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El cuento del progreso

Aquí y ahora es preparar el desayuno y tomarlo. Fuera hace frío y el tiempo, pese a ser invierno y estar en Galicia, es seco. Ha llovido poco. Todo enero ha sido soleado y en febrero apenas ha llovido algo más de un par de días. Enciendo la radio y escucho hablar de guerras. Las noticias me sacan del aquí y ahora del desayuno. Una contienda en las altas esferas del seno de un partido político de la derecha española. Lucha de poder. No sé si la política es eso. Otra guerra parece estallar porque la Rusia de Putin, que no sé si es la misma que la de todas las rusas y rusos, quiere invadir Ucrania. Lucha de poder. 

En la enseñanza obligatoria estudiamos, en historia, las guerras, que existen desde que fue inventada la humanidad. Y el siglo XX como uno de los más sangrientos.

La humanidad no fue inventada o creada. Según las teorías de Darwin, es resultado de un largo proceso de evolución y selección natural.

Algunas personas queremos acreditar en la evolución y en el progreso, entendido como mejora del pensamiento y de las condiciones de vida. Sin embargo, la tozuda realidad no para de llevarnos la contra. Año 2022, después de una pandemia, aún no resuelta, amenazas de guerra en la Europa del Este.

Quizás los únicos ámbitos en los que hay un progreso fehaciente es en las ciencias y en la tecnología. En medicina, por ejemplo, la vacuna ha paliado, en los países con dinero, la amenaza del coronavirus. Los otros, los países sin dinero, están a la deriva.

La ausencia de progreso, en lo que atañe al pensamiento, a la política y a los modos de vivir en común y de relacionarnos entre nosotros y con el planeta, me resulta increíble. Me hace pensar que el mundo no tiene sentido ninguno. ¿Cómo se puede concebir un mundo con sentido sin que la sociedad aprenda de sus errores, de la educación, de las artes, de las ciencias para progresar y mejorar?

Tantos siglos de guerras, destrucción y sufrimiento y volvemos a asistir a escenarios semejantes en 2022.

El teatro, por ejemplo, presupone un estudio y análisis de lo humano, de las relaciones, de los movimientos y acciones. Presupone también una mayor sensibilización y consciencia respecto a la materia de lo humano. Sin embargo, ¿aprendemos a superar nuestras filias y nuestras fobias nocivas, las personas que nos dedicamos a las artes escénicas o aquellas que participan en ellas desde el rol activo de la recepción?

A veces, el teatro queda reducido a una pose, un entretenimiento vacuo o un podio para alcanzar notoriedad y poder, en una guerra de egos, en un afán de conveniencias varias, en un ejercicio de narcisismo.

En los contextos teatrales donde hay más recursos económicos, se genera un Star-system de privilegiados, que señalan el canon y la moda desde la dirección de teatros y festivales públicos. En torno a estas figuras de turno, que suelen permanecer en el puesto de modo paralelo a la alternancia en el poder político en los gobiernos, se articula una pirámide. Para trabajar es necesario estar en algún grupo o capilla (como dicen en Cataluña). Hay que tener contactos.

En los contextos teatrales más precarios, la concurrencia competitiva por los escasos recursos puestos a disposición de la creación artística, por medio de subvenciones o coproducciones, y la concurrencia competitiva por conseguir que las programadoras y programadores contraten funciones, divide al sector, aunque non sea de un modo manifiesto.

Tanto en un caso como en el otro, en ambos contextos, el progreso y la mejora tampoco son algo de lo que siempre podamos presumir. También hay guerras, de mayor o menor calado.

La mayor consciencia, sensibilidad y sabiduría, que se le presupone al cultivo de las artes, no evita, muchas veces, las alergias personales o las fobias. Tampoco las incongruencias entre la forma y el contenido, la vuelta a estéticas retrógradas o incluso el auto-engaño de aquellas piezas que se justifican en una supuesta contestación o abordaje respecto a temas candentes de la actualidad, cuando, en realidad, solo están comandadas por el trending topic, el oportunismo, y por lo que va dictando el mercado.

C’est la vie! ¿Sociedad o tropa? En un momento de suma obediencia, como el que nos toca vivir en esta casi post-pandemia, la objeción de conciencia y la disidencia no son fáciles ni siquiera en el campo de las artes escénicas. Y el progreso, entendido como conocimiento y mejora, se queda en un cuento chino. El teatro, muchas veces, no es más que eso, un cuento.

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