque toda intriga tiene su curso, y entre menos gente la conozca mejores resultados produce.

– Me estás haciendo recordar a Rodolfo Sueva.

– Me parece bien, porque así recuerdas sus marrullerías y aprendes lo necesario para sobrevivir en este oficio.

– ¿el de director?

– Sí, señor, el de director de Centros de formación de contadores de historias.

– ¿No basta con saber dirigir? – preguntó Merlo.

– ¡No!; además de eso debes convertirte en un experto cancerbero si quieres estar protegido de intrigas internas y externas.

– Como lo hizo siempre Sueva – sugirió Merlo, dando la impresión con su gesto de que ignoraba algunos detalles de la conducta de éste.

– No; Sueva terminó bajando la guardia, y eso tú lo sabes muy bien–aclaró Trevi, mirando fijamente a los ojos de su interlocutor, para recordarle su complicidad en ese asunto y su compromiso de llegar hasta el final si esperaba disfrutar de los beneficios de la intriga. Estaba convencido de su infalibilidad y eso lo perdió – concluyó Trevi, y luego cortó la conversación en dos trozos dispares, cuyos extremos no pudo unir Merlo, a pesar de haberlo intentado, cuando dijo con humildad: -Tienes que enseñarme más -, pues Trevi se trepó sobre su ruego, diciéndole:

– Estamos perdiendo tiempo, mi querido amigo. A Kilovatio alguien se lo ha llevado. Debemos actuar con celeridad si queremos recuperarlo.

Dicho lo anterior, circundó el salón con una mirada rápida y la detuvo en una mesa a la cual se hallaban sentados tres jóvenes que habían tenido alguna relación con el Centro, porque en su búsqueda de pretextos para convertirse en intelectuales habían ido a probar su gusto por la narración oral. Después, dio media vuelta, se paró frente a Merlo, quien en ese momento dirigía su mirada hacia la misma mesa, y levantando su mano derecha, le dijo:

-¿Crees que ya saben lo de Sueva?

Hizo la pregunta, con la intención de discutir con Merlo por anticipado la supuesta reacción de éstos frente al hecho, para saber cómo actuar, pues quienes ingresaban al Centro experimentaban una especie de devoción hacia “el maestro”, a quien era casi imposible llegar a ver, originada justamente en la magia que lleva implícita lo oculto, y permanecían en un estado de neutralidad interina del juicio mientras llegaba ese gran encuentro. Por esa razón muchos abandonaban el Centro sin haberse hecho una opinión acerca de “el maestro”, y conservaban esa actitud, aún afuera de él, porque seguían abrigando la esperanza de cumplir su sueño de verlo en cualquier momento. Por eso no había sido fácil crear concierto para conspirar en su contra.

– Y, si lo saben, ¿qué? – preguntó Merlo con desenfado, con la mirada estancada en el rostro de uno de los contertulios de la mesa, a quien recordaba con particular contrariedad, porque era un ex alumno del Centro, difícil de olvidar.

– Pueden callar, si están contrariados por lo que le ha pasado al director.

– Ahora soy yo quien te pregunta si eres tonto.

– ¿Por qué?

– ¿Crees que le van a jurar admiración eterna a quien ha caído en desgracia?

Trevi no respondió de inmediato, pero estaba preparando la respuesta, y Merlo no le dio tiempo de decirla:

– Estos muchachos juegan a convertirse en intelectuales y por eso sus matrimonios ideológicos son efímeros. Abandonan pronto una idea para abrazar otra, sin haber sorbido totalmente el jugo de la anterior.

Trevi estaba ya dispuesto a pronunciar la primera de las palabras para manifestar su opinión, y Merlo continuó:

-Ahora no me vas a preguntar porqué hablo de muchachos, pues se adónde nos dirigimos ahora.

Trevi destacó el índice derecho en alto, tal como hacía en los remotos tiempos de la escuela, cuando quería participar con la intención de impresionar al maestro, pero Merlo ignoró su petición y continuó diciendo:

-El oficio de estos intelectuales es sumarse a las ideas, no crearlas.

Trevi dio media vuelta y siguió caminando y entretanto Merlo redondeó su idea:

-No te fíes de los devotos.

-¿Por qué mezclas las cosas? – pudo al fin hablar Trevi, volviéndose de nuevo y deteniéndose.

-¿Cómo así?, no estoy mezclando nada.

– ¡Claro!; ¿Qué relación hay entre intelectual y devoto?

– Que se creen únicos y salvadores de la humanidad.

– ¿Será posible?

– Dímelo a mí, que soy un experto en preceptos.

Trevi tenía fundados temores en adelantar una discusión con Merlo, porque se gastaba en ella mucho tiempo y no se concluía, y ese no era un momento apropiado para malgastar éste, y por eso siguió caminando y mantuvo un silencio condescendiente. Sin embargo, Merlo quiso insistir en el debate, para condicionar el ánimo de su compañero, porque temía por las marrullerías del ex alumno, una de las cuales era su maestría en el arte de la lisonja, que combinaba con la mayor de las veleidades de Trevi cual era su permanente disposición para recibir elogios:

-No te fíes de los devotos….- dejó la frase a mitad de camino, porque estaban a muy escasa distancia de la mesa.

Cuando finalmente llegaron a ésta, quien ostentaba el título de veteranía en su relación con el Centro, el mismo ex alumno sobre cuyo rostro se había detenido la mirada de merlo, se levantó precipitadamente y dirigiéndose a Trevi, le dijo, con gran ceremonia:

-¡Bienvenido. Después caminó hacia la mesa contigua, agarró dos asientos y los arrastró hasta la suya. Tomen asiento, maestros – dijo finalmente, ofreciéndole una mirada de disculpas a Merlo por no haberlo incluido en el saludo de bienvenida. Pensando en la necesidad de mejorar el cumplido para disminuir las aprensiones de éste, pues recordaba que con él sus relaciones dentro del Centro no habían sido buenas, porque se había negado siempre a cumplir los mandamientos y hasta había llegado a afirmar que allí no se instruía sino que se adoctrinaba, preguntó:.

– ¿Qué hay del maestro Sueva?

En forma telepática Trevi y Merlo decidieron quien tomaba la responsabilidad de responder.

– Pasa por un mal momento – dijo, Trevi, sin pensarlo mucho, mirando con temor a Merlo, pues ya había descubierto su aversión hacia el muchacho.

La respuesta no provocó la reacción que ambos habían temido, porque éste, tomando la respuesta con naturalidad, preguntó:

-¿Le ha pasado algo?

-Más que eso – apuntó Merlo, analizando con cuidado las emociones despiertas de los jóvenes y por lo que consideró oportuno meter baza, cuando vio en sus rostros el entusiasmo de la curiosidad.

– Bueno, pero ¡cuenten, cuenten! – pidió uno de los ocupantes de la mesa, sin levantar la mirada porque estaba haciendo un trazo sobre una servilleta. Después, levantando la cabeza y arrojando la mirada a la cara de Trevi, le dijo:

– Al fin y al cabo ustedes son cuenteros.

– Perdona; somos narradores orales escénicos – aclaró Merlo, irguiéndose.

– Y ¿eso no es lo mismo? – preguntó con ánimo de molestar la paciencia de los recién llegados.

– ¡Pues, no!; porque ese que tú llamas cuentero es un simple hablador; alguien que no ha recibido formación y que por ello no es consciente de su oficio.

El joven, con manifiesto deseo de fastidiar, atizó el fuego, y ¡de qué manera!:

-¡Ah!, entonces lo que ustedes practican es una ciencia.

-¿Una ciencia?, ¿quién ha hablado de ciencia aquí? – intervino Trevi con moderación.

-Ustedes.

-Yo no he dicho nada parecido – aclaró éste en tono aún más moderado, para evitar la alteración emocional de su adversario.

-Pero ustedes piensan así – intervino otro integrante de la mesa mientras hacía y deshacía dobleces a una hoja de papel en la cual había estado tomando apuntes.

La intervención de este joven agarró desprevenidos a Trevi y a Merlo y por eso no consiguieron responder oportunamente, y éste, convencido de la necesidad de intensificar su ataque, para desatar su lengua, siguió diciendo:

-Esa cantidad de monerías que ustedes les imponen a quienes entran al Centro, ¿no es contra natura y distorsiona la realidad?

Trevi y Merlo seguían en silencio, bien por su falta de solidez conceptual para enfrentar el debate, pues en el Centro las reglas las imponía sueva y ellos eran simples trasmisores y promotores de las mismas, o bien por cuidar la economía emocional, para desarmar los ánimos controversiales del joven, y éste, cada vez más envalentonado por la sumisión a la cual consideraba él que estaba sometiendo a los dos hombres, a quienes cuando había estado haciendo un curso en el Centro, había sorprendido muchas veces asumiendo posiciones de altanería intelectual, es decir, de sabelotodo, aprovechó para desquitarse:

– Todo lo de ustedes es un invento para hacer negocio y…

Quien había dado la bienvenida intervino para evitar que su compañero, caracterizado por una locuacidad emotiva exagerada, dijera algo irremediable:

-Calma, calma, no nos salgamos del tema. Cuéntanos, qué ha pasado con el maestro Sueva – preguntó, dirigiéndose a Merlo.

– Es triste – comenzó a decir Merlo con fingida congoja – a “el maestro” lo han llevado al nosocomio.

-¿No será mejor decir al manicomio? – preguntó, quien dibujaba en la servilleta.

Trevi lo miró con aparente condescendencia, y explicó:

-Es una expresión dura y por eso no queríamos emplearla.

-Se había demorado en llegar allí – dijo quien les había dado la bienvenida, provocando una mirada de “te lo dije” de Merlo a Trevi, con la cual pareció recordarle que hacía un momento le había preguntado algo así como: -¿conoces a algún intelectual que haya terminado casándose con una sola idea?, pues este ex alumno, a pesar de su apariencia contestataria tenía debilidad por el poder y esta lo convertía en un hombre cuidadoso con las opiniones cuando las mismas se referían a quien lo detentaba.

– Y el Centro, ¿qué va a pasar con el Centro – quiso saber quien hacia y deshacía dobleces a la hoja de papel, utilizada para tomar apuntes, porque era un escritor en ciernes.

– Nosotros mismos no sabemos – mintió Merlo. “El maestro” ha repetido cuando lo sacaban: Este es mi Centro y no voy a permitir suplantaciones de nadie.

– Es decir, no acepta un reemplazo – dijo el dibujante.

– Ni por un minuto – confirmó Trevi.

– Me parece muy bien -afirmó éste, dejando el dibujo un momento para levantar la cabeza y mirar a Trevi. Luego, bajando de nuevo la mirada para devolvérsela a la servilleta, agregó:

– Nadie puede descuidarse porque hasta las ideas se las roban.

Trevi consideró necesario impedir una discusión con este joven, reconocido como uno de los más enconados ex alumnos del Centro, dedicado a la creación y propagación de rumores contra otros sitios de formación de contadores de historias, para congraciarse con Rodolfo Sueva, adicto al rumor y a la maledicencia, con quien consiguió conversar, después de burlar la vigilancia del jardín donde solía pasear éste en noches de luna, y prefirió ignorarlo mirando hacia quien le había dado la bienvenida.

Considerando que el ambiente no era el apropiado para averiguar por Kilovatio, porque había un desequilibrio afectivo hacia ellos, miró a Merlo y movió a un lado la cabeza, diciéndole con el gesto, ¡vamos!

-¡Qué!, ¿se van? – preguntó, irónico, quien hacía y deshacía dobleces en el papel escrito a medias.

– Sí, sólo queríamos saludarlos – mintió Trevi.

– ¿No será que andan cazando a alguien? – preguntó, irónico, el que hacía dibujitos en la servilleta.

Trevi quiso demostrarle a éste que el viaje de su dardo había culminado antes de punzarlo, y para demostrárselo se dirigió con naturalidad a su antiguo alumno y le preguntó:

– A propósito, ¿has visto a Kilovatio por estos lados?

-Sí – respondió éste, sin ninguna intención de secundar el hostigamiento de su compañero dibujante, quien fastidiado por el caso omiso de Trevi, se introdujo en medio de la respuesta, y exclamó, con marcada intención:

-¡Ya les salió competencia!, ¿no?

– ¿Cómo así? – preguntó Trevi, mirando involuntariamente hacia éste, acto del cual se arrepintió de inmediato y regresó la mirada hacia su ex alumno, quien tomó para sí la pregunta, y respondió, señalando a su compañero de mesa:

– Este debe estarse refiriendo a Ana María Besugo.

– ¡Uy, lo de siempre! – exclamó Merlo. Esta mujer…

– Y, ¿por qué a Ana María Besugo? – preguntó Trevi cortando el discurso de Merlo, cuyo final se imaginaba: “esta mujer siempre se está atravesando en nuestro camino”, porque consideró imprudente expresar opiniones sin ningún control en ese momento.

– Debe ser porque ella se llevó a Kilovatio.

– ¿Se llevó a Kilovatio, o él se fue con ella? – quiso saber Merlo.

– Se lo llevó, jajaja – confirmó, burlón, el del dibujo en la servilleta.

Trevi y Merlo se miraron confundidos. Ana María Besugo sabía mucho del Centro, porque aunque ahora le importaba poco el destino de Sueva, había compartido con él muchos proyectos, antes de que Trevi entrara en sociedad con él, y por eso se convertía en una amenaza para la instalación del nuevo Centro.

 

 

 

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