Críticas de espectáculos

El Festival de Teatro Clásico de Mérida y la metedura de pata del caballo de Atila

El 27 de marzo, Día Mundial del Teatro, nos sorprendió una columna vergonzante de Opinión del HOY -periódico que teatralmente no da una- sobre el Festival del Teatro Clásico de Mérida, firmada por el director del evento Francisco Suárez. Nos sorprendió, en primer lugar, porque normalmente ese día se suele publicar, o reseñar, el manifiesto reivindicativo que se lee en todos las salas teatrales del mundo, firmado por una personalidad internacional del teatro. Después, nos sorprendió menos porque el escrito de Suárez, que no era el invitado por la Organización Mundial del Teatro, era el artificioso manifiesto de interés personal ante sus jefes del Patronato (propio de esa fauna culebrera de trepas, pelotas y chivatos difícil de erradicar -que diría el poeta Álvarez Buiza-) que esgrimía para justificar los millonarios presupuestos que había solicitado, y de paso para arremeter, contra quienes han cuestionado públicamente, con comentarios, su gestión del Festival. En este último sentido, expeliendo casi paranoicamente, dice: “Como director del Festival pido a las gallinas del corral donde vivimos, que dejen de cacarear tanto y pongan más huevos, y a las sombras oscuras (complot marrullero y tabernario) de la envidia, de la inquina, de la mediocridad, de la ineptitud, de la venganza y de la frustración, que no olviden de la luz misericordiosa que regala la vida, para curarse de tanta miseria. Como director de escena, 40 años dedicados en cuerpo y alma al teatro, sólo diré que ahí está mi trayectoria…” Y a continuación, como si el Festival fuera suyo: “Como ciudadano, continuaré defendiendo el Festival de todo aquello (acciones, actuaciones y gestiones) que lo perjudiquen y lo desprestigien”.

Como el Patronato no refrendo una programación que presentó como estrategia engañosa ante los recortes en el presupuesto, que era una tomadura de pelo reducida a 5 espectáculos y un mes de duración, pocos días después salió “llorando”, en el mismo medio, en una entrevista de tres páginas, y utilizando el lenguaje y trucaje más demagógico: “Nunca me han querido en mi tierra”, decía, porque con el presupuesto reducido no podía contratar a “alguno de los genios europeos del teatro actual”. Y, además, en sus respuestas recalcitraba sobre su trayectoria mintiendo más que corre y embistiendo de nuevo contra “anónimos cobardes” que desde su primer año de dirección le cuestionaron su gestión pública.

Al final, se ha aprobado una programación caótica de bolos, durante mes y medio, que no esta sujeta a esa coherencia de ideas y contenidos grecolatinos y al concepto de producciones propias que dan personalidad al Festival, que en su día se presentó al Patronato.

Para este crítico teatral, que ha seguido y publicado los comentarios de las obras del Festival, sin ocultar la cara, y que conoce la trayectoria del personajillo y sus pataletas, el cuestionamiento que hace la mayoría de críticos sobre su gestión es acertado y merece respeto. Con el presupuesto asignado de más de 3 millones de euros es posible una programación equilibrada de producciones propias de calidad, que fuesen referente de prestigio cultural dentro y fuera de las fronteras. Pero esto se podría demostrar en otro debate.

Lo que aquí indigna de este director, que da más pena que risa en sus declaraciones, es su fanfarronería. Para quienes lo conocemos desde sus inicios teatrales, si sacamos a relucir su verdadera trayectoria de fiascos y tropelías teatrales, esta revista no tiene páginas suficientes. Uno mismo, para que el susodicho empiece a tapar la bocaza de mentiroso, puedo recordarle algunos ejemplos, como el fracaso de “Persecución”, su primera dirección profesionalizada en 1978, donde el cantante El Lebrijano lo dejó plantado en la segunda función. O poco después, en el embrollo con “Amargo”, donde el conocido coreógrafo Mario Maya casi lo lleva a los tribunales por plagio. Pero el más sonado fue el espectáculo-gala de apertura del carnaval de Las Palmas, una versión del cuento “Aladino y la lámpara maravillosa” donde tuvo que dimitir la concejala socialista (Lucía Romero) ante la avalancha de protestas de los ciudadanos. El diario “LA PROVINCIA” (10-2-94) escribió en su editorial: “Basta de incompetentes: los ciudadanos de Las Palmas han reaccionado indignados contra el esperpento carnavalesco que, difundido a través de millones de pantallas de Televisión, nos humilla y degrada en el exterior por la criminal incompetencia de quienes lo montaron”. También, los críticos nacionales lo han despachado bien. Haro Tegglen lo hizo con pocas líneas en un “Romeo y Julieta”, versión Neruda, diciendo: “Yo prefiero a Neruda en sus versos y a Shakespeare en inglés. A los protagonistas le faltaban apostura (Romeo) y dulzura (Julieta) y a los dos la voz” (EL PAIS, 16-2-2000). Y Lorenzo L. Sancho, sobre “Plaza Alta” dijo: “El espectáculo, caro de montaje y bien alimentado por las subvenciones, se queda a mitad de camino” (ABC, 26-5-95).

Y no digamos de los golpes de pecho, hace tres años, presumiendo en foros y medios de intelectual de izquierdas -homenajeando a Margarita Xirgu- y, después, colocando a la americana una alfombra roja en la entrada del teatro romano, como pasarela para artistas y autoridades (único detalle aportado al festival), ignorando tal vez que la idea podría suscribirla con mucho regodeo la derecha más rancia.

En fin, esta tierra tiene también muchos aprendices de brujo que llegan al teatro por otras urgencias. Este, que se ha cargado las producciones extremeñas en el Festival, de compañías que demostraron su capacidad de éxito en el espacio romano (¡cómo le van a querer en su tierra!) esta ya muy calado. Recuerdo que hace años, en 1981, le dediqué un artículo con el titulo: “El teatro y los cantamañanas de turno”, por utilizar -descaradamente para comercializar- una producción de la Cátedra de Teatro “Torres Naharro”, donde Suárez aprendía teatro. Como director de la Cátedra que fui entonces, contestando a sus interesadas demagogias le dije: “De verdad, no me gusta bajar a la calle a tirar pedruscos. Si algún cantamañanas de turno utiliza eso –la calle- para desahogar su farisaica y, por tanto disfrazada, vocación de chulillo pinturero, allá el con su complejo y sus hidras”. Hoy, podría contestar a sus declaraciones con otro titulo parecido: “El teatro y el cantamañanas de siempre”, pues por donde pasa se ve que va dejando la huella del caballo de Atila, metiendo la pata.

 

 

 

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