Desde la faltriquera

El cuerpo semiótico del actor en Never-Forever

Falk Richter (Hamburgo, 1969) es uno de los creadores escénicos más interesantes de este comienzo de siglo. Practica una escritura dramática, enmarcada dentro de las nuevas escrituras escénicas contemporáneas, con textos de gran potencialidad dramática y contenidos que abordan inquietantes cuestiones de actualidad, trascendiéndolas para propiciar la reflexión de los espectadores. Desarrolla una gran capacidad imaginativa en los textos clásicos que dirige, encontrando las analogías con asuntos contemporáneos, aunque es una actividad en la que se prodiga menos, durante los últimos años. Y crea espectáculos interdisciplinares donde los actores bailarines son el eje de los mismos.

Dos de estos últimos espectáculos que Lehmann incluye en su categoría de «postdramáticos» visitaron España, Trust y Protect me, sin que obtuvieran, al menos en Madrid, excesiva resonancia. Este año, después del estreno, el otoño pasado en Berlín, exhibe por diferentes ciudades europeas, Never-Forever, con texto (en inglés y alemán) y dirección propia, más coreografía de Nir de Volff. Aborda el tema de las redes sociales y su paradoja, a mayor comunicación, más incomunicación, a través de una sucesión de breves escenas inconexas en apariencia, donde los mensajes lanzados al ciberespacio producen mil alucinaciones en el emisor y en el receptor: fantasías que se disparan, emoción instantánea, fabulación de situaciones, mensajes sin respuesta, desolación y otro sinfín de situaciones que conducen al individualismo o a la desesperación al no producirse los resultados deseados. Un inquietante mundo se expone ante los ojos del espectador, que conecta con una realidad muy próxima.

Richter para contar esta fábula, se apoya en un texto fragmentado e inconexo, aunque claro en su formulación final; en la significación que potencia enunciados, a través de un espacio de representación y un sistema de signos que en él instala, así como de los movimientos y diferentes composiciones dancísticas que recuerdan el expresionismo interpretativo de Pina Baush; y del cuerpo semiótico del actor-bailarín.

Los ejemplos son múltiples y tomaré sólo uno para referirme a este último aspecto. Durante un periodo extenso en tiempo, una bailarina, situada en un lateral y hacia la zona media del escenario se viste, se desviste, se cae al suelo y se levanta, para volver a repetir acciones y signos con ligeros cambios de vestuario y movimientos, mientras otras escenas o composiciones coreográficas evolucionan en otras partes del escenario. De entrada, la simultaneidad escénica conduce a una primera idea, complementariedad / contraste de las acciones de este personaje con la escena central; la segunda a la significación, ostensión de los casi infinitos perfiles que internet puede crear, su posible impostura y la evanescencia o destrucción de los mismos.

El interés de este ¿personaje? ¿actor? que se construye y destruye, como otros que aparecen en Never-Forever, radica en la abolición de su cuerpo como receptor de un personaje; por el contrario, la mirada del espectador se fija sobre la corporalidad de este intérprete por la sucesividad y repetición, originalidad y extrañeza de los movimientos. Este cambio del objeto de la mirada, conlleva el de la percepción, porque el cuerpo del intérprete incorpora en sí un sistema de signos que no hablan de él, sino que se sitúan en el marco de un planteamiento escénico. Expresado de otro modo, el cuerpo del actor ya no da vida a un personaje de la fábula con los procesos de identificación, distanciamiento, etcétera según los métodos, sino que despojado de los rasgos definitorios de su carácter, de la persona como individuo o de su singularidad corporal se transforma en objeto que incorpora símbolos con significaciones, gracias a la semiótica corporal, referenciada con el menaje de la fábula del espectáculo. De este modo, el intérprete no dice nada de sí mismo al espectador, sino que, como un objeto más, despierta sensaciones, recuerdos o asociaciones a través de esa sígnica que está en función y al servicio de la propuesta escénica. El actor ni incorpora ni representa, su cuerpo sígnico coadyuva a la transmisión de una emoción que responde al trasvase de la concepción del mundo del director a un plano de significación sensorial y no racional.

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