El Hurgón

El rey no quiso (I)

Somos de la opinión de que a medida que envejece, la historia es menos esquiva y resulta más cómodo su estudio, y por ende el abordaje de sus verdades ocultas sin la incomodidad de miradas inquisidoras o de advertencia, debido a que por estar menos protegida por quienes utilizan el ocultamiento como estrategia para sobrevivir socialmente, le importa menos lo que digan de ella. Por eso, mientras envejece, nunca son suficientes las palabras para dilucidar un hecho histórico, si ésta tiene custodios, porque estos harán cualquier cosa, incluido dar su consentimiento para que la (su historia) haga el indigno tránsito por el carnaval de las anécdotas, pues el ingrediente festivo garantiza su vigencia social, conduciendo a la gente a disfrutar de ella sin pensar de dónde viene ni para dónde va.

Partiendo de la teoría expresada en el párrafo anterior, podemos afirmar cómodamente que doscientos años es una edad muy joven para un suceso histórico, sobre todo cuando el mismo se refiere a un acto de independencia, y por eso todos los intentos que hagamos por dilucidar algunos acontecimientos menudos, ocurridos antes y durante el que algunos han llamado el grito de independencia de Santa Gracia, serán, sin lugar a dudas contestados con vehemencia, y una que otra altanería por sus custodios, de los cuales hay todavía un número importante, porque los habitantes de Santa Gracia al parecer no han conseguido generar una historia propia, y es posible que por temor a no tener de qué ufanarse y con lo cual identificarse en los foros internacionales, hayan decidido seguir abrazando ésta, que ellos insisten en llamar la de su independencia, mientras ocurra algo que estremezca las fibras emocionales y los conduzca a un cambio afectivo.

Sabemos que cualquier intromisión dentro de un espacio social prohibido genera un riesgo, pero estamos dispuestos a correrlo para apoyar a quienes afirman que la orfandad histórica ha conducido a Santa Gracia a una vida errática, y por eso, mientras ocurra el milagro de un cambio de mentalidad, nos parece saludable tentar la paciencia de esta historia, guardada aún con mucho celo por quienes en Santa Gracia tienen la gran responsabilidad moral de salvaguardar todo aquello que tiene vínculo institucional, develando algunos hechos que a manera de anécdotas se han venido trasmitiendo a lo largo de los años, como sucede con todo lo que se deja sin respuesta y termina cabalgando hacia el futuro, montado sobre el tiempo, con el eficiente apoyo de la tradición oral, aquella infame que azota por igual a todas las conciencias, cuando cae en manos de quienes consideran que poniéndola a hablar ata cabos que otros han desatado para que se esparzan con el tiempo.

Una de las especies, que a nuestro juicio merece especial mención, por toda la carga afectiva y moral que dejó en suspenso, porque no se sabe si ocurrió por un exceso de amor hacia la corona o por un llamado de la conciencia, es la que al parecer ayudó a crear más confusión durante el famoso grito, conocida coma la negativa del rey a trasladar su residencia a Santa Gracia, agraviando de esa manera a quienes aún tenían serias dudas de desear la independencia.

Sobre los pormenores de esta especie hablaremos en nuestra próxima columna, pues hacerlo en esta significa mezclar innecesariamente argumentación con sucedido.

Como estamos hablando de historia y esta es muy celosa de sus fuentes, queremos aclarar que nuestros comentarios se basan en testimonios escritos en la época a la cual hacemos alusión, y no difundidos en la misma, por temor a la proscripción, pues, cuando se marcharon los españoles y comenzaron a gobernar los santagracianos las cosas no mudaron mucho, y hablar claro siguió siendo un delito cuyas consecuencias muchos críticos no estaban dispuestos a correr, y es por eso que se han hallado, enterrados, muchos testimonios de la época, que hablan de múltiples curiosidades que sucedieron entonces, y a algunas de las cuales ya nos hemos referido.

 

 

 

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