Rebel delirium

El lado oscuro

Antes de entrar y a petición de los regidores de sala, formamos grupos de ocho personas. Cada grupo va entrando poco a poco. Nos toca. Pasamos la primera puerta y el regidor nos lee algunas instrucciones. «Como algunos ya sabréis, este espectáculo se desarrolla en su casi totalidad en absoluta oscuridad. Es muy importante que desconectéis todos vuestros equipos electrónicos, no puede haber nada de luz. Esta cuartilla de papel blanco que os entregamos, sirve para aquellas personas que no se sientan bien y quieran abandonar la sala durante la función. Si esto sucede, tendréis que levantar el brazo con el papel en la mano. Un dispositivo lo detectará y os vendremos a buscar. Ahora, poneros en fila india y poned la mano derecha sobre el hombro de la persona de delante. Es importante que no os soltéis en ningún momento, de lo contrario os perderías fácilmente. Ahora vamos a entrar en la sala y os indicaremos donde os tenéis que sentar. ¿Alguien tiene alguna duda?». Hacía tiempo que no me ponía en un estado de excitación así antes de entrar en un teatro. Nada de exageraciones, nada de pasaje del terror. Solo discurso informativo con un resultado potentísimo.

Entramos en la sala. Absoluta oscuridad. Imposible identificar si nos encontramos en el escenario, en los pasillos o en el patio de butacas. En el teatro, acostumbra a haber un lado iluminado y un lado oscuro. En este caso, ambos son lados oscuros. Poco a poco se van oyendo las risas y los comentarios de los grupos que ya están dentro. Nuestro guía nos pregunta de vez en cuanto si todo va bien. De repente, las voces de los demás espectadores se oyen con más nitidez. Estamos a punto de llegar, tropezamos con algunas sillas y el guía nos indica dónde tenemos que sentarnos. No se ve absolutamente nada. Risita nerviosa entre el público, gente haciéndose bromas, algún grito.

El espectáculo empieza con la presentación de unos personajes que han sido convocados en un trabajo, pero al llegar a la cita, son incapaces de ver a la persona que les ha contratado. Durante parte de la obra tratarán de encontrarla. Este interesante punto de partida con reminiscencias de «Esperando a Godot», sumado al choque inicial que tiene el espectador con la experiencia de la oscuridad, hace pensar que el espectáculo será de aquellos que vale la pena. Pero la verdad es que no acaba desplegarse bien y poco a poco se va desvaneciendo. A la historia le falta intensidad y el espectáculo se apoya demasiado en la inusualidad de las condiciones. Poco a poco, el espectador se acostumbra a la oscuridad y echa de menos calidad en la dramaturgia.

Aun así, la experiencia es interesante y más aún cuando a la salida te encuentras con estos improvisados (y por lo que estoy viendo habituales) coloquios con la compañía. Es ahí cuando me doy cuenta de que gran parte del público es invidente. Maria Oshodi es la directora de este montaje («Sheer») y de la compañía («Extant»), el único grupo profesional del Reino Unido que trabaja con actores ciegos. Oshodi también es ciega, con una formación y experiencia en la escena que da miedo. En 1997 formaron esta compañía que no para de trabajar durante todo el año con distintas obras, talleres de escritura para invidentes, danza contemporánea, dirección de movimiento, etc. Toda una señora empresa, pionera en la inclusión profesional de los ciegos en el escenario. En el coloquio, uno de los actores comenta que para él no hay diferencia alguna en el hecho de que en esta obra no haya luz, puesto que para él, siempre es oscuro. Aún así, dice que en este espectáculo, a diferencia de los demás, sabe perfectamente cuando es visto por el espectador y cuando no… La ayudante de producción, que sí ve, dice que para ella este montaje ha sido todo un reto. Ha tenido que pasar muchas horas en la absoluta oscuridad para acostumbrarse a trabajar en estas condiciones. Explica que las marcas y anotaciones que pone en el escenario han tenido que ser táctiles para que puedan ser vistas por los actores. Esto le ha causado alguna situación extraña, puesto que a veces era incapaz de leer sus propias notas.

A veces pienso en los pocos ciegos que se ven por las calles de Londres, comparado con Barcelona, mi ciudad. Tampoco se ve mucha gente en silla de ruedas. Ciertamente, desplazarse por esta ciudad no es cosa fácil y menos aún para la gente con movilidad reducida: metro sin ascensores, muchos tramos sin escaleras mecánicas, etc. Donde veo a menudo personas con alguna discapacidad es en los teatros. En el Hammersmith Theatre, en el Arcola o en el Artsdepot, como ha sido esta semana.

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